Revista Arte
El paisaje como motivo de una vida, de una inspiración, de un sentido artístico, o de una poesía.
Por ArtepoesiaCuando los seres humanos quieren triunfar en alguna de las cosas que el mundo ofrecerá a los elegidos -¿elegidos?-, la manera más segura de poder hacerlo es dedicarse solo a una de todas las posibles cosas de la vida. ¿Qué es triunfar? ¿Existe, realmente, el concepto de elegidos? Es tan oscuro el asunto como llegar a comprender la diferencia que existirá entre un genio y alguien que, exactamente, no lo es. Una vez nació un ser humano, un hombre vulgar, en el ducado francés de Lorena hallá por el comienzo del siglo XVII. Lorena fue un territorio, todo un ducado, entonces independiente de Francia hasta el año 1766. Es muy curioso esto para entender la Historia de Europa. Cuando ahora hay territorios -en este caso un condado, lo único que fue Cataluña- que se quieren independizar a comienzos del siglo XXI, ya existieron ducados, territorio jurídicamente mayor que un condado, que ya dejaron de ser independientes en el siglo XVIII. ¿Se entiende esto...? Bueno, pues en Lorena, en aquel territorio independiente por entonces, y situado en la parte nororiental de Francia, nacería este hombre al que hoy dedico las imágenes -poco definidas, ya que desgraciadamente, en una de ellas, el Museo del Prado ha dejado de ofrecer libremente sus imágenes de Alta Resolución en su Galería On Line- tan maravillosas de estos dos tan maravillosos paisajes.
Claudio de Lorena (1600-1682) pronto se quedaría huérfano de su padre, un campesino algo acomodado de Luneville (Ducado de Lorena), y acabaría siendo enviado él con 12 años a vivir con su hermano en Friburgo de Brisgovia, al suroeste de Alemania, algo cerca del ducado de Lorena. Su hermano mayor era escultor y le enseñaría a dibujar muy pronto. Pero, debía ganarse la vida él de otra forma, y como los loreneses son famosos pasteleros, marcharía a Roma para trabajar allí en este oficio confitero. Pero, allí, en la artística Roma, tuvo la suerte de entrar a trabajar en talleres de pintores que, aunque poco famosos, le enseñaron el bello Arte de la pintura. A Claudio ya le habría gustado, desde que su hermano le enseñara a dibujar, el sentido de hacerlo él ya eso todo el resto de su vida. Pero, ¿lo eligió él, o fue elegido...? Sin embargo, sí hubo algo que él sí eligió, que el sí racionalizó, inteligentemente, para, al menos, triunfar... Decidió dedicarse a pintar, de acuerdo, pero decidió hacerlo sólo en una cosa, en algo concreto en lo que él sería el mejor, el único casi en toda la Historia que lo consiguiera. Eligió él tan solo pintar paisajes, nada más que paisajes, sólo paisajes, los mejores, los más sensibles, los más poéticos, los más elaborados, o los menos paisajistas del mundo...
¿Qué hay en los paisajes, mejor dicho, en los lienzos maravillosos de paisajes, del gran pintor barroco Claudio de Lorena? ¿Barroco? Pero, ¿cómo es posible que esto sea Barroco? Pero, ¿el Barroco no era otra cosa? ¿No era pasión, fuerza, embrujo desgarrado, colores contrastados, error humano, asalto sobrehumano o losa despiadada de una curva ladeada, ensartada o moldeada por la fatalidad, la falta de equilibrio o la vulgaridad más bella del mundo? Sí, claro..., pero, además, el clasicismo, el clasicismo de los paisajes barrocos de Claudio de Lorena. ¡Qué barbaridad! No hay manera de entender el Arte... Pero, es que el Arte es deseo humano, ¿qué tiene que ver que ese deseo haya nacido ya en un periodo artísticamente concreto...? Por esto el pintor de Lorena fue ya inteligente. ¿Pintar como ya lo hacían Velázquez o Rembrandt o Rubens? Imposible para triunfar. Toda una lección de vida aquí, de elección inteligente para, al menos, poder vivir del Arte. Y lo consiguió. Fue un elegido, sin duda, todo un genio del Arte; pero él mismo, también, decidió hacer otra cosa: ser el mejor en una sola cosa, no hacer lo que hicieron los demás, sino lo que él sabría hacer mejor, lo que él entendió ya como la mejor poesía que pudiera componerse en un lienzo.
Dos muestras aquí, solo dos muestras. También, aquí, habrá que elegir... Una obra titulada El pastor, ubicada en la National Gallery de Arte de Washington, D.C., otra denominada Paisaje con las tentaciones de san Antonio, del Museo del Prado. Dos obras contrastadas aquí por el sentido bucólico una, y por el sagrado la otra; por el color luminoso y brillante y sosegado una, y por el oscuro tenebroso, ensoñador, misterioso, terroso y opaco la otra. En ambas, la poesía de la imagen llevada al máximo. ¿Hay aquí, en ambas obras de Arte, otra cosa que sensibilidad poética en las perfectas, clásicas y equilibradas líneas de un paisaje profundo, grandioso, exorbitante e inmenso? No. Y eso fue lo que fue Claudio de Lorena, el mejor poeta pintor del Arte... del paisaje que él hiciera. Nadie lo hizo como él, nadie consiguió todo eso, todo, es decir, clasicismo y poesía, brillantez y claroscuro, renacimiento y barroco, naturaleza y ser humano... Porque, en los paisajes de Claudio de Lorena siempre habrá seres humanos. No entiende el pintor un paisaje sin ellos. No, no, no hay paisaje sin hombres... ¿Qué sentido tiene el paisaje si no es para vivir el hombre en él?
En su lienzo El pastor, de cuya fecha exacta de creación no he conseguido averiguar nada, el autor compone el amanecer -porque debe ser un amanecer- más extraordinario que en un paisaje de un lienzo pueda llenarse todo un cielo casi. Es aquí la fuerza del amarillo ahora, ese que surge para alumbrar la vida y los pensamientos del pastor. En la vulgaridad de un pastor podremos aquí, tal vez, ubicar ahora el sentido del Barroco al cual pertenece el pintor por nacimiento. Es un simple personaje totalmente desconocido, no ningún héroe de leyenda o sátiro mitológico, más propio del Renacimiento. Sin embargo, todo lo demás es clasicismo. Perfecta composición clásica en un entorno natural muy equilibrado. ¿Hay algo ahí, en esta obra, fuera del sentido más perfecto de la vida? El otro lienzo tiene reminiscencias más clásicas aún. Un claustro aquí derruido compuesto de columnas y arcos de los de antes, esos del período más clásico, del orden más maravilloso de la vida más clásica, insigne, elogiosa ya de la vida más primorosa y ajena a la más vulgar de los hombres. Y, ¿qué menos vulgar que un santo, un ser que, aquí, luchará ahora por vencer, tan elegantemente, sus tentaciones...? Porque, aquí, no habrá ni súcubos ni mujeres ensoñadoras que tienten al hombre, ni monos, ni flores, ni cosas bellas o curiosas que le distraigan con un paisaje floreciente. No, no, tan sólo la luz divina, esa que, entre nubes tormentosas, dejaran aquí ver el rostro del hombre. Solo, detrás de él, y lejos, se vislumbrarán ahora, vagamente, los otros seres, los diferentes, los alejados de la verdad y de la visión magnánima y consoladora de una bella, pequeña y eterna luz...
(Óleos de Claudio de Lorena: Cuadro El pastor, siglo XVII, National Gallery de Arte de Washington, D.C.; Lienzo Paisaje con las tentaciones de san Antonio, 1638, Museo del Prado, Madrid.)
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