Hace falta invertir adecuadamente en ciencia y llevar los resultado a su aplicación. (Imagen Kotryna Zukauskaite para ScienticAmerica.org)
Existen binomios indisolubles, un caso claro es el de la educación y la ciencia. Por más que intentáramos escindir esta unión no podríamos, una nos lleva a la otra, no importa la dirección, y ambas son fundamentales para el desarrollo de una nación, de esto ya hemos hablado antes en particular de la educación pero creo que tratándose de una columna enfocada principalmente a la ciencia y la salud debemos hacer un análisis de ello.
Como ya señalamos otras veces, no hemos logrado entender como país y en particular nuestro gobierno (pasados y presente) la importancia que tiene invertir en ciencia y tecnología, tristemente son extranjeros quienes mejor logran expresarlo, por ejemplo Scientific American acaba de publicar en octubre el artículo “Why Mexico Struggles to Make Science Pay Off” en donde Erik Vance, un periodista científico radicado en México, hace un análisis del por qué en nuestro país la ciencia no avanza.
Según el reporte de Vance, aunque México es actualmente (me cuesta trabajo creerlo), la décima economía a nivel mundial según la OCDE, con un crecimiento del 3.5% anual (y desacelerando), tan sólo invierte el 0.43% de su producto interno bruto en ciencia, lo que nos coloca en este rubro en el país número 34, algo que ya demandaba yo previamente. Dicen que comparar no es bueno, pero definitivamente es necesario, cuando hablamos de números como estos poco podemos entender sino volteamos hacia otros países: creen una imagen mental, piensen en un país poderoso, ejemplo de vanguardia… ¿Japón? Bueno, se trata de la cuarta potencia económica del mundo y también es el cuarto país que más invierte en ciencia con un 3.39% de su producto interno bruto. China, tal vez la nación con mayor crecimiento económico en los últimos años, es la segunda potencia mundial e invierte el 1.84% de su capital a la ciencia.
México ocupa según la OCDE el 10º lugar de las principales economías mundiales; en cambio es el 34º país en inversión de su producto interno bruto en Ciencia con tan sólo el 0.43% (Imagen de: Scientifc American 2013;Oct:69)
Pero eso no es todo el problema, por otro lado encuentro la centralización de la investigación científica, si bien es cierto que empieza a verse más trabajo en otras universidades e instituciones, la inversión en ciencia se concentra en la UNAM y el IPN principalmente. Aún así, estas instituciones en muchas ocasiones se quejan del presupuesto brindado, ya vemos arriba el por qué.
Con lo anterior se arrastra la denominada fuga de cerebros, la semana pasada tuve oportunidad de asistir al Universal Thinking Forum que se llevó a cabo en la ciudad de México, en este evento se dieron cita personalidades de la ciencia, la filosofía y la política, entre estos destacados invitados estaba el Dr. Mario Molina, premio Nobel de Química 1995. Cuando se tuvo oportunidad de interrogarlo, un asistente del público le preguntó que pensaba sobre el hecho de que tantos científicos salgan del país (él es uno de los casos), si bien es cierto que su respuesta fue políticamente correcta al señalar que es importante para cualquier país que exista un intercambio de hombres de ciencia entre naciones y con ello enriquecer los conocimientos, este intercambio suele ser unidireccional, salen de México pero no regresan y mucho menos vienen del extranjero y es que en nuestro país es muy difícil vivir realizando investigación, ya sea básica o aplicada.
Pere Estupinyà, también conferencista en el evento previo señala en su libro “El ladrón de cerebros” que un gran problema en España y por su puesto en México es que si bien hay grandes investigaciones a nivel básico muy pocas de ellas se ven reproducidas en algo aplicable. Está bien producir investigación por el simple hecho de conocer más, pero también es necesario tratar de buscar alguna aplicación del mismo y es que la ciencia le paga a la ciencia. Si no logramos transpolar entre lo descubierto en el laboratorio y su aplicación en la vida diaria muchas veces habrá sido dinero invertido pero que no reditúa.
Al respecto salió una nota en la revista Nature del 26 de Septiembre, bajo el título “Bridging the market gap” en ella Hans Zappe hace un análisis al respecto, considerando que el problema no es únicamente gubernamental, por ejemplo, las grandes empresas tecnológicas esperan que la investigación salga de las universidades, esto debido principalmente a que esto se paga en gran parte con inversión pública, así que una vez que esta información sale a la luz, podrán utilizarla sin “perder el tiempo” en investigación no redituable en caso de que lo estudiado no tuviera un valor comercial.
Alemania es quizás uno de los países que mejor ejemplifican la forma en que se debe trabajar, Scientific American publicó en diciembre un artículo que muestra perfectamente la relación que guarda en ese país la inversión en investigación básica y la producción de patentes y la investigación en aplicaciones tecnológicas, obvio luego viene la ganancia. El problema está en que en nuestro país, pocas patentes se quedan dentro del territorio, no tenemos inversionistas interesados en comprarlas y es necesario buscar por fuera, lo que hace que lo invertido en investigación básica y quizás aplicada, acabe generando ganancias al extranjero.
Muy bien, creo que es cierto que la investigación básica tiene su principal hogar dentro de las universidades, no sólo por el presupuesto público (que en nuestro caso es escaso) sino por la infraestructura, el personal, los becarios, etc. que en un sistema bien organizado funcionan dentro de estas instituciones, pero ¿por qué no exigir entonces a las empresas que hagan uso de esa tecnología una parte de las ganancias? Tal parece que la cultura de las patentes no sólo es un problema en los países de habla hispana, los Estados Unidos también lo tienen.
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