En la campaña presidencial de Obama para las elecciones de 2008, es cuando tuvimos por primera vez constancia del valor que aportaba la tecnología a la hora de "redirigir convenientemente" el discurso según la tipología de ciudadano al que nos estuviéramos dirigiendo.
Obama ganó, sin lugar a dudas porque fue la propuesta mejor planteada de todas las campañas, pero ¿cuánto de ello se debió al uso brillante del big data?
Parte de esa investigación posterior la publiqué en su día bajo el título, para nada pretencioso, "Cuando el Big Data permite controlar el voto de un país", y es que la estrategia seguida por ese equipo de científicos de datos durante los años posteriores (no hablo ni de semanas, ni de meses, hablamos de años), permitió generar un mapa demográfico que resultó ser un verdadero éxito.
La campaña de Obama fue diseñada por la tecnología, y no al revés, como ocurrió en el resto de candidatos, y eso le permitió al final obtener mayor apoyo del que seguramente hubiera obtenido sin tener tal volumen de información valiosa en su poder. Y lo mejor de todo, a un precio mucho más optimizado. 40 millones de dólares menos, para ser más exactos.
Asistencia y visualización de resultados
8 años más tarde, la tecnología empieza a ser constante en las campañas estadounidenses, y poco a poco va llegando a nuestro país. La política del siglo XXI es una política dirigida por la dictadura de los datos. Algo que hace apenas una década parecía ciencia ficción.
De cara al ciudadano, creo que ha quedado patente en estas últimas elecciones la presencia casi hegemónica de sistemas de visualización de datos como metodología de comunicación política.
Tanto los medios de comunicación, como las herramientas propias del gobierno, y de cada partido político, han sido gestionados por sistemas optimizados en la visualización de los datos.
Por TorresBurriel realizaban recientemente un repaso a la usabilidad de buena parte de estos servicios (ES), con sus aciertos y sus deficiencias.
En el caso americano, también hemos visto propuestas por centralizar y solucionar algunos de los problemas más habituales del conteo posterior a las votaciones mediante tecnología. Microsoft presentaba en Junio (EN) un sistema para evitar el error que ya se había producido con anterioridad en Iowa, cuando se dio por ganador al candidato que en realidad había resultado perdedor.
Pero esta es solo una ínfima parte de todos los esfuerzos tecnológicos que están a día de hoy dirigiendo las campañas presidenciales.
La punta de un iceberg en el que la analítica de datos dirige el discurso y las comunicaciones de cada candidato, explotando de forma masiva la información que "legalmente" un partido político puede obtener, y poniendo en riesgo las libertades y derechos de cada ciudadano.
Sistemas demográficos enfocados a la política
Cambridge Analytica (EN) es una de esas compañías que ha visto filón en el análisis de datos demográficos, defendiendo el concepto de " perfiles psicográficos ". Ted Crud, el candidato republicano, reconocía recientemente que había pagado unos 750.000 dólares por tener acceso a estos perfiles.
La compañía emplea información de encuestas para clasificar a los votantes por sus características personales: transparencia, escrupulosidad, extroversión, complaciencia y neuroticismo.
Con esta información, el partido republicano ha elaborado una compleja hoja de ruta de campaña, amparada tanto en canales puramente digitales (email marketing, Facebook Ads,...) como analógicos (picar a la puerta, dejar publicidad en los buzones,...) enfocada a la personalidad de cada potencial votante.
No hablamos ya por tanto de conocer el interés general de una ciudad, con vistas a que el representante político de turno modere adecuadamente su discurso a las necesidades de los que le van a escuchar.
Hablamos de una campaña que ha sido diseñada a nivel atómico, del individuo. De una comunicación modularizada para según qué oído va a escucharlo. Un trato personal, hipersegmentado, que maximiza el éxito.
Porque ahora quien va a recibir ese email, o va a ser bombardeado por Facebook. Quien va a abrir la puerta o a recoger la carta del buzón, se encontrará con una comunicación creada ex profeso para esa tipología de persona, que será previsiblemente distinta a la del resto de vecinos, aunque vivan en el mismo edificio y compartan muchas otras inquietudes.
Algo que Donald Trump no ha hecho, y que parece haberle pasado factura.
Por la parte demócrata, encontramos la estrategia de Hillary Clinton, que apuesta por la tecnología detrás de Groundwork (EN), una startup que Eric Smith (conocido y reconocido demócrata) financia, y que cuenta con el expertise de antiguos estrategas del gobierno de Obama, así como de ex-trabajadores de Google, Facebook y Apple.
Lo que se hace dentro de The Groundwork parece un verