Revista Cultura y Ocio
(En voz alta). Cada vez que aparece una muestra que prueba el orden mineral del mundo, algo muy hondo se alza en nuestra consciencia y cierto sentido de salvación por la materia se nos instala dentro y nos anima. Ocurre cuando caminamos entre rocas desnudas maternales, o al borde de arroyos cuyo lecho es una sinfonía de brillos y lisuras. También, y de modo asombroso, al parecer puede suceder en el fondo del mar, o en ese lugar al que a veces viajamos en la bodega de algún sueño irreconocible, como prueban los restos que nos asaltan con la primera bruma del despertar y al comprobar, por ejemplo, que durante un tiempo no medible somos capaces de flotar en la balsa espacial de una palabra: Papahānaumokuakea.