Revista Cultura y Ocio

El odio

Por Calvodemora

"El odio es, de lejos, el placer más duradero. Los hombres aman a la carrera, pero odian sin prisa"Lord Byron

Que recuerde, nunca he odiado, tal vez muy de pequeño, sin tener la entera convicción de que era odio lo que sentía. Nada malo que me haya sucedido me ha llegado tan hondo como para alojarlo y dejar que madure ahí adentro. A lo sumo, he manifestado mi ira, la he verbalizado o la he convertido en un gesto o en varios, ninguno violento en demasía, ninguno del que arrepentirse. Debe ser raro que no haya nada que odiar. Tendría que probar. Igual el odio curte. Se odia para sobrevivir. No hace falta actuar, una vez que se te impregna el odio. Es odio también desear el mal a otro, alegrarse cuando la adversidad le acucia o cuando la desgracia lo ronda. No es bueno odiar, no lleva a ningún sitio, le he dicho a K, pero es fácil, no se precisa argumentar la razón de la inquina. A la manera de Pascual Duarte, se puede decir: yo no odio, pero no me faltarían motivos para hacerlo. Lo que sí he visto es el odio de los otros, nos lo muestran a diario en la prensa o en la pantalla de la televisión. No puede ser otra cosa lo que les mueve, haciendo lo que hacen. El motor de la sociedad, la que hace que avance, es el odio, aunque no sea exactamente igual y lo llamen de otra manera. Al final, cuando se trata de defenderse, nada mejor que una ración de odio. Él hace que la violencia aflore con más naturalidad, sea más creída, haga su oficio con mayor desempeño. A nadie se le escapa que, a falta de cordura, cuando las palabras no sirven, bien porque no sabemos usarlas o porque el adversario las maneja mejor, es a la violencia a lo que acudimos. Una vez escuché: primero golpea, luego pregunta. Lo dijo alguien cercano, del que no esperaba un argumento semejante. Quizá no sea tan salvaje el pronunciamiento. Mi madre me decía que no dejara que abusaran de mí, cuando pequeño. Si hace falta, pega tú también, recomendabaLas madres no consienten que sus hijos sean maltratados sin que se contrapreste una respuesta, una devolución del gesto en la misma moneda o en una peor. De ahí que no sepa bien a qué atenerme, tal vez mi infancia fue un combate continuo, un estar a la defensiva sin descanso, por si alguien me empujaba o se reía de mí (un poco gordito, las gafas de pasta, el peinado perfecto, es decir, el perfil idóneo) o me humillaba. Si logras salir de esa edad idílica, la de la infancia, sin haber magullado a nadie, sin haber merecido el apodo de matón, puedes afrontar con confianza las demás etapas, será difícil que tengas que recurrir a la fuerza bruta, aparte de que no está bien visto. No hace mucho vi a dos conocidos arrimarse hostias limpias. No fue poca cosa, allí había odio verdadero, del macerado en barrica de roble y no importunado por los rigores de los calendarios. Se fueron calentando, dijo alguien, y a M. no le hace falta mucho para que lo prendan y arda. Como no era cosa mía, no entré en la disputa, no convenía, fui frenado cuando tuve el volunto de acercarme y separarlos, no es la primera vez que el pacificador sale trasquilado. La vehemencia de la pelea cesó con la misma presteza con que empezó, hasta se les vio calmar los ánimos en la barra del bar, entrando en detalle, dando argumentos, giros sintácticos en lugar de tortas. Uno de ellos dijo que le gustaba la gente que venía de frente, los que se les apreciaba la voluntad (buena o mala) nada más encarártelos. No hace muchos días, en una cena con amigos, alguien dijo lo mismo, dándole yo la entera razón. Al final se le da autorización al odio. No sólo las madres, protegiendo a sus hijos, sino uno mismo, a razón de que lo ve y lo que ha ido aprendiendo de ver tanto. Baudelaire dijo del odio que era un borracho al final de una taberna, solo y a oscuras, renovando la sed con la bebida. Shakespeare, que siempre tiene una frase para cualquier asunto, dejó escrito que el amor nace sin motivo y se maravillaba de que la gente le buscara razones al nacimiento del odio. Volvemos a Lord Byron, que es quien animó la entrada: el odio es más duradero que el amor, no se anula con la misma facilidad, no decae por imprevistos, no es tan fácil de cancelar. Vale el haz como existe el envés. Igual creemos una cosa y es la contraria la que pervive y anhela el triunfo, creemos que no albergamos odio adentro, pero lo hay, anda ahí, agazapado, sin dar la cara, alimentándose de sí mismo, como el borracho en la oscuridad apartada de la taberna. Falta que algo lo espolee y aflore: que algo justifique su injerencia. Seguro que habría razones para que acudiera y nos auxiliara. Mientras no sucede, sigamos bebiendo con calma, sin que el don de la ebriedad nos domine y no sepamos ya tener a recaudo al monstruo. 


Volver a la Portada de Logo Paperblog