Por Santi García
Este post está inspirado en una interesante conversación que tuve ayer con Astrid Moix, experta en gestión de personas en entornos multiculturales. La globalización está contribuyendo a homogeneizar los paisajes urbanos en todo el planeta. Da igual que estemos en Nueva York o Shanghai, Tokyo, Dubai o Berlín. Nos encontramos las mismas tiendas, las mismas modas, la misma música, las mismas películas, las mismas cadenas de comida rápida...
En cualquier gran ciudad de cualquier continente podemos comprar ropa en Zara, Mango o H&M, podemos comer en McDonald's, tomar café en Starbuck's o ver el último estreno de Hollywood. Sin embargo, se trata de un proceso bastante más superficial de lo que a simple vista puede parecer. Debajo de esa capa de cultura global sigue habiendo un sustrato más profundo de creencias y valores locales, que cambia a un ritmo mucho más lento, y que explica muchos de los comportamientos que tienen las personas de un determinado origen.
El caso es que muchos directivos -y muchas organizaciones- se dejan engañar por esa globalización superficial y se comportan como si las diferencias culturales ya no fuesen relevantes y las mismas pautas de conducta y comunicación pudiesen funcionar en cualquier contexto y con cualquier individuo.
Pero la realidad es tozuda y este tipo de actitudes son una fuente de continuos malentendidos en un mundo donde las inversiones transfronterizas, el comercio internacional, la conectividad tecnológica, el empleo de equipos virtuales, y los flujos de trabajadores e información entre países se han multiplicado, y con ellos las interacciones entre personas de culturas diferentes.
El problema añadido es que al mismo tiempo que el entorno cultural se vuelve más diverso, complejo y cambiante, las diferencias culturales resultan menos evidentes que antes. Qué una persona hable un determinado idioma, sea de una determinada raza, o tenga una determinada nacionalidad no implica que esa persona tenga una determinada cultura. Esto es así hasta el punto que una pregunta aparentemente unívoca como "¿de dónde eres?" ha dejado de serlo.
Hoy esa pregunta puede interpretarse como '¿dónde has nacido?', '¿dónde has sido educado?', '¿de dónde es originaria tu(s) familia(s)?', '¿cuál es tu nacionalidad?', o '¿dónde vives?', y las contestaciones pueden ser diferentes según lo que se entienda, cuando hace medio siglo, al menos en nuestro país, lo más probable es que las respuestas a todas esas preguntas hubiesen sido la misma.
Vivimos en un mundo donde es difícil saber qué peso tiene cada uno de los 'ingredientes' que conforman la identidad cultural de un individuo. En un escenario así la capacidad de relacionarse y trabajar eficazmente con personas de diferentes culturas debería ser una cualidad cada vez más demandada en el mercado de empleo.
Sin embargo en la práctica, resulta frustrante comprobar la escasa atención que, en general, las empresas prestan a este tipo de cuestiones. Sobre todo para los que pensamos que esa diversidad representa una oportunidad de enfrentarse a la realidad de una forma única, nueva y creativa.
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.
Fuente: El blog de SantiGarcía http://www.santigarcia.net/2012/03/el-mundo-no-es-tan-plano.html
Imagen: Diversidad cultural http://3.bp.blogspot.com/-H90Ub9bOf5U/T4JNAK1qVsI/AAAAAAAAAqE/AOPLt22ZckY/s1600/intercultur.jpg