Pero esta expresión no es original de Gadafi ni de Berlusconi; hay que remontarse a febrero de 1910, y tiene como protagonista a uno de los más importantes representantes de la literatura del siglo XX: Virginia Woolf.
Unos años antes, en 1852, un tal James Hogg, editor británico, señaló que el término Bunga Bunga era el nombre que usaban los lugareños para referirse a un lugar cerca de Moreton Bay, en la costa oriental de Australia
Pero volvamos a Virginia Woolf y a 1910.
Nacida como Adeline Virginia Stephen, pronto impulsó el círculo de Bloomsbury, un conjunto de intelectuales británicos que durante el primer tercio del siglo XX destacaron en el terreno literario, artístico o social.
"Su filosofía descansaba en el desprecio por la religión y su reacción contra la moral victoriana. Todos se consideraban miembros de una élite intelectual ilustrada, de ideología liberal y humanista. Propugnaron especialmente la independencia de criterio y el individualismo esencial". (1)
El mayor éxito de este grupo se conoce como el Dreadnought hoax. Consiguieron poner el ridículo a la sacrosanta Armada Real Británica, haciéndose pasar, disfrazados y maquillados, por miembros de la realeza Abisinia.
Ataviados de esta guisa, y con una gran dosis de descaro, consiguieron realizar una visita al buque insignia de la Armada, el HMS Dreadnought. El grupo fue recibido con toda la pompa y circunstancia propios de una visita de estado.
Los hechos se sucedieron más o menos así.
La comitiva la formaban, en realidad, el poeta Horace de Vere Cole, Virginia Woolf, el siquiatra y escritor Adrian Stephen (Hermano de Woolf), Guy Ridley, el autor y naturalista Anthony Buxton y el artista Duncan Grant. Todos ellos miembros del Grupo de Bloombury.
Se disfrazaron con turbantes y ropajes exóticos se oscurecieron la piel con maquillaje y se plantificaron barbas y bigores postizos.
La propia Virginia Woolf se disfrazó de hombre.
Uno de ellos, Adrian Stephen, se hizo pasar por "intérprete", un alemán llamado "Herr Kauffmann" y otro, Horace de Vere Cole, asumió el papel de acompañante del grupo en representación del Foreign Office.
El caso es que, así ataviados, se presentan en la estación de Paddington, en Londres, y solicitan un transporte especial que les lleve al puerto en el que estaba amarrado el buque insignia de la Armada Británica, con el propósito de hacer una visita oficial.
Nada más salir de la estación, un cómplice cuya identidad jamás fue revelada (firmó como Sir Tudor Castle -otra parte más del absurdo), envió un telegrama avisando de la llegada de la "comitiva real" al buque:
Príncipe Malaken de Abisinia y corte llegan 4.20 hs. Weymouth. STOP. Quiere ver Dreadnought. STOP. Lamento último momento. STOP. Olvidé telegrafiar antes. STOP. Llevan intérprete. STOP.El mensaje, enviado originalmente al secretario Foreign Office fue reenviado al vicealmirante Sir William May, al mando del HMS Dreadnought; ni uno ni otro no se enterarían del engaño hasta pasados varios días.
Llegados al buque, la marina recibió a los "príncipes" con todos los honores propios de una vista de estado.
Fueron recibidos por el almirante Sir William May, se interpretaron los himnos (por la premura de la visita no encontraron el himno de Abisinia ni su bandera, así que usaron los de Zanzíbar), pasaron revista a la guardia que formaba frente al barco y comenzó lo visita.
Y es entonces cuando la farsa adquiere sus tintes más absurdos. Mientras recorrían las instalaciones del buque, se comunicaban entre ellos en una especie de suahili inventado, a lo que añadían fragmentos de Homero y Virgilio (en griego y latín, claro) que pronunciaban de forma incomprensible.
Y para rematar la faena, cuando algo les llamaba especialmente la atención, exclamaban "bunga bunga" como muestra de admiración.
Terminada la visita el grupo se marchó al son del "God save the Queen".
Por supuesto, una vez a salvo, uno de los impulsores de la farsa, Horace de Vere Cole, se encargó de hacer llegar a la prensa la noticia del engaño con la correspondiente fotogafía de la comitiva "real".
La noticia acabó en todos los medios londinenses de la época.
La marina inglesa fue el hazmerreír de todo el país y el asunto se debatió en el Parlamento.
Pero no llegó la sangre al río, más allá de las bromas que la sabiduría popular no dudó en utilizar:
- El vicealmirante May no podía salir de paseo sin que los chicos lo siguieran al grito de Bunga-Bunga.
- En las visitas posteriores al acorazado, los visitantes también usaban Bunga Bunga en señal de admiración;
- Y cuando el auténtico emperador de Etiopía visitó Inglaterra tiempo más tarde, también era perseguido por niños que gritaban "Bunga Bunga".
- Y ya, de postre, cuando en 1915, en plena Primera Guerra Mundial, el HMS Dreadnought hundió a un submarino alemán, se recibió un telegrama de felicitación que decía textualmente: "Bunga Bunga"
Tampoco a los protagonistas les llegó a pasar nada puesto que no habían infringido ninguna ley. El único que sí lo hizo fue el cómplice que envió el telegrama, y nunca fue identificado.
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Les cuento todo esto con el único propósito de introducirles la figura de Virginia Woolf, a quien #RecomiendoLeer encarecidamente.
Encontrarán numerosa bibliografía sobre ella, su obra y las adaptaciones cinematográficas de algunas de sus novelas. Busquen y encontrarán.
Les dejo con un fragmento de uno de sus ensayos:
A veces he soñado que, cuando amanezca el día del Juicio Final y los grandes conquistadores, legisladores y hombres de Estado acudan a recibir sus recompensas, sus coronas, sus laureles, las lápidas con su nombre indeleblemente inciso en imperecedero mármol, el Todopoderoso se dirigirá a Pedro, y le dirá, no sin cierta envidia, cuando nos vea llegar con nuestros libros bajo los brazos:
- «Oye, estos no necesitan recompensa. Aquí nada podemos darles. Son amantes de la lectura».
Virginia Woolf.
¿Cómo hay que leer un libro?
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Bibliografía:
• The Bloomsbury Group.
• Página 12; un poco de bunga bunga.
• Pompa y Circunstancia (min 2:00)
• Dreadnought hoax
• How a bearded Virginia Woolf and her band of 'jolly savages' hoaxed the navy.