Revista Cultura y Ocio

El origen de la medicina moderna, según Steven Soderbergh

Publicado el 23 septiembre 2014 por María Bertoni
El origen de la medicina moderna, según Steven Soderbergh

Clive Owen en la piel del cirujano John Thackery.

La maratón de The Knick que Cinemax emite para su audiencia latinoamericana forma parte de la nueva estrategia de programación que los canales de cine premium implementaron hace algún tiempo con la intención de promocionar sus productos originales. En este caso, la exhibición del paquete entero tiene lugar apenas un mes y medio después del estreno oficial de la serie que Steven Soderbergh dirigió tras haber anunciado su retiro del cine. Curiosamente, en más de una entrevista, el realizador comparó esta producción televisiva con una película de diez horas.

Los televidentes que aceptamos la invitación a mirar The Knick de corrido compartimos la ilusión cinéfila de Soderbergh hasta cierto punto. En efecto, debemos tolerar los separadores que el canal pauta al término de cada episodio, y que nos recuerdan la naturaleza fragmentada de esta ficción audiovisual.

Mientras dura el primero de los nueve intervalos sistemáticos (son diez los capítulos que conforman esta primera temporada*), algunos espectadores amagamos con abandonar la aventura maratónica por temor a la sospecha que nos provoca la entrega inaugural: el protagonista es un antepasado catódico de Gregory House.

Como el personaje que hizo famoso a Hugh Laurie, el cirujano John Thackery a cargo de Clive Owen también es un médico genial con marcada personalidad misántropa y severos problemas de adicción (en este caso a la cocaína). A lo sumo parecen distinguirlos, por un lado, el contexto en el que ejercen (el primero en el siglo XXI; el segundo a fines del XIX o principios del XX) y, por otro lado, el objeto de su obsesión profesional (la resolución de casos sin precedentes; el hallazgo de la mejor técnica quirúrgica).

Por suerte el aparente linaje entre ambos personajes comienza a diluirse a partir del segundo episodio, cuando asoman indicios de una crónica novelada que recrea el nacimiento de la medicina moderna en los albores del siglo pasado. Inspirado, no en House, sino en un galeno de carne y hueso -William Stewart Halsted-, el Dr. John Thackery encarna el espíritu positivista de la época, la convicción de que la medicina puede (y debe) ganarles cada vez más terreno a la muerte y a la enfermedad. El enfrentamiento sanguinario con la Parca y sus aliados avanza a la par de otros duelos: con la omnipotencia divina, con la ética profesional y con las taras de tipo social e individual.

Los guionistas Jack Amiel y Michael Begler le dedican especial atención a la vulnerabilidad del racionalismo científico frente a ciertos prejuicios de la sociedad neoyorkina decimonónica. De hecho, el mismo protagonista y la mayoría de sus colegas comparten aprioris xenófobos, sexistas, racistas, clasistas con pacientes, enfermeras, camilleros, personal administrativo del Hospital Knickerbocker (cuyo apócope inspira el título de la serie).

En este sentido, la contrafigura de Thackery -el también cirujano Algernon Edwards- cumple con una función pedagógica: insistir en las contradicciones de un pensamiento que se considera de avanzada y que sin embargo atrasa a la hora de combatir la estigmatización del diferente. Aunque resulta trillado y previsible, el recurso molesta menos de lo pensado pues también opera como anzuelo narrativo en tanto desarrolla el vínculo de rivalidad (y admiración encubierta) que une a ambos personajes, y que potencia sus historias personales y la que comparten.

Sin dudas, la competencia entre Thackery y Edwards tiene raíces más profundas que aquélla protagonizada por House y el Dr. Eric Foreman, también de raza negra. Por lo pronto, la primera excede la cuestión estrictamente profesional desde el momento en que reconoce el pasado racista de USA, tema que el cine y la televisión estadounidenses desarrollan con notable insistencia desde la asunción presidencial de Barack Obama).

Amiel y Begler tienen el tino de abordarlo a partir de una perspectiva infrecuente, no tanto como ciudadanos dispuestos a denunciar -con la esperanza de enmendar- las taras de su país, sino como tantos otros mortales que cuestionamos la pretendida superioridad (moral, intelectual) del ejercicio de la medicina. Acaso el positivismo decimonónico ofrezca una de las pruebas más irrefutables de las limitaciones de un saber que algunos confunden con un don divino.

Según Rotten Tomatoes, de 53 críticos que reseñaron The Knick en los Estados Unidos, 45 celebraron el pase televisivo de Soderbergh. Los espectadores que aprovechen la invitación maratónica de Cinemax, y que además consigan ignorar la (inevitable) comparación con Dr. House, tendrán más chances de acordar con esa elogiosa mayoría.


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