Foto de familia. Al final, a Camps se lo dejaron corto de mangas (Foto: Efe)
Hoy he sentido miedo, mucho miedo. No por Fukushima (qué lejos queda Japón, que dice Fito), ni por Gadafi, que al fin y al cabo Estados Unidos sirve las guerras a domicilio con doble de ketchup, aunque después nos devuelvan algún paquete defectuoso. Pero aquí y ahora tenemos nuestro Fukushima doméstico e igual de radiactivo. Aquí huele a ese napalm de que gustaba Robert Duvall en Apocalypse Now. A falta de dos meses para las elecciones municipales y autonómicas (menos en Andalucía, Catalunya, Galicia y País Vasco), las mucosas olfativas de la derecha ya se empiezan a excitar con el olor a victoria. El esperpento es lo de menos, un añadido más, un postizo de cartón-piedra destinado a ser pasto de las llamas a mayor gloria de pecadores, corruptos y comisionistas.