Lo que parecía sólo un tema para películas de ciencia ficción se ha vuelto una realidad trágica. No sólo se cuentan por cientos de miles las víctimas mortales del COVID19 sino que sociedades enteras están amenazadas por una muerte dolorosa pero a la vez aquejadas por la pobreza y todos los males propios del distanciamiento social y la falta de actividad económica, que afecta en lo macroeconómico como en lo doméstico e individual. Entre la muerte por asfixia y la muerte por falta de recursos, la cosa es terrible y de difícil pronóstico.
En lo personal, lo estoy viviendo en carne propia. Pese a haber implementado y ejecutado todos los protocolos habidos y por haber, con todo el cuidado puesto en ello, me contagié y estoy pasando la primera etapa de la cuarentena en casa. Afortunadamente tuve fiebre alta pero sólo tres días y a la parecer la medicación fue muy efectiva, en parte porque el disgnóstico fue temprano. Dos dosis de Ivermectina (una por día) y cinco días de Prednisona y Azitromicina han sido muy efectivas, ya que mis 58 años no me generan extremo peligro pero sí me ingresa al grupo de riesgo. Por otro lado, mis condiciones de salud, sin ninguna enfermedad preexistente, trabajan a mi favor.
Sin embargo, lo que más me aqueja es la limitación de no poder trabajar hace tres meses, ya que siendo lo mío un trabajo independiente que en el verano llega a su nivel más bajo, tengo varios meses sin ingresos y es difícil tener calma en este contexto. Comprendo lo duro e imposible de la situación para quienes viven del trabajo del día, y que verán con absoluta indiferencia las normas de aislamiento social y las prohibiciones respecto al trabajo y el comercio. La informalidad en la que vivimos y nadamos, en estos momentos se vuelve terriblemente peligrosa... para todos. El desinterés del Estado se vuelve un boomerang que nos golpea de pleno en la cara.
No pretendo hacer una suma de las proyecciones de los especialistas ni un resumen de los vaticinios de los analistas, pero sí dejar un testimonio. Nunca imaginé vivir una situación global de esta naturaleza, que aterra desde lo social y económico, y desde hace unos días me da escalofríos desde la perspectiva de la vida y la salud. Ya no sólo son amistades y conocidos los que están sufriendo, soy yo, es mi familia inmediata.
Mientras mi país se deshace en múltiples formas y no sabemos cómo saldremos adelante. Es desalentador en grado sumo. Un gran sector se acuerda de Dios y se envuelve en oraciones con desesperada fe, esa de la que hace mucho no echaba mano, mientras otro sigue enarbolando ataques al gobierno, insultos y diatribas, denuncias, burlas. Enojo y frustración al por mayor. Todos se volvieron conocedores y se desgastan las pocas fuerzas que nos quedan en publicar los errores, los robos, los vacíos, en tirar abajo los bueno como lo malo que se hace y demostrar que seguimos siendo una sociedad corrupta a más no poder.
Nos consideramos la especie más evolucionada sobre el planeta... la especie superior entre los animales, realmente es paradógico que seamos capaces de grandiosas obras en todos los campos, mientras al mismo tiempo somos incapaces de ser solidarios, cumplir las normas, vivir con valores, cuidar el planeta... somos dueños de un cerebro prodigioso que no encuentra la manera de establecer principios de equilibrio social.
Un virus microscópico podría afectarnos de maneras imprevisibles... y ya lo está haciendo. En medio de las muertes y el caos, temo por mi país, por mi familia, por mí. Temo por el futuro. Temo.
La vida hoy es un lago de temor.