Empezó como actriz de adolescente, cuando Víctor Erice vio en ella a su estrella de ‘El sur’. La cámara fue y es su ventana al mundo. Como directora, aborda problemas sociales a través de personas a la búsqueda de sí mismas. Iciar Bollain, la cineasta española más influyente, cumple treinta años de carrera.
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“Oía mi nombre y me retumbaba, lo escuchaba hasta con eco. Pensaba: ‘Hala, soy yo’ . Me llamaban a mí sola. Allí era Iciar y solo Iciar. Me individualicé. Y, sí, supongo que me gustó”.
La primera vez que Iciar Bollain tuvo conciencia de ser alguien singular fue a los 15 años, en el rodaje de El Sur, la mítica película de Víctor Erice en la que se estrenó como actriz. Hasta entonces, se sentía parte de un binomio. El que formaba desde su nacimiento en 1967 con su gemela Marina. Una unidad bicéfala y femenina en medio de una familia llena de chicos, con dos hermanos por arriba, otro por abajo y un tropel de primos cerca. Iciar y Marina, Marina e Iciar, eran las medianas, las gemes, las niñas de la casa. Un hogar de clase media con padres profesionales -él ingeniero, ella profesora- lo bastante intelectuales -”talibanes”, bromea Iciar- como para bregar con su prole sin tele. En ese guirigay, se llamaba a una o a otra gemela indistintamente. “Éramos un pack.Y me venía bien, porque yo era enfermizamente tímida y Marina era la extrovertida, la que daba la cara, la portavoz. Hasta que el cine me obligó a ser yo sola y sacar la mía. Fue el cine el que me sacó afuera”.
Iciar Bollain sigue hablando bajito, pero sabe lo que quiere decir, y lo dice a su manera. Desde aquella revelación de su individualidad, la interpretación, primero, y la escritura y la dirección cinematográfica, después, han sido su medio de expresión. Porque Bollain actúa, escribe y rueda sobre todo para comunicarse con el prójimo. Por eso está aquí. Para presentarKatmandú, un espejo en el cielo. La aventura vital de una joven española -inspirada en Vicky Sherpa, la autobiografía de la maestra catalana Victoria Subirana, interpretada por Verónica Echegui- que encuentra su lugar en el mundo a miles de kilómetros de su casa educando a los niños más pobres de Nepal. Su sexta película como directora después de firmar clásicos como Flores de otro mundo y Te doy mis ojos.
Ella misma pone cara de asombro cuando se le recuerda que este año cumple treinta de carrera. Tres décadas en las que se ha convertido, quizá, en la mujer más influyente del cine español. Desde luego, en la más versátil. Una actriz solvente, pero sobre todo una guionista y directora respetada por la profesión y por el público. Dueña de un estilo personal con el que aborda grandes problemas sociales -la violencia de género, el desarraigo, la pobreza, la conciliación- a través de pequeñas historias de personas en tránsito. De gente a la búsqueda de algo o de alguien. De paz, de afecto, de asideros, de la pieza que complete su rompecabezas. Y todo eso lo ha hecho Iciar a su modo. Sin alzar la voz. Sin alharacas. Como es ella. Tranquila en las formas e inquieta en el fondo. Atractiva sin apabullar. Entre convencional y alternativa. Con esa especie de aura entre indie y zen que esconde, apuesto algo, una combustión interna. Un ascua que asoma, si te fijas lo suficiente, en la indisciplina de su pelambrera roja y el brillo terco de sus ojos verdes. Esta debe de ser la mirada Bollain.
El cine fue su ventana al mundo, ¿lo sigue siendo? Totalmente. Yo soy muy de la tierra, más de Madrid que nadie. Me gusta ir por calles que conozco. He viajado, me parece una de las cosas más esponjantes, y no me importa irme a rodar cuatro meses a Bolivia, como hice en También la lluvia, o a Nepal, con Katmandú. Pero no soy nómada, sino caracol, y casi tan seta como de pequeña.
