Aquel día de invierno, frío aunque soleado, todos los almendros estaban en flor. Los campos parecían un hermoso jardín donde todos se habían puesto de largo para recibir la primavera. El viejo olivo, arrugado del paso de los años, los miraba y pensaba: “lo que daría por ser tan bello como la flor del almendro”.
Él era majestuoso, con grandes ramas, algunas secas desde el invierno pasado y con hojas verde plata, preciosas. Tenía mucho potencial, solo era cuestión de pulir aquel diamante en bruto, pero, por aquel entonces la gente solo se fijaba en las flores de los almendros.
Un día, aprovechando el sol del mediodía, llegó Juan a la finca con su motosierra. Vio lo tristes que estaban los olivos y les dijo: “tranquilos, yo os pondré hermosos y todo el mundo admirará vuestra belleza”. ¡Los olivos no se lo podían creer! Empezó quitando las viejas ramas, haciéndolos redonditos… podó un primer árbol, un segundo y al tercero ya empezaba a esconderse el sol, así que decidió que por aquel día era suficiente. Recogió los troncos más gorditos y se los llevó a su viejo almacén.Aquella noche Juan no podía dormir, pensaba en sus troncos de olivo, lo bellos que eran y como podría hacer para mostrarle al mundo aquella belleza sin igual. No permitiría que nadie quemara aquellos troncos en ninguna chimenea o ni que se hicieran una barbacoa con ellos. Al amanecer se levantó y se puso manos a la obra. Empezó a pulirlos, a ensamblarlos, a pintarlos… y los colocó en su casa de turismo rural Rustic.
Desde aquel día lucen en una bella barandilla y todos los amantes del turismo rural disfrutan con su belleza. El viejo olivo ahora se siente muy orgulloso, sabe que una parte de él luce y es admirado por todos los que por allí pasan. Ahora ya nadie recuerda aquellas flores de los almendros que duraron escasos días, pero si admirarán por los años de los años, la belleza del olivo.
Odette de Art rustic
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