Revista Arte
El neoclasicismo del siglo XVIII frenó un impulso muy renovador en la sociedad y en el Arte.
Por ArtepoesiaLa historia no satisface a veces. No responderá claramente a lo que fue, en verdad, lo realmente acaecido en un momento. La historia no es lineal, dará saltos. Pero tiene sentido, sin embargo. Y esto es lo que confundirá a veces, ya que sobreentiende que para que algo hubiese de suceder, antes inevitablemente debería haber sucedido otra cosa necesaria. Pero, no es así... siempre. En el Arte, por ejemplo, podremos vislumbrar cosas que nos ayuden a comprender algo todo esto. En el progreso humano, en el social, en el cultural o en el artístico, debe primar la evolución frente a la revolución. Porque, todas las revoluciones son en parte una forma de contra-evolución. Como todos los saltos... Detrás de ellos, de los saltos, hay hombres, decisiones, gustos, poder, influencias, sectas ideológicas y uniformadoras.
A finales del siglo XVII Europa cambió. Cambió, en cualquier caso, aunque todo pareciera que siguiera como siempre. Nunca un siglo fue tan devastador, ni tan desesperante durante tanto tiempo, como ese en el continente europeo. El frentismo ideológico, en este caso religioso -una forma de ideología-, acabaría con la bondad de las cosas. Pero es que, ¿es la bondad de las cosas una garantía de progreso? Si las cosas van bien, ¿se cambiará algo? El Barroco -y su clasicismo asociado- alcanzaron incluso a llegar a ese momento histórico: finales del XVII y principios del XVIII. Aunque el Rococó fue, a cambio, el estilo que acompañó ese periodo histórico, fueron sus influencias de todo tipo -clásicas, barrocas, venecianas, francesas- las que hicieron de ese momento artístico una amalgama de Arte de autor fundamentalmente. Es decir, que fueron pintores muy personales los que marcaron esa tendencia -o ese momento histórico- con un protagonismo muy personal en cada estilo. Uno de ellos, el más significativo para entender lo transversal del Rococó por entonces, lo fue el genial pintor italiano Giambattista Tiépolo (1696-1770).
Este creador veneciano iniciaría un modo de pintar y colorear que sintonizaría mejor por entonces, mucho mejor con el espíritu avanzado y progresista que llevaría al siglo XVIII a ser llamado el siglo de las Luces o Ilustración. Y es que las cosas en el pensamiento, en las ciencias y en las costumbres habían sido ya modificadas en Europa, sin embargo, tiempo antes por personas nacidas en el siglo anterior. Entre 1680 y 1720 se pondrá en cuestión todo el saber de antes. Había contribuido la crisis que aquella guerra de los Treinta años ocasionaría a Europa, pero también el advenimiento de una nueva filosofía racionalista y cientifista. Originó otra crisis, una de conciencia y de fe, de descreimiento o de cansancio. En España coincidió con otra guerra y otro conflicto: la Sucesión dinástica. Por ello, en España ese cambió se notaría algo más. Los nuevos reyes (Felipe V, Fernando VI y sobre todo Carlos III) contribuyeron a mejorar las cosas, y utilizaron esas nuevas tendencias progresistas -además de la clásica contraria, como luego veremos- para hacerlo.
El rey Fernando VI de España quiso decorar los Palacios reales de Madrid, de El Escorial y el de Aranjuez. En 1753 fue llamado a la corte española el pintor italiano Corrado Giaquinto (1703-1766). Sería nombrado pintor de Cámara y hasta director de la Academia de Bellas Artes de San Fernando. ¿Qué mayor ejemplo por entonces de nueva tendencia artística en un país tan tradicional y barroco? Nunca será esto lo suficientemente valorado en la historia artística. Porque, tras este pintor vinieron otros que, como él, evolucionarían aún más el Arte de expresar las cosas de otro modo..., y que crearían incluso escuela. Goya surgió, por ejemplo, en gran parte de esos nuevos pintores italianos innovadores. Giambattista Tiepolo fue llamado por el siguiente rey español, Carlos III, en el año 1762 y llegaría a España acompañado de sus dos hijos pintores, Domenico y Lorenzo. No solo se limitarían a pintar palacios reales, también iglesias, clientes inestimables por entonces. Y esto, sin embargo, casi les malogró. Porque los clérigos, muy poco dados entonces a innovaciones, se decantaron por otro pintor que, en ese mismo año, fue llamado también a España: el neoclásico Anton Raphael Mengs (1728-1779).
Y, entonces, la batalla entre esas dos diferentes y opuestas tendencias se desataría sin piedad. Ganaría Mengs y su clasicismo nuevo. ¿Por qué? Es de suponer que por las bondades del momento social. Toda bondad (económica, social, política, etc...) llevará siempre a un clasicismo; toda alteración o proceso de ruptura llevará a lo contrario. Giambattista Tiépolo fue el mejor ejemplo entonces de alcanzar un Arte nuevo, diferente, una especie de Arte moderno que conseguiría expresar las cosas de otro modo, más sentimental y más racional al mismo tiempo: algo confuso de entender pero posible de hacer en la Pintura especialmente. Sin embargo, moriría Tiépolo en España olvidado y pobre. Arrastrado por el triunfo arrasador del Neoclasicismo. Sólo su hijo Giovanni Domenico Tiepolo (1727-1804) lo comprendió pronto, y abandonaría España para regresar a Venecia y seguir creando allí otras cosas. Aun así, todavía lo contratarían desde España para llevar a cabo una serie sagrada, un Vía Crucis, para una recién falsamente estrenada iglesia en Madrid.
Es curiosa esta historia. Existía una iglesia jesuita en Madrid, la casa profesa o principal de los jesuitas en España. Era muy amplia, espaciosa, y decorada como los jesuitas habían contribuido ya con su nuevo arte barroco clásico del siglo anterior. El altar mayor, que contenía la urna de San Francisco de Borja, estaba comprendido por cuatro columnas de estuco y escayola labradas y sostenidas además por unos basamentos de un bello mármol jaspeado. Luego de la expulsión de los jesuitas de España en el año 1767, el rey Carlos III cedió este templo a los Oratorianos de San Felipe Neri. Y sus nuevos administradores, los clérigos regulares de San Felipe Neri, le pidieron a Domenico Tiepolo, a pesar de la nueva tendencia imperante neoclásica, ocho obras que reprodujeran la Pasión de Cristo. El pintor veneciano aceptó, y compuso esas obras en Venecia, unas pinturas que nada tendrían que ver con el nuevo clasicismo, sin embargo. En una de ellas, Caída en el camino del Calvario, de 1772, veremos una muestra perfecta que inspira algo ahora ese momento malogrado en el Arte. Luego, la iglesia oratoriana madrileña sería expropiada en 1836 y sus obras trasladadas al Museo de la Trinidad, para acabar más tarde en el Museo del Prado.
Porque ahí, en la obra de Domenico Tiepolo, veremos algo muy curioso: no hay nada que exprese violencia real. Ningún personaje maltratará ahí a Jesús. Se notará, incluso, una especie de desdén, de atonía o de pasividad en los personajes secundarios. La obra tiene una composición extraordinaria: Jesús caído está ahí solo en su espacio diametralmente delimitado por la cruz. El resto, están ahora fuera de ese espacio. Algunos le ayudan claramente, pero otros pasan de él, ni lo miran. No lo maltratarán, pero nada les importará a ellos, sin embargo. Un cierto atisbo, tal vez, de lo que el Arte innovador de su padre y su propio padre sufrirían en España ante su rechazo artístico final. Pero, también, una muestra aquí genial de realismo y de no realismo, algo que caracterizará a este pintor italiano. Goya lo admiraría y se dejaría influir por él. Porque su trazo es muy real: así son los cuerpos humanos y así son las texturas de la materia, pero para nada es una escena real, ahí no hay una recreación clásica de algo que deba parecer lo que la realidad establecerá tanto espiritual como socialmente. Pero, sin embargo, ahí sí hay un realismo material. Y esta dualidad artística fue un fenómeno plástico muy innovador, algo que solo los románticos -entre ellos Goya- supieron llevar a cabo poco tiempo más tarde.
(Óleo de Giovanni Domenico Tiepolo, Caída en el camino del Calvario, 1772, Museo del Prado, Madrid; Cuadro Construcción del Caballo de Troya, 1760, del pintor Domenico Tiepolo, National Gallery, Londres; Detalle del anterior cuadro, Caida en el camino del Calvario, Domenico Tiepolo, 1772, Museo del Prado; Obra del pintor Corrado Giaquinto, El Descendimiento, 1754, Museo del Prado; Magnífica obra de Arte de Giambattista Tiepolo, Abraham y los tres ángeles, 1769, Museo del Prado; Lienzo del pintor neoclásico Anton Raphael Mengs, Caída de Cristo con la cruz a cuestas camino del calvario, 1769, Palacio Real, Madrid.)
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