Sin embargo, el viaje está presente en su obra desde la excursión de chicas de ‘Hola, ¿estás sola?’. Sí, y es muy raro porque yo tengo clarísimo cuál es mi sitio, mi espejo en el cielo que dice la protagonista de Katmandú. Es un terruño en Colmenar donde triscaba de niña en casa de mis abuelos y que es aún donde me relajo. Tengo mucha raíz, pero me salen personajes a la búsqueda de su identidad y todo eso. Me lo tendré que mirar [ríe]. Es algo que tengo muy dentro, esa envidia de la gente que se atreve a echar raíces en otro sitio. Me quedo clavada con Españoles por el mundo. Me fascina eso de tener que cambiar tus coordenadas y ajustarlas a una realidad distinta, darte cuenta de tus prejuicios y de que das demasiadas cosas por sentadas.
Otra constante es su empatía con sus personajes. Desde el maltratador de ‘Te doy mis ojos’ a los intocables nepalíes de ‘Katmandú’: los retrata sin juzgarles. Sospecho que es un ejercicio que he hecho siempre de forma intuitiva. Cuando escribes un guion, te tienes que meter en la cabeza de cada personaje, lo tienes que hacer hablar y reaccionar al otro. Y para eso tienes que escuchar mucho. Me fascina la facilidad con que la gente te cuenta su vida. Debe de ser porque nos escuchamos poco, y cuando alguien lo hace, se lo cuentas todo. Mi lucha como directora es bajarme del estereotipo, porque si no, no vas a hacer nada que la gente no sepa o imagine. Yo voy al cine buscando emoción: risa, miedo, compasión, y supongo que eso es lo que quiero ofrecer con mis películas.
¿En qué consiste el ‘estilo Bollain’? No soy consciente de eso, pero hay algo que me dijo Borau, al que tengo en muchísima estima: “Haces un planteamiento tan sencillo y directo que desarmas al espectador, y así, desarmado, se cree lo que le cuentas porque parece que no hay artificio”. Claro que lo hay, y él, que es un maestro, lo sabe. Desde que haces un casting y no otro hay truco. Supongo que tiene que ver con saber dónde vas y qué buscas. Pero yo no me observo, no veo mis pelis. Vivo dos años abducida, no sé cómo mi familia me soporta, pero luego hay un extrañamiento. Hace poco vi un poco de Hola, ¿estás solas?, y me partía. ¿Yo he escrito esos diálogos tronchantes? Yo ya no soy esa Iciar.
La Iciar de hoy es esta mujer de mediana edad -”aunque por dentro no me siento mayor, el espejo y el calendario dicen que tengo 44 años, y eso es más de la mitad, ¿no?”-, reputada cineasta y madre de una familia casi tan numerosa y tan de chicos como en la que creció. La profesional de prestigio. Pero también la comedianta que se divierte posando con los exagerados corsés que le propone la estilista en un guiño al corpiño que le prestó su amigo Lorenzo Caprile para la pasada edición de los Goya. Una ceremonia a la que Bollain asistió en su doble calidad de directora del filme También la lluvia, nominado en 13 categorías, y de vicepresidenta de la Academia de Cine solo unos días antes de dejar su cargo tras la crisis desatada por el entonces presidente, Alex de la Iglesia, y sus discrepancias con la ley Sinde. Iciar tuvo en ese momento la oportunidad de dar un salto hacia arriba, pero, en un gesto que habla de su carácter, prefirió darlo a un lado. El suyo. “Hubo quien me reprochó que no me presentara a presidenta, pero nada más lejos de mi ambición. Creo que se puede hacer mucho desde puestos más discretos. Pero sobre todo, yo lo que quiero es hacer pelis. Irme a Nepal y currar mucho y venir con un trabajo e intentar que a la gente le llegue”.
Eso hizo. Y por eso, para vender su nueva película, está aquí, embutida en una coraza de escamas que le hace cintura de avispa y pechos y caderas de superheroína entre futurista y prehistórica. “Mis hijos se van a partir, parezco un Gormiti”. Los tres niños de 11, 8 y 4 años que tiene con su pareja, el escocés Paul Laverty, guionista habitual del director británico Ken Loach, aparecen frecuentemente en la conversación.
La importancia de los vínculos familiares, sea cual sea la naturaleza de esa familia -biológica o elegida-, no son solo uno de los temas recurrentes de su cine. Ha insistido en realizar la sesión de fotos por la mañana, por temprano que fuera, porque así estará en casa cuando “los críos” salgan de clase. Se ha mudado de barrio -del caótico y multicultural Lavapiés al señorial y burgués Retiro- porque allí hay más zonas verdes y calidad de vida para los pequeños, a los que ahora puede llevar andando al colegio que escogió por su parecido con el que ella misma tuvo de niña. Fue allí, un día de exámenes, donde una carambola determinó su futuro profesional.
En 1982, Víctor Erice buscaba a su Estrella particular. La narradora adolescente de su película El Sur. Apostado en la entrada del instituto Santamarca del madrileño barrio de Chamartín, Erice, “un señor con barba muy amable”, según recuerda Iciar, esperaba una aparición. “Pasaban muchos chicos y chicas. Pero fue ella la que me llamó la atención. La abordé, hablamos, y le pedí una foto que aún guardo. Si la elegí fue por su presencia, su vitalidad y su inteligencia. Su mayor cualidad es la intuición. Estoy seguro de que destacaría en cualquier oficio que hubiera escogido”, responde hoy el director cuando se le pregunta qué vio en aquella chica pelirroja exactamente igual a otra de las escolares, su gemela, que se quedó tan perpleja como Iciar cuando se enteraron de que la elegida era la más sosa de las dos. “Marina, que era graciosísima, una artista de la pista, se presentó la primera al casting, y yo, al revés, casi ni le hice caso, porque iba con prisas a un control. Creo que fue ese aplomo de decirle que no podía pararme, junto con el hecho de que el personaje de Estrella era introvertido y callado y yo tenía ese perfil, por lo que Erice me llamó a mí”, sostiene Iciar.
Aparte del descoloque de Marina -”nos separamos, el mundo cambió de repente alrededor”, dice hoy la otra Bollain, también actriz además de cantante-, el fichaje de la niña supuso un alegrón para sus padres, que no solo no se opusieron a su insospechada carrera artística, sino que prácticamente la conminaron a entregarse a fondo. “Mi padre había visto El espíritu de la colmena y era fan arrebatado de Erice”, cuenta Iciar, “así que cuando fue a firmar el contrato de lo que él creía que era un proyecto de aficionados y vio quién era el director, casi se desmaya. Llegó emocionadísimo y me dijo que ni se me ocurriera llevarme un libro al rodaje. Perdí el curso, claro”. Y no solo el curso. “Fue entrar en otro mundo. Salir de tu ambiente, de tu familia y tus colegas, de un mundo chiquitín, y entrar en uno grande: de adultos, de trabajo. Veía a todos afanándose y aquel tinglado me pareció fascinante, no me sentí fuera de lugar. Sin embargo, a la vuelta, la que se perdió un poco fui yo”.
Tras el éxito de El Sur, el nombre de Iciar Bollain entró en las agendas de productores y directores deslumbrados por el magnetismo de ese nuevo rostro. “Me llamaban paracastings. Todos daban por supuesto que era actriz, pero yo lo pasaba fatal porque no tenía ni pajolera idea de cómo lo había hecho. No tenía ningún recurso y seguía con esa vocecita y esa timidez mía. Me bloqueaba. Sufrí mucho”. Hasta que, a los 18 años, tomó, esta vez sí, la decisión propia de ser actriz profesional. Contrató a un representante. Tomó clases de interpretación y canto a la vez que estudiaba bellas artes. Actuó en varias películas. Y comprobó que, sí, aquello era lo suyo, pero no solo aquello. “Soy muy dura conmigo misma, no me creo ni la mitad de las cosas que hago como actriz”, confiesa, aunque cree que ha ido mejorando y, sobre todo desde que es directora, disfruta más interpretando. Sin embargo, ya desde delante de la cámara, veía que “lo de detrás tenía rollo”. “Yo soy muy gregaria. El actor está muy solo porque su trabajo es ese: aislarse para concentrarse. Pero detrás había mucha fiesta, me atraía y decidí pasar un tiempo al otro lado a ver qué se cocía. Con mi pareja de entonces, empecé a producir, a dirigir cortos. Me dije: ‘Esto mola’. Y aquí sigo”.
Fue en medio de ese ir y venir cuando se produjo otro encuentro decisivo. En 1994, el director británico Ken Loach buscaba actrices españolas para su película Tierra y libertad, sobre la Guerra Civil. Iciar fue una de las que vio. Y de las que se prendó, y no solo como actriz. “Todos los estudiantes de cine deberían ver el trabajo de esta mujer”, escribió Loach años después en The Observer a propósito de Te doy mis ojos. Claro que el verdadero flechazo -y el más fértil: una película y tres hijos juntos- se produjo entre Bollain y Paul Laverty, guionista y amigo del director. “Sí, supongo que Tierra y libertadsupuso un punto de inflexión”, admite ella. “Fue justo antes de Hola ¿estás sola?, mi primera película como directora, y la forma de trabajar de Loach fue estimulante. Y, claro, si Ken no hubiera venido, no nos hubiéramos conocido Paul y yo, y menos vestidos de milicianos, que tiene su aquel”.
Puede que ella ya no se reconozca en los diálogos de Hola, ¿estás sola?, pero su hermana Marina aún la está viendo y oyendo en esa época. “Me encanta esa peli. Es, con Te doy mis ojos, mi película favorita de Iciar porque es muy ella, está llena de guiños nuestros, hasta el título. Esa era la pregunta de un novio que me llamaba a todas horas”, certifica Marina por teléfono con una voz y una risa idénticas a la de su gemela. “Iciar lleva dirigiendo desde pequeña. Hablar no hablaba mucho, se dedicaba más a leer, escribir y observar. Siempre ha tenido una mirada más allá, siempre ha visto más cosas que el resto”, dice Marina, madre de dos hijas criadas entre Berlín y Madrid con las que los niños Bollain-Laverty forman “una pandilla interesante” entre castiza y cosmopolita con las referencias de su madre y su padre.
Laverty, “cohibido”, se resiste de primeras a ofrecer su opinión sobre el trabajo de su compañera, con la que escribió el guion de También la lluvia: “El mundo está lleno de parejas poniéndose por las nubes el uno al otro”, se excusa. Pero finalmente envía unas líneas por correo electrónico. “No puedo ser objetivo, pero siempre he respetado a la gente que está dispuesta a arriesgarse a fracasar por probar algo nuevo. Antes de rodar, trabaja a lo bestia. Rodando, tiene una extraña mezcla de habilidad para dirigir, buena organización e instinto. Lucha por lo que quiere, exige, pero también escucha, y ayuda el hecho de que sonríe a menudo. Creo que Iciar es más feliz dirigiendo que escribiendo o actuando. Y su género afecta obviamente al modo en que trabaja y observa el mundo”.
Tiene gracia que Laverty incida en el asunto del género porque es precisamente ese tema en el que Iciar se muestra más apasionada. Bollain es miembro de CIMA, la Asociación de Mujeres Cineastas y de los Medios Audiovisuales, que promueve la paridad femenina delante y detrás de las cámaras y los medios. Cuando le pregunto si cree que, a estas alturas, es necesario un colectivo de este tipo, eleva solo un punto el tono.
“Lo que creo es que la imagen que el audiovisual y los medios ofrecen de las mujeres no se corresponde con cómo somos. Nos presentan, demasiado a menudo, como víctimas, o como guapas, o las dos cosas. Y luego nos sorprenden encuestas como la que decía que las chicas piensan que deben complacer al chico, y que el chico debe protegerlas. ¿Cómo no, si siguen creciendo con esos modelos? El audiovisual tiene que estar contado por todos; si no, será cojo. La asociación no es antigua, lo que es antiguo es la imagen que se sigue dando de nosotras”.
Ella misma confiesa que uno de esos estereotipos, “ese timo que nos han vendido a lassuperwomans de que tenemos que poder con todo”, tuvo que ver con su única crisis personal. La de los 40. “Se me juntó la lactancia de mi último hijo, con los otros dos pequeños, con querer trabajar, y ver que no llegaba. Eso de que tienes que estar maravillosa con tu pareja, con los niños, en el trabajo, en el espejo. Vete a la porra.Mataharis nace de ese desbordamiento. Es mi película más desapercibida, pero la más íntima”.
A la directora no le gusta la fórmula “una película de Iciar Bollain” con la que los productores presentan sus filmes. “Me parece poco leal. Las firmo todas, claro, y tomo las decisiones, para eso me pagan. Pero una película es de muchos. Me gusta trabajar con gente que hace propuestas, que aporta, porque creo que sacas más de todo el equipo si logras que la gente sienta la peli como suya y se implique”. Sobre todo, los actores. Bollain es de los directores que disfrutan y hacen disfrutar -y sufren y hacen sufrir- con los castings. Que se lo digan al actual presidente de la Academia, Enrique González Macho, productor de muchos de sus filmes.
“Iciar sabe lo que quiere y no acepta imposiciones. Provoca emoción a través del rostro de sus actores y sus personajes, y en eso es inflexible. Tiene mucho ojo, ella es actriz, y de las mejores de este país aunque esté desaprovechada, y sabe lo que pide. Da igual que sea una estrella que un aficionado. Se emperró en coger a Luis Tosar, entonces un desconocido, para el gañán de Flores de otro mundo, y yo no lo veía. ‘¿Dónde vas con este? Allá tú’, le solté. Hasta que lo vi actuar y reconocí: ‘Hostia, es él’. Lo mismo pasó con el actor boliviano de Tras la lluvia, o ahora con el nepalí de Katmandú. Iciar es sus ojos. Su mirada. Como actriz y como autora. Sus películas son siempre progresistas, en el sentido social, en el de la condición humana. Sus personajes no son buenos buenísimos ni malos malísimos, solo personas”.
Tampoco son bellezas despampanantes. No lo es su “muso” Tosar. Pero es que cuando sí lo son, como Verónica Echegui, su protagonista en Katmandú, no lo parecen. La hermosura de sus personajes no apabulla ni intimida. Sale de dentro afuera y no al revés. Así lo ve ella: “Para mis repartos busco gente interesante. Normal. Especial, pero cercana. Si vas a ver una película es porque merece la pena lo que te cuenta esa persona. Además, lo de guapos o feos es relativo. Luis puede ser una cosa u otra según se lo proponga”.
Al aludido, Luis Tosar, no le duelen prendas a la hora de reconocerse “hermanastro o hijo putativo” de la directora en el sentido de que ambos han “crecido y evolucionado juntos” desde aquel casting de Flores… al que él, fan de Hola, ¿estás sola?, acudió tan seguro de que iba a ser rechazado que le espetó a la directora: “No te voy a servir, tengo acento gallego”. Pero le sirvió. Para esa película y dos más. De esa confianza nació una relación en la que ambos ganan por mucha piel que pierdan. “Iciar es la que más me exige, y la que más me saca. Me lleva a lugares muy complicados. El cabrón de Te doy mis ojos, el tipo sin escrúpulos de También la lluvia. Deja correa suelta a los actores, quizá porque ella lo es, pero no se conforma, pide más, y eso mola, porque aunque salgas pelado, te extrae lo mejor”. Él, que la conoce bien, no ve rara esa dualidad nómada-sedentaria y convencional-alternativa de Bollain. “Precisamente porque tiene su vida bien amueblada, se la complica con el cine, para salir a ver qué hay ahí fuera. Es inquieta y valiente. ¿No ves su pinta de montañera?”.
No le falta razón. Acabada la sesión de los corsés imposibles, Iciar vuelve a su uniforme de diario. Vaqueros, camiseta de colorines, botas de batalla. Y recupera ese halo zen que, afirma, no tiene tanto que ver con su supuesta paz interior como con sus discapacidades. “Soy miope, medio estrábica, torpe, estoy bastante handicapada“. Por eso, ella, capaz de dirigir a cientos de personas, no conduce. Debe de ser de las pocas cosas que se le resisten a alguien que, aunque como actriz se ha caído alguna vez “con todo el equipo” -eso de estar en un pase de prensa y que los periodistas se descojonen con escenas dramáticas”-, no conoce el fracaso como autoraº. Al menos, hasta ahora: “Vivo consciente de que después de dos años de trabajo, puede llegar un señor y decir que la tuya es una película fallida, que me parece lo más, vivir eso. Pero alguna vez pasará, porque eso es parte de este business”.
Mientras, vive al día en sus frentes. El trabajo, la familia, el espejo: “Es lo único que llevo mal de la edad. Te miras y no ves que has hecho un montón de pelis y tienes tres críos sanos. Ves la arruga. Y, sí, piensas en hacerte algo. Soy actriz, y tengo una imagen. Pero voy a tomarme mi tiempo. Ese va a ser mi próximo curro: vivir esto, y vivirlo bien”.