La frivolidad con que se trata el tema para sentar cátedra sobre historia contemporánea, movimientos políticos y derecho constitucional es tal que apabulla. Sobre todo porque casi de forma unánime veo cierta tendencia a hacer distinciones perniciosas.
Lo terrible del caso es que cuando se critica a Lo Nazi, se hace casi en los mismos términos que esos mismos nazis usan para criticar al "malvado sistema judeoliberal". El nivel de demagogia de quienes ponen el grito en el cielo llega a tal extremo que acaba exactamente donde empieza Lo Nazi. La crítica canónica la podemos encontrar en este artículo de El País, que termina con la conclusión de que hay "ideas potencialmente asesinas". Tengo para mí, que no hay cosa más tangencial a Lo Nazi que establecer una categorización de las ideas y aplicarles la misma consideración que las acciones.
Es curioso que cuando se trata de nuestros nazis patrios, ya no encontramos una decidida pose defensiva, sino más bien una cierta contemporización. "Bueno, vamos a dejar a estos chicos rodar un poco, a ver qué tal". Y para qué hablar de los primos-hermanos de los nazis, a esos poco menos que les levantan un monumento.
Existe una doble vara de medir que se trata como si fuera universal, pero escarbando un poco, no es difícil encontrar que esta vara de medir es radicalmente opuesta en otros países. Lo que en España se atribuye a Lo Nazi, en el este se atribuye a los comunistas. Algo tendrá que ver que ellos sufrieran dictaduras comunistas prolongadas. Da igual: a efectos prácticos, aquí y allí erramos el tiro.
Mientras continuemos viviendo en la ficción de que según el color de una bandera, quien la porta es bueno o malo y mientras rechacemos el ir más allá y no consideremos por igual toda doctrina que atente contra los más básicos derechos del hombre (vida, propiedad y búsqueda de la felicidad), seguiremos poniendo parches y dejando vía libre a que por cualquier alcantarilla surja el ponzoñoso tentáculo del totalitarismo.
En 1933, en la V Conferencia Internacional para la Unificación del Derecho Penal que tuvo lugar en Madrid, Rafael Lemkin, jurista polaco, defendió la idea de una jurisdicción internacional para los crímenes de "barbarie", a saber: atentados contra grupos étnicos y religiosos a gran escala llevados a cabo por gobiernos. Esta idea le costó su puesto de trabajo. Diez años después perdería a casi toda su familia en los campos de exterminio.
Lemkin fue el que acuñó el término "genocidio" y participó después de la guerra en las reuniones de Naciones Unidas que dieron forma a nuestro actual Derecho Internacional. En concreto, el delito de genocidio comprende "cualquiera de los actos mencionados a continuación, perpetrados con la intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso, como tal:
a) Matanza de miembros del grupo;
b) Lesión grave a la integridad física o mental de los miembros del grupo;
c) Sometimiento intencional del grupo a condiciones de existencia que hayan de acarrear su destrucción física, total o parcial;
d) Medidas destinadas a impedir los nacimientos en el seno del grupo;
e) Traslado por fuerza de niños del grupo a otro grupo".
Lo monstruoso del asunto es que esta definición del delito de genocidio, no se puso en práctica ni una sola vez. En 1948 ya empezaba la Guerra Fría, y, pese a que la URSS, de forma evidente e inmediata, cumple con todos los puntos para ser considerado un Estado genocida, las Naciones Unidas no actúan. Posteriormente tampoco actuarán ni con China, ni con África ni actualmente con Corea del Norte. Es decir, en el momento en que sobre las ruinas del mayor horror de la historia de la Humanidad, se levanta un arma jurídica que obliga "a las partes contratantes" a actuar de forma universal contra los delitos de genocidio allá donde tengan lugar, y, produciéndose en repetidas ocasiones estos crímenes, incluso produciéndose ahora mismo en las carnes de cientos de miles de esclavos desnutridos norcoreanos; en el momento en que constatamos que la definición de genocidio no se aplica porque no existe voluntad política, nos damos cuenta de que existe una fantasía. Una fantasía por la cual todo el mundo está de acuerdo en criticar el auge de Lo Nazi, pero no tan de acuerdo en no contemporizar con los comunistas. Una fantasía por la que nos rasgamos las vestiduras por las fotos de negritos que salen en el telediario justo antes del anuncio de una crema de manos.
Si la historia se transforma en mito a fuer de tapar el horror o venderlo como se vende una bebida refrescante, ¿de qué nos vamos a sorprender que surjan paletos en aldeas griegas llenas de gañanes desdentados que alcen el brazo? Si el propio estado griego, deja alegremente que estos individuos repartan comida entre los necesitados nacionales como labor de propaganda, mientras tira sus recursos en pagar estudios sobre la cochinilla australiana. Si vemos en la CNN a un marine dándole una bofetada a un talibán y todo el mundo escribe largas cartas al director denunciando el opresivo abuso del yanki, ignorando que el talibán no es una hermanita de la caridad. Si dejamos que la fantasía de un mundo que marcha como nos dicen que marcha, alegremente entre derbi futbolero y derbi futbolero, nos tape el horror que ahora mismo, mientras lees esto, se está produciendo. Y si aún por encima tenemos los instrumentos, levantados con la intención de que lo más terrible jamás se repita, y no los empleamos porque somos tan tontos como para distinguir a terroristas o comunistas como gente entrañable, entonces, ¿con qué fuerza moral pretende combatir nadie el odio idiota de los camisas negras?
Ya perdida la inocencia en la Gran Guerra, Europa, o sea, la civilización, pierde parte de su alma en las cámaras de gas. Sobre esto se ha escrito mucho. De momento parece que más allá de los estudios históricos, este hecho, el cénit del horror, no tiene consecuencias en el actuar político de ningún estado. Parece que el silencio y la vergüenza son más fuertes que la lección aprendida.
Tengamos pues, mucho cuidado con quienes, con la boca pequeña, denuncian unas cosas y no otras. Porque a efectos iguales en las consecuencias del actuar político, las intenciones primeras de unos y otros nos deben dar igual a quienes estamos en contra de la aberración.
Relacionado
- Rafel Lemkin. El genocidio como un crimen bajo el Derecho Internacional. American Journal of International Law (1947) Volumen 41(1):145-151.