El odio proviene de una rabia que es interna, cuya acumulación probablemente tenga su origen, como todo, en el maltrato, represión o dejaciones que sufrimos en la infancia.
Esa rabia/miedo, al no poder expresarse en el momento contra los verdaderos causantes (indefensión aprendida), busca hacia dónde proyectarse.
Y entonces se busca un "enemigo".
¿Quién será ese enemigo? Ahí entran a jugar las manipulaciones políticas del grupo, que suele decirte cuál es el enemigo sobre el que debes proyectar tu odio/miedo, generalmente un exogrupo (nosotros vs. otros) estereotipado de antemano.
El estereotipo permite meter a todos los individuos de un grupo en una misma categoría y considerarlos a todos por igual, y esa separación por categorías (blancos, negros, extranjeros, ricos, pobres, de derechas o de izquierdas...) nos permite reaccionar abstractamente contra una categoría (el capitalismo, el patriarcado, etc...) en lugar de contra hechos concretos.
Para que el odio se concrete y se convierta en guerras que pueden terminar en genocidios es necesario que no veamos a las personas en su individualidad, sino que las consideremos abstracciones:
"El odio es siempre difuso. Con exactitud no se odia bien. La precisión traería consigo la sutileza, la mirada o la escucha atentas; la precisión traería consigo esa diferenciación que reconoce a cada persona como un ser humano con todas sus características e inclinaciones diversas y contradictorias. Sin embargo, una vez limados los bordes y convertidos los individuos, como tales, en algo irreconocible, solo quedan unos colectivos desdibujados como receptores del odio, y entonces se difama, se desprecia, se grita y se alborota a discreción: contra los judíos, las mujeres, los infieles, los negros, las lesbianas, los refugiados, los musulmanes, pero también contra los Estados Unidos, los políticos, los países occidentales, los policías, los medios de comunicación, los intelectuales. El odio se fabrica su propio objeto. Y lo hace a medida." (Emcke, Carolyn: Contra el odio).