Cuando James G. Frazer (1854-1941) publicó The Golden Bough ( La rama dorada) --primero en dos volúmenes (1890), luego en doce (1907-1915), y finalmente en uno (1922)-- causó gran conmoción al establecer que los hombres de las distintas culturas habían creado mitos parecidos, mitos que encerraban una misma intuición sobre el universo y su carácter sagrado. Entre estos sistemas mitológicos, el cristianismo sería uno más. Esta obra fue muy influyente durante la primera mitad del siglo XX, y en ella se encuentra el germen de la llamada "crítica literaria arquetípica", luego desarrollada por Northrop Frye.
De vez en cuando, en mis tertulias, me encuentro con alguien que, creyendo estar a la última, me habla del nacimiento del dios sol, que muere para luego volver a la vida, o sea, el mismo armazón mítico que parece sustentar la historia de Jesucristo (o, añado yo, la del Caballero Verde en mi amado romance medieval Sir Gawain and the Green Knight). Luego, casi se disculpa mi interlocutor, por hacer que mi fe se tambalee. Yo le tranquilizo, le agradezco su buena fe, y le explico que hace tiempo que ese argumento dejó de ser un problema para la fe en Jesucristo. Y le cuento la historia de dos amigos, J.R.R. Tolkien y C.S. Lewis.
Los mitos, le espetó una vez Lewis a Tolkien, eran "mentiras y, por ende, carentes de valor, aunque fueran susurradas a través de plata".
"No, no son mentiras" -respondía Tolkien, sosteniendo su pipa con la derecha. Los mitos son el mejor modo -a veces el único- de expresar verdades que, de otro modo, serían inexpresables. Venimos de Dios y de forma inevitable los mitos que creamos (aunque falibles) reflejan fragmentos de la luz verdadera, esa verdad eterna que se encuentra en Dios. Los mitos, aunque desatinados, ponen rumbo (si bien entre vaivenes) hacia el puerto seguro. Exponiendo de este modo la verdad inherente de la mitología, Tolkien quería explicar a Lewis que la historia de Cristo era el mito verdadero, en la raíz misma de la realidad. Mientras que las otras mitologías podían entenderse como manifestaciones de Dios a través de la mente de los poetas, el mito verdadero de Jesucristo era una manifestación de Dios, que se expresa a través de, con y en Él mismo. Dios en la Encarnación se había revelado como el poeta más excelso, Aquel que creaba en su propia Imagen, el poema o el mito verdaderos, reales. Y así, en una paradoja divina, el mito se convertía en la realidad última.
En una carta escrita el 18 de octubre de 1931, Lewis -ya cristiano anglicano- decía: "La historia de Cristo es simplemente un mito real: un mito que nos afecta del mismo modo que los otros, si bien con la tremenda diferencia de que éste ha sucedido verdaderamente; uno debe conformarse con aceptarlo del mismo modo, recordando eso sí que éste es un mito creado por Dios, mientras que los demás son obra de los hombres. Las historias paganas reflejan a Dios que habla a través de los poetas, usando sus imágenes, mientras que el Cristianismo es Dios expresándose mediante aquello que llamamos 'cosas reales'. Así pues, es verdadero, real, no por ser una descripción de Dios (algo que no podría asumir la mente humana), sino por ser el modo en el que Dios elige para revelarse a nuestras facultades. [...] Así Dios se nos muestra mediante un language más adecuado, principalmente la Encarnación, Crucifixión y Resurrección.
Trece años más tarde, en su "El mito se hizo realidad", decía Lewis: "El corazón del Cristianismo es un mito que, al tiempo, es un hecho real. El viejo mito del Dios que muere, sin dejar de serlo, desciende desde el cielo de las leyendas y la imaginación a la historia terrena. Sucede -en una fecha particular, en un lugar concreto-y le siguen una serie de consecuencias históricas. Pasamos de un Balder o un Osiris (que mueren nadie sabe dónde o cuándo) a una Persona histórica que es crucificada bajo el poder de Poncio Pilato. Por el hecho de ser algo real, no cesa de ser mito: ése es el milagro.
Mañana por la noche, en millones de hogares de todo el mundo, celebraremos el nacimiento, en tiempos del emperador Augusto, de Jesucristo. ¡Feliz Navidad!