Cuando me resigné a ver Robin Hood (2010) porque había llegado tarde a Un ciudadano ejemplar (2009) pensé que asistiría a una versión medieval de Black Hawk. Derribado (2000), un despliegue de acción y efectos que entronca directamente con la Edad Media fantástica de la trilogía anillera. En lugar de eso encontré con una producción que no se resigna a aceptar que la época en la que transcurre la acción carece de tecnología espectacular, capaz de ser explotada en la pantalla. Por eso en los asaltos a castillos aparecen unos artilugios a los que sólo les falta un motor atómico para que podamos ver cómo la OTAN los usa en sus misiones humanitarias. Y por eso el desembarco de Normadía de 1944 está inspirado en el que por lo visto el rey de Francia intentó (pero al revés) en tiempos de Robin Hood, en una escena calcada del famoso arranque de Salvar al soldado Ryan (1998), donde no faltan lanchas de transporte de tropas medievales, planos generales de la playa y tomas submarinas que son un auténtico Guardar como... de las de Spielberg. Y para rematar el guiso le añede unas gotitas de humanitarismo barato, en plan La misión (1986), un chorrito no demasiado aprovechado de El regreso de Martin Guerre (1982), una pizca de principios de progreso y otros equívocos paterno-filiales de los que echar mano.
Hay argumentos que han acabado por adquirir entidad propia en la historia del cine, de manera que cuando un guionista o un director se atreven con alguno de ellos se levanta cierta expectación, porque hay mucho donde comparar en versiones precedentes, y porque hay una regla de oro que impide repetir contenidos. Es lógico: si quieres atraer público debes prometer algo nuevo. En este momento me vienen a la mente dos: el actor en declive que asiste al auge de su mujer actriz, y el de los dos periodistas que se empeñan en salvar a un condenado a muerte. Con Robin Hood todo son ventajas: un héroe popular con su heroína noble, una banda de fieles, audaces y entrañables amigos, un malvado Sheriff de Nottingham y un rey que regresa de las cruzadas en el momento oportuno; es casi un relato arquetípico al estilo Vladimir Propp. Se nota que este lastre pesa y sus creadores eran conscientes de la existencia de importantes precedentes: el de Michael Curtiz y Errol Flynn --Robin de los bosques (1938)--, el de Kevin Reynolds y Kevin Costner --Robin Hood, príncipe de los ladrones (1991), considerada por amplio consenso como la versión canónica por mi generación ochentera-- y el epílogo crepuscular de Richard Lester, con Sean Connery y Audrey Hepburn --Robin y Marian (1976)--.A Scott no le quedaba mucho donde escoger: así que se ha decidido para su aportación por el enredo político-romántico que precede a la leyenda clásica. Como idea no está mal, pero como desarrollo deja mucho que desear: bastan los brevísimos planos finales de lo que será el germen de la mítica banda de Sherwood, caracterizado como una especie de comuna idílica en versión oenegé (¿Qué tal niños? ¿Habéis practicado mucho el tiro con arco? Aunque la mejor réplica de la película es cuando Marian Blanchett envía a Robin Crowe a dormir con los perros y éste les suelta un inefable «Hola perros» antes de tumbarse con ellos).
Cada estreno de Scott hace que me replantee mi titular para su filmografía, y pienso que debería sustituir el de «director genial al que no le acaban de dar buenos guiones» por el de «cineasta entretenido que se topó un día con los guiones de Alien, el octavo pasajero (1979), Blade runner (1982) y Thelma y Louise (1991)», y que le alejaron momentáneamente de una carrera llena de bandazos e irregularidades.
Cuando una película no me gusta se nota enseguida porque en el cine no dejo de hacer comentarios, y luego al escribir la ironía me sale sola; aunque soy consciente de que a mucha gente Robin Hood les parecerá un filme entretenido que cumple su cometido. No seré yo quien lo desmienta. Pero cuando busco algo para entretenerme espero que al menos la acción y los efectos sean realmente espectaculares, o por lo menos imaginativos. Demasiadas versiones ya.
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