Revista En Femenino

El panadero y el banquete

Por Ana María Ros Domínguez @anaroski

Y llegó la noche de Navidad, Nochebuena, como tradicionalmente se le conocía en aquel país, y es que un año más se celebraba el nacimiento de Jesús de Nazaret en un humilde pesebre.

El gran palacio se llenó de comensales, pero esta vez, no eran personas de etiqueta, ni siquiera había sangre azul, se trataba de personas de sangre roja, venidas de distintos lugares de la gran urbe, había de todo, entre los asistentes, un arco iris de personalidades, caracteres e ideas.

Soñadores, pasivos, inquietos, amantes del vino de cartón, desesperados por tener una oportunidad, otros simplemente habían renunciado ya a tenerla. Iban llegando poco a poco, algunos ya se conocían, habían coincidido alguna vez, y no podían creer lo visto ante sus ojos.

Aquella noche dejaron de ser invisibles, un grupo de personas les atendía, les sonreía al pasar por su lado y se sentían arropados, sentían el calor humano, algo que se echa de menos en las frías calles, donde la soledad de la conciencia es lo único que acompaña.

De repente llegó ella, cuán hada madrina de cuento, irradiaba felicidad, lo había logrado, se sentía satisfecha con lo conseguido, y esbozaba amplias sonrisas ante los disparos de las cámaras que querían ser testigos de aquel momento, ese momento en el que 250 personas sin ningún tipo de recursos, disponía de una mesa llena de viandas, gracias a su varita mágica, y a la ayuda de otras personas implicadas en el proyecto.

Pero llegó el día siguiente, y todo volvió a la realidad, tal y como ocurriera en el cuento de Cenicienta, la carroza volvió a ser calabaza, las sillas fueron cambiadas por cartones en el suelo, y de aquella noche tan solo quedaban unos tuppers que garantizarían el aprovisionamiento un día más.

Entonces, Rogelia, pensó en su niñez, aquella preciosa etapa en la que no tenía que luchar para saber donde dormiría, en la que tenía casa, cuidados, una familia que la arropaba y era feliz. Y recordó a aquella monja, y eso que Rogelia, no era creyente, pero no pudo evitar acordarse de aquellas palabras mientras la madre misionera de la compañía de María les explicaba la situación de los negritos de África a los que había estado ayudando, una situación, que mucho tenía que ver con la suya ahora. Y esas palabras golpeaban en su mente, lo importante no es dar de comer, aunque siendo solidarios ayudemos, lo importante es enseñarles a que hagan su propio pan, a que sepan construir un pozo, a que sepan pescar, para eso, hay que enseñarles a construir una caña y manejarla.

Mientras lo pensaba, una hoja de periódico empujada por el viento, llegó a sus manos, en el titular ponía: “El ayuntamiento deja a distintas asociaciones sociales sin recursos”.

Entonces lo entendió, todo lo de la noche anterior había sido una pantomima, un engaño, unas viandas de lujo de cara a la galería, de cara a los focos de los flashes, entonces recordó a Pepa, aquella voluntaria de aquel comedor, que siempre le sonreía cuando iba a calentar el estómago.

No quiero una cena mágica, quiero salir de aquí pensó, mientras una lágrima rodaba por su semblante, quiero tener una nueva oportunidad, y desde hoy, con los recortes, lo tendré aún más difícil.


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