Esa vela que prendió hace 50 años el abogado británico Peter Benenson continúa ardiendo por todos aquellos presos de conciencia encarcelados por expresar públicamente su opinión y por aquellos que fueron torturados, secuestrados o desaparecieron un día sin más.
Inspirado en el pensamiento del filósofo francés Voltaire ("Detesto tus opiniones, pero estoy dispuesto a morir por defender tu derecho a expresarlas") y tras conocer que dos estudiantes portugueses habían sido encarcelados por brindar por la libertad en el régimen dictatorial de Salazar, Benenson decidió que había llegado el momento de pasar a la acción.
Su llamamiento no sólo no pasó inadvertido sino que tuvo un gran recibimiento en todo el mundo. Amnistía Internacional comenzaba a dar sus primeros pasos.
La organización, que fue galardonada en 1977 con el Premio Nobel de la Paz, está presente en la actualidad en más de 150 países y cuenta con más de tres millones de miembros y simpatizantes, gracias a los cuales se autofinancia, ya que ha renunciado a las subvenciones de gobiernos nacionales y a las donaciones de partidos políticos para mantener su independencia. Y pese a que en sus 50 años de historia la exigencia de libertad, justicia y dignidad ha dejado de ser algo marginal para convertirse en un asunto global, Amnistía es consciente de que los retos y desafíos aún son enormes. Por eso, piden ayuda para conseguir llevar luz aquellos lugares y personas que viven sin esperanza.
Acabar con la pena de muerte, con la impunidad y llevar ante la Justicia Internacional a los autores de crímenes de lesa humanidad son otros de los desafíos que se ha marcado la organización, convencida de que "el mundo puede cambiar, pero no va a cambiar solo".
