Con el paso del tiempo todo se diluye, los significados se desgastan y mutan; los temas pierden importancia y/o interés, la prioridades se invierten de forma súbita e impensable. Esto es así porque cada generación tiene su arte, se vuelve incomprensible --o requiere iniciación y ganas de profundizar en él-- cuando ya no viven sus creadores y quienes lo vieron nacer. De eso (y de unas cuantas cosas más) va Bergman island (2021), lo nuevo de mi admirada Mia Hansen-Løve; como mínimo es un interesante ajuste de cuentas con el arte sagrado en el que se forjó su cinefilia, pero presentado como si el tiempo hubiera transformado aquella adoración acrítica hacia determinados grandes maestros en una locura de la juventud, un forma de encajar entre sus mentores, también el descuento del IVA a una obsesión del pasado que ha perdido su influencia sobre nuestros actos e inclinaciones sentimentales. Bergman island se toma una cierta distancia generacional y abre el foco para ver qué piensa y qué tiene que decir sobre el director más influyente del cine europeo una juventud a la que --con suerte-- le suena el nombre y el título alguna de sus películas más conocidas.
Dividida en dos partes bien diferenciadas, recrea --respectivamente-- el día a día de ciertos creadores culturetas que (de alguna retorcida manera) asumen la tradición de un cine espeso y el de las ficciones que produjo/produce; quizá la misma herencia que la propia Hansen-Løve defendió en algún momento de su vida, marcado por un inexplicado elitismo intelectual y la necesidad --a partir de cierta edad y/o contexto vital-- de dar con un cine que proporcione a la juventud un acercamiento más sensorial y anímico a los temas trascendentes. Y para llevarlo a la pantalla escoge un ingenioso truco de guión que entremezcla con pasmosa naturalidad los dos objetivos, dejando bien claro lo que es la realidad de la película y la de la película dentro de la película. Se acabaron las ambigüedades estilísticas de los antepasados; lo importante es conectar con el tiempo que te ha tocado vivir y con cuanta más gente mejor... Sin declararlo abiertamente, es una dura impugnación a la vida y la obra del intocable Bergman.
Es precisamente esa ficción dentro de la ficción la que revela lo que ha quedado de la fascinación por los artistas viejunos, la que nos permite calar la distancia que separa el presente --sentimental y tecnológico-- de una nueva generación, una que se decanta por otro icono (aunque igualmente embalsamado en tópicos), más acorde con sus obsesiones, del grupo musical sueco más famoso de la historia. Para los erasmus actuales y los que ya se han convertido por edad en auténticos milenials (los mismos que durante su etapa universitaria tantearon el sueño de convertirse en artistas o --como mal menor-- en críticos), Bergman es un simple hashtag pasado de moda, una marca con la que justificar unas vacaciones y dar nombre a lugares, paisajes o rodajes de visita obligada... Bergman, a estas alturas de milenio, es una rareza, una excusa que sólo atrae a unos pocos interesados, a esos fetichistas que aún ansian habitar el mismo espacio euclidiano que su ídolo. Para la gran mayoría, en cambio, Bergman es apenas una excusa para asistir a la boda de una antigua amiga, para reencontrarse con un antiguo amor y recrear en clave actual (sin saberlo) muchos de los conflictos que obsesionaron al cineasta sueco y que no sospecha que son temas, problemas y obsesiones universales (o generacionales, que viene a ser lo mismo).
Pero claro, como todo homenaje cinéfilo, Hansen-Løve se siente impelida a hacer su propia crónica del desencuentro conyugal, ese que sobreviene tras unos años de intensa, sexual (y egoísta) atracción entre personas en distintas fases de sus respectivas carreras creativas y con una diferencia de edad que les hace ver las cosas de muy distinta forma. El filme retrata el mismo proceso de corrupción de la intimidad que diseccionaba Bergman, pero usando un estilo y un tono modernos, cotidianos, prácticos, huyendo de simbolismos paisajísticos o de escenas que suelen fabricarse como abstracciones de sentimientos no confesados; algo que sin duda rechazaría la mayoría de públicos por pedante y obsoleto.
Bergman island es un curioso homenaje, también una desmitificación y una puesta al día de un cineasta muy influyente sobre el que inevitablemente el tiempo ha hecho mella. Y puesto que sus guiones están obsoletos, al menos que brillen como nunca sus --todavía vigentes-- hallazgos formales, los mismos a los que rinde un inteligente y práctico homenaje Hansen-Løve.