Written by valedeoro // 19/11/2013 // minimalismo // No comments
Los expositores parecían escaparates de otra época. Aprecié los objetos expuestos, sin preguntarme si lo debería comprar, si me quedaría bien, si me lo podía permitir. Curiosamente todos los visitantes actuaban de la misma manera. El mero hecho de estar en un museo, cambió nuestra percepción de los productos expuestos. Todos admiramos la ropa de gala del Faraón, sin que nadie se quejara de que no estaba disponible en su talla.
Admirar sin afán de adquirir
Unas semanas más tarde fui testigo de una conversación muy común frente al escaparate de una tienda de accesorios. “¡Qué bonito!” exclamó una chica, para acto seguido entrar en la tienda a preguntar por el precio. Me hizo pensar en aquella diadema del antiguo egipcio. Todos que lo vieron exclamaron “¡Que bonito!” frente a una pieza tan extraordinaria. Y a ninguno se le ocurrió llamar a la directiva del museo para preguntar por el precio.
Tampoco vi a ningún novio desesperado intentando averiguar si el “¡Qué bonito!” de su pareja había sido un indicio de lo que quería para su próximo aniversario / para navidad.
Somos capaces de admirar sin comprar. Todos tenemos la capacidad de apreciar lo bello, el trabajo bien hecho, lo práctico sin automáticamente sacar la cartera. Basta con visitar un museo para darse cuenta de ello.
Así que la próxima vez que alguien me pida que le acompañe para ir “de compras”, yo me iré al museo mediterráneo. Admiraré los cacharros que se inventaron en el siglo XXI en la cuenca del mar mediterráneo, apreciaré la forma en la que se vestía la gente de esta región y los utensilios que usaban en su día a día.
Disfrutaré de lo bello sin verme obligada a comprar.
—
Imagen: monit / flickr