Pese a intentarlo en varias oportunidades nunca pude ser un viajero desapegado. Tampoco de esos que logran hacer miles de kilómetros en varios meses con sólo una maleta de mano. Además, de los lugares por los que paso no sólo me traigo las imágenes guardadas en la retina (que en realidad son las únicas que valen y que nos llevaremos, dicen, con nosotros) sino que, además atesoro, objetos de esos lugares, quizás para sentirme cerca de ellos y para rememorar de modo más fácil la sensación de continuidad del viaje.
Cuando hace dos años atrás me tocó hablar sobre las formas de contar los viajes en un Travelcamp (encuentro de viajeros bloggers) me encontré diciendo una frase que luego de haberla emitido tomé noción de su valor: -Me hice blogger para revivir el viaje una vez terminado y valiéndome de aquel concepto aprendido en filosofía que dice que “recordar” significa volver a pasar por el corazón, el blog era la forma más placentera de poder hacerlo.
- Ahí tiene mucho que ver la información genética que traés me dijo una psicóloga conocida (además especialista en terapias alternativas, muy adepta al New Age y promover una visión del hombre desde el punto de vista integrador).Quienes descienden de inmigrantes –sobre todo de aquellos que lo hicieron en épocas turbulentas- suelen tener esas costumbres. Y era probable la teoría, seguramente ese había sido el legado que mis abuelos polacos me habían dejado a modo de herencia.
Según ella, para Freud el atesorar objetos de viajes estaría ligado con la idea de traerse consigo parte del espíritu del lugar y, a la vez,sentir cierta seguridad de que aquello vivido allí no sólo quedará en el recuerdo sino, además, de un modo tangible e inolvidable.
2.
Desde hace quince años viajo de un modo compulsivo y en ese lapso he adquirido los objetos más insólitos que se puedan imaginar. En mi primer viaje a Roma, por ejemplo, compré al segundo día una cabeza David de mármol original que pesaba casi como un perro (de más está decir que el viaje era de cuarenta días y tuve que andar con ella a cuestas como si se tratara de un tesoro). Luego, en el mismo viaje, compré libros antiguos en la librería Shakespeare de París, algunas latas de chocolates con la cara de Mozart en Viena, un par de máscaras en Venecia y dos reproducciones de Velázquez en la puerta del Museo del Prado en Madrid (Imaginen todo eso, sumado a la cabeza de David antes mencionada)
Luego, en viajes posteriores, aprendí el arte del regateo y con él mi suerte de comprador-coleccionista llegó al summum del placer cuando ví que con escaso dinero y un poco de astucia me podía hacer de aquellas piezas que anhelaba y que de otra manera me sería imposible traerlas a casa como trofeos de guerra.
El Anubis de Gizah, El Buda del Barrio Gótico de Barcelona y el amuleto protector del Bazar de Estambul
Así es como se sucedieron una marioneta del Violinista en el tejado comprada en una plaza de Mala Strana en Praga, dos máscaras guatemaltecas, un gorro de piel con el símbolo del comunismo, una cabeza de Geniol adquirida en Colonia, un esqueleto y una muñeca de papel maché de la casa de Frida Kahlo, una escultura de bronce del Dios Anubis regateada frente a la Esfinge de Gizah minutos antes de la caída de Mubarak (así como lo oyen) y un sinfín de objetos más que hoy forman parte de lo que llamo mi Museo del buen viajero, pues así considero que debe ser un buen viajero, un recolector de objetos tanto como de momentos inolvidables y recuerdos vívidos.Mi museo está camuflado entre mi biblioteca y la videoteca. Además de los libros y las películas los acompañan unos cuantos retratos de diferentes momentos muy bien vividos en diferentes lugares del mundo. Cuando me dan ganas de viajar ellos me ayudan a hacer más corta la espera (y más intensos los recuerdos) al pasar por el corazón todo como una película.
He aquí mi museo de viajero:
Mi primera cámara fotográfica de 1980. Con ella tomé mis primeras imágenes y descubrí el mundo de la fotografía
Segunda cámara fotográfica (1985). Llevaba cubitos de flash y había que pasar la película con una palanca
Cámara Yashica de Kyocera comprada en París en el 2001 luego de que me robaran la que tenía en el hostel
La Torre Eiffel es y será el ícono más representativo del paso por la ciudad de cualquier buen viajero
Un Momento de descanso en los pasillos del Museo Vaticano antes de ingresar a la Capilla Sixtina (2009)
Recuerdo de Praga con gorro ruso (sin simbología comunista) para paliar las inclemencias del invierno checo