Durante el desayuno papá intentó explicarme algo acerca del incendio y la explosión. No tenía nada que ver con lo que me había dicho el camionero de volar el fuego en mil pedazos. Ser camionero, me dijo papá, es una profesión que te vuelve bastante bruto; y él debía de saberlo bien porque durante muchos años había sido camionero. (p. 110, El incendio del arroyo)
A raíz de la lectura de “Ladrilleros” de Selva Almada mi buena amiga Rosa Berros me recomendó leer a Pablo Ramos. Me sugirió para iniciarme en él “El origen de la tristeza” una novela, me decía, de iniciación, igual que lo era la de Selva Almada. Es Pablo Ramos un bonaerense del barrio de Avellaneda y conoce al dedillo el entorno y la manera como crecen en él sus habitantes, auténticos supervivientes que se fraguan el futuro a golpe de ingenio, a veces de violencia, otras de imaginación y especialmente de hambre de todo, sobre todo afectiva.En “El origen de la tristeza” un chiquillo de apenas doce años cuenta lo que hace, lo que le sucede a él, a su hermano Alejandro y a los amigos del barrio de El Viaducto, situado entre la villa Mariel, las vías del ferrocarril Roca y el arroyo Sarandí. Él se llama Gabriel y aunque no le gusta ni un poco así el resto de la pandilla le dice ‘Gavilán’. En la novela lo vemos en tres momentos de su amanecer adolescente acuciado siempre por el deseo sexual que ha despertado en él con una fuerza irresistible. Estos tres instantes de su dejar atrás la niñez llevan por título “El regalo”, “El incendio del arroyo” y “El estaño de los peces”. Son tres capítulos de la novela que bien podrían funcionar como relatos independientes, como auténticos cuentos.
En “El regalo” Gabriel aparece solo, es decir, sin la cuadrilla de pibes de su misma o pareja edad que lo acompañan en los otros dos relatos. Aquí encontramos a Gabriel ilusionado por hacerle un buen regalo a su mamá que en estos momentos está encinta de una hermanita para él y para su hermano Alejandro quien trece meses mayor ya contribuye a la economía familiar trabajando a la salida de las clases en el taller de bobinas para automóviles junto a su padre y a Coco, el otro socio del taller. En el fondo Gabriel quiere competir con Alejandro entregando a la mamá un regalo magnífico pero para ello ha de reunir treinta pesos que intentará conseguir colaborando con Rolando, un buscavidas de 50 años que vive del engaño y cuya meta fundamental en la vida es proveerse del dinero suficiente para poder emborracharse debidamente. Rolando será para Gabriel su maestro de vida, su ciego que le enseñará no sólo el arte del engaño sino también un sinfín de cosas que le acompañarán, cual si de Lazarillo se tratase, durante toda su vida. Al tiempo que acompaña a Rolando en los timos que realiza a otros, Gabriel va creciendo siendo sobre todo el despertar del sexo lo que ocupa su tiempo y su cabeza por completo. Cuando visita el taller paterno de rebobinaje fantasea con las 'minas' (mujeres) desnudas que lucen impresas en papel las paredes del local. Hay una bellísima, Andrea C., ante la que su pulsión masturbatoria no se puede retener; el pensamiento mágico provocado por su edad, su fantasía y la palabrería de Rolando llevará a Gavilán a verla –real o imaginada- en una de las visitas que junto a su maestro realiza al Cementerio de Avellaneda donde se hará realidad para él el dicho barroco de la fugacidad de la belleza, de la verdad profunda de la existencia. Será su primera entrada en el concepto de tristeza.
En “El incendio del arroyo” encontramos al grupo de rapaces, siempre empujados por la pulsión del sexo emergente, enredado en la preparación de su estreno sexual con alguna meretriz. Todo lo tienen calculado, incluso el engaño urdido ante las familias de que están realizando una rifa para cambiar las camisetas (las ‘remeras’) de la equipación deportiva de fútbol 5 a la que pertenecen. La verdad es que el dinero que saquen lo destinarán a pagar los servicios sexuales de las prostituías que contraten. Cinco serán los beneficiarios y ahí comienzan los problemas: ¿quiénes serán los elegidos y por qué criterios se regirá dicha elección?, ¿Marisa, la única chica de la ‘barra’ (pandilla) también puede ser candidata?, ¿dónde realizarán el encuentro con las rameras?... Todo esto forma parte de sus preocupaciones. Otra es cómo lograr el alcohol con el que regarán la fiesta. Gabriel será elegido jefe de la pandilla y dirigirá como buenamente pueda el grupo, aunque siempre su hermano Alejandro estará allí para ayudarle. Finalmente deciden que sea en la propia escuela donde tenga lugar el encuentro con las meretrices para acordar el montante de la operación. El peligro estriba en que la señorita Cueto, directora del centro, los descubra. El giro que toman los acontecimientos es por demás divertido. Sin destapar el final simplemente diré que la desilusión, la tristeza, añade en esta resolución un ladrillo más en el enorme muro que la misma supone.
Por último, en el tercero de los capítulos o cuentos, “El estaño de los peces”, la desilusión, la tristeza sube muchos grados. Lo que en los dos anteriores no dejaba de ser un juego, incluso enternecedor como en “El regalo”, cobra en este último relato tintes de tragedia. Ya en el capítulo anterior el grupo de chicos compuesto por Gabriel y Alejandro junto a otros miembros como Carlón, el Percha, el Tumbeta, Marisa, el Chino, la Rata, Rindone, el Jaro, y algún otro más ya no muchacho como Celis se había visto perturbado por la desaparición temporal del Tumbeta, uno de sus integrantes. El Tumbeta era como un verso suelto dentro del grupo Pibes de Avellaneda dado que él asistía a una escuela privada y no a la del resto que dirigía la señorita Cueto; quizás por esto en “El incendio del arroyo” se relacionó con la barra del otro lado del río, que era vista con cierto temor y aprensión por los chicos. Estos devaneos con esos muchachos mayores provocarán que el Tumbeta se vea inmerso en este último cuento en asuntos más peliagudos, menos infantiles, más de… adultos. Con su actitud y el desenlace de la misma todos los chicos, en especial Gabriel, el narrador, se caerán del guindo. Su proceso educativo ha finalizado. La niñez ha sido abandonada definitivamente. Ya están todos ellos instalados en el mundo adulto. Han llegado a la tristeza. Es en este momento cuando entendemos perfectamente las dos citas iniciales que sirven de marco a la novela:
- la de Roberto Arlt:
‘¿Cómo describir mi llanto… mi odio… la desesperación de haber perdido el paraíso?’
- y la de J.P. Donleavy:
‘Y descubriste que crecías como tus padres. Que papá no era Dios, ni siquiera un buen vendedor, sino un hombre tembloroso y aterrado, en medio de una pesadilla’Me ha gustado mucho en esta novela la perfecta relación que como sin querer surge de la lectura de estos tres capítulos que bien podrían sostenerse de manera individual como cuentos. Me ha gustado mucho la naturalidad con que este chico, Gabriel, va descubriendo la vida, cómo la naturaleza humana se va haciendo presente en él tanto a nivel individual (el sexo, sobre todo, pero también el amor) como a nivel colectivo (social). Me ha gustado mucho la manera de escribir de Pablo Ramos que discurre con suavidad pero sin remilgos, que se adapta como un guante a la psicología de sus personajes. Todos ellos están provistos de individualidad propia. Aparte de Gabriel y de Alejandro me ha gustado la manera de presentar al padre: un hombre con iniciativas aunque también algo iluso que se mete en negocios de futuro que por fuerza dado el signo de los tiempos no han de salir bien; la madre, por su parte, es una mujer cariñosa volcada en sus hijos aunque ahora en opinión de Gabriel la hermanita le haya quitado protagonismo a él y a su hermano Alejandro. Ambos, el padre y la madre, viven plenamente integrados en el barrio con sus vecinos que no son otros que los padres de los otros integrantes de la pandilla de amigos. Y mucho me ha agradado ese estilo natural utilizado por Pablo Ramos que discurre con fluidez entreverando en el lenguaje habitual y comprensible para cualquier hablante de español algunos términos propios del lunfardo (lenguaje delicuencial argentino) que no impide para nada seguir el discurrir del relato; un relato en el que se muestra un tiempo que avanza inexorable en cada uno de los capítulos hasta llegar al final:
“y entonces lo supe: era el final, yo estaba viviendo el final de esto que acabo de contarles. Y ahí me quedé, hasta que se hizo muy tarde, hasta que ya no pude ver, brillando en el agua, el estaño de los peces”FinalUna novela magnífica que muestra el descubrimiento de la tristeza atisbada en la propia finitud de todo cuanto hay creado, personas y animales (peces de colores) incluidos. Esto es el mundo adulto al que todos los niños desean llegar. Una enorme tristeza, pues, que se va descubriendo a cogotazos, a golpe de desilusiones y desencuentros, de separaciones, de finales irremediables como el presentado dentro de la propia novela que como bien dice Gavilán, dirigiéndose directamente a nosotros, nos acaba de contar y nosotros acabamos de leer.
En 2017 la novela fue llevada al cine en un film dirigido por Oscar Frankel, amigo suyo. El guion corrió a cargo del mismísimo Pablo Ramos que refundió los tres capítulos en una historia unitaria. La película fue el debut del director en el mundo de los largometrajes.
Sobre el autor (tomado de la primera edición de la novela publicada por Malpaso, enero de 2014)Pablo Ramos nació en el suburbio bonaerense de Avellaneda en 1966. Es poeta, músico y narrador. Ha escrito las novelas El origen de la tristeza (Malpaso, 2014), La ley de la ferocidad (Malpaso, 2015) y En cinco minutos levántate María (2010). Su libro de relatos Cuando lo peor haya pasado obtuvo los premios Fondo Nacional de las Artes (Argentina, 2003) y Casa de las Américas (Cuba, 2004). En 2012 publicó la colección de cuentos El camino de la luna. Su obra está traducida al francés, el portugués, el ruso y el alemán.