Revista Cultura y Ocio

El Padre Brown en Los Boliches

Por Calvodemora
El Padre Brown en Los Boliches


Una vez olvidé un libro de Chesterton (El candor del Padre Brown) en la playa de Fuengirola. Era una edición de bolsillo de Alianza. En ocasiones se me va la cabeza y pienso que el Padre Brown está allí, entre las tumbonas, pidiendo que alguien le haga hablar. Los personajes piden que se les dé voz. De alguna forma mágica, existen en nuestra memoria con la misma firmeza que las personas. Algunos, los más dramáticos o los más cómicos o los más épicos, están ahí en la misma consideración sentimental que personas a las que tratamos y a las que quisimos. Al Padre Brown le tengo el afecto que nunca le dispensé a párroco alguno. No porque uno los rehúya, ni porque no crea que se pueda ser una relación enriquecedora, sino porque nunca tuve ninguno en mi círculo social. 

Borges decía, a propósito de cómo hacía Chesterton que su personaje pensara: "Presenta un misterio, propone una aclaración sobrenatural y la reemplaza luego, sin pérdida, con otra de este mundo". No sé si los clérigos jugarían hoy en día a estos juegos de reemplazamientos racionales. La aclaración sobrenatural contrae menos compromisos intelectuales. La pesquisa detectivesca no confía en la injerencia divina. "Soy un hombre. En consecuencia, todos los diablos residen en mi corazón", dice el sacerdote en El candor del Padre Brown, el libro de relatos dejado en la playa. Hasta aquí llega la teología en el carácter del detective. Puestos a crear rivalidades con Sherlock Holmes, me parece que me inclino por el personaje de Chesterton. Está menos expuesto, se le conoce menos. La escritura policial de Chesterton, a la que vuelvo de cuando en cuando, gana en hondura psicológica a la de Conan Doyle. Me atravesarán los acérrimos del investigador de la calle Baker, pero en literatura, en eso de los afectos y los amores, no existen argumentarios. Me pregunto si alguien recogería el libro en la playa. Si ahora sabe que es de él de quien hablo. De camino, cerramos el verano. Olvidaremos libros en los parques (ojalá no) o en las mesas de interior de los bares, pero es más narrativo perderlos en la playa.

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