Revista Comunicación

El mundo digital: cuestión de dedos (por Isa)

Publicado el 06 febrero 2012 por Imperfectas

El mundo digital: cuestión de dedos (por Isa)

Del blog 'Cuando los dedos cobran vida'


Cuando tenía 8 años mi padre se empeñó en que aprendiera a tocar la guitarra. Mientras todas las niñas de mi edad jugaban a la goma en la calle o a las barbies en casa y se concentraban en los preparativos para hacer la primera comunión, yo cargaba con una guitarra española hasta la casa de mi profe tres veces en semana. Así son mis padres: geniales y diferentes. Pero yo no era ni genial ni diferente. Quería jugar a la goma y con las barbies, y sobre todo quería vestirme de princesa para hacer la comunión -por mucho que ahora me alegre de no haberla hecho-. Al final, dejé las clases de guitarra: Me dolían los dedos.
Ahora me arrepiento de no haber seguido con la guitarra, entre otras cosas porque sigo teniendo los dedos doloridos y algunos hasta deformados pero no por practicar el manejo de un instrumento musical si no por otra vocación más intensa. La mía. La escritura, o más bien la comunicación escrita -un término feucho, técnico, pero más preciso y menos pretencioso-. Yo escribo mucho, continuamente y desde hace tiempo. Es más, escribo más que hablo. El dedo corazón de mi mano derecha sabe perfectamente a qué me refiero. Es el más largo, torcido, con la uña deformada y una dureza horrible en el lado que linda con su hermano índice. Pero pese a ello, es mi dedo favorito -mentes calenturientas (como la mía): absténganse de pensar en lo obvio- y últimamente lo tengo abandonado.

El mundo digital: cuestión de dedos (por Isa)

Cartel de un curso de escritura creativa emocional en Barcelona


El trazo de mis palabras escritas siempre ha sido profundo. Desde que aprendí caligrafía con los antiguos cuadernillos de Rubio con aquellos lápices de amarillos y negros de Staedler nº 2 que tan bien olían a madera cuando les sacabas punta, el grosor de mis garabatos en el papel era intenso, de los que costaba borrar, de los que siempre quedaba un vestigio en bajo relieve de lo escrito. Cuando me pasé al boli bic seguí en las mismas. La de bolígrafos que se me habrán destintado sobre el papel por mi intensidad al escribir... la presión era tanta que mi dedo corazón sufrió las consecuencias y acabo deformado de por vida, en recuerdo a la caligrafía... Esa caligrafía al borde de la extinción.
Ahora que ya casi nunca se escribe a mano, mis dedos no han dejado de ser imprescindibles. A través de los teclados inundan de palabras los mails, documentos, blogs, webs, tweets y mensajitos de todo tipo. Mi transición por la máquina de escribir -ese artílugio del Pleistoceno- fue breve pero definitiva pues condicionó mi tecleo haciéndolo mucho más enérgico de lo necesario. Un tecleo que se oye siempre, que acompaña mis días como una banda sonora bizarra. Y es que no exagero si digo que puedo pasarme horas sin abrir la boca, pero sin dejar de comunicarme en ningún momento... si no fuera por los besos tendría miedo a perder musculatura en la lengua.
Os dejo con un guiño, un cortometraje que está haciendo furor en internet sobre los peligros de la comunicación digital y su última moda, el Whatsapp. Yo me voy a aplicar el cuento y a bajar la frecuencia del uso de mis dedos sobre el tecladito de la Blackberry para practicar más la comunicación verbal... no vaya a ser que al final, me quede sin los besos:

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