Amandla, álbum publicado en 1989, no es de los mejores discos que creó Miles Davis, el mismo tipo que dio vueltas al jazz, por muchos uno de los mejores músicos del SXX. Al escucharlo hoy su sonido aparece contaminado por los peores vicios que nos dejó la década del 80 (esas cámaras, ese funk pulcro de frecuencia modulada). Muy poco para el hombre que se jactaba de torcer varias veces la historia del jazz moderno gracias a sus bruscos y geniales cambios de rumbo sonoros. Pero, asimismo, Amandla sirve, gracias a su dibujo de portada, para conocer otro aspecto de la vida de Miles: el de su trabajo como pintor.
Entre 1975 y 1980, Miles dejó de tocar para profundizar y al final abandonar su brutal adicción a la cocaína. Y fue al culminar ese período cuando, de manera autodidacta y casi terapéutica, para terminar de limpiar su cuerpo y su mente de la ingesta de drogas que mantuvo durante casi cuatro décadas, tomó el pincel y se dedicó a plasmar sus pensamientos en el lienzo, con su trompeta de entrada mirando la escena en el más absoluto silencio. Lo que empezó como un hobbie se convirtió en una verdadera pasión para el músico, a tal punto que desde 1980 tomó clases en New York con el pintor Jo Gelbard.
Las influencias del Miles pintor se encuentran tanto en Pablo Picasso como en su amigo Jean Michel Basquiat y sus grafittis pop impregnados del hip hop pionero, grafittis que dialogan con el Miles más callejero de On The Corner. La abstracción del ruso Vasili Kandinsky; la estética del Grupo Memphis, comandado desde Milán por el austro italiano Ettore Sottsass y el arte tribal africano también marcaron su mirada. “Su trabajo es un remolino de bailarines, amantes andróginos entrelazados, y figuras fantásticas y caricaturescas a las que llamó ‘robots’”, afirmó el crítico Richard Williams desde las páginas del diario británico The Guardian.
La rutina de Miles incluía pintar durante la mañana durante más o menos cinco horas, luego practicar con su instrumento un par de horas, boxear (chequear su disco Tribute To Jack Johnson, dedicado al primer campeón mundial negro de los pesos pesados) y finalmente componer y a grabar. “Pintar para mí es terapéutico. Mantiene mi mente ocupada con algo mientras no estoy tocando. De chico dibujé cómics con caras puestas al revés para lograr algo distinto”, señaló por ahí Miles, quien alguna vez confirmó su legendario mal genio con la prensa al exigirle a un periodista que publicara sus dibujos en su nota porque, en caso contrario, él no le respondería ninguna pregunta.
Alguna vez se comparó la manera de tocar la trompeta de Miles con las formas cubistas de Picasso. La reflexión del músico al respecto fue muy clara: “No sé si mi caso es como el de Picasso. Quizás a mi manera yo cambié la música. Pero no es que sea un genio, sino que no pude hacer otra cosa”.
Muy pocas de sus pinturas se exhibieron durante su vida y fue sólo después de su muerte que las más de 100 obras realizadas por Miles comenzaron a recorrer galerías y museos del mundo por derecho propio. Su importancia como pintor llegó al punto de que él mismo aceptó publicar un libro en el que explica su arte. Se trata de The art of Miles Davis. Está escrito en forma de entrevista y ofrece la oportunidad de entender cómo el músico concebía las artes visuales. En él, Miles explica con sus propias palabras cómo su mente crea pinturas cuando no está haciendo música. El libro se editó acompañado de setenta y cinco reproducciones de sus pinturas.
Su último concierto europeo fue en París en 1991. Allí tocó teniendo como fondo una de sus pinturas de gran tamaño. Si bien sus pinturas nunca van a constituir una amenaza para su legado como músico, ni van a igualar ese legado, parece no haber dudas de que ellas constituyen otra vía para adentrarnos en su mente oscura y misteriosa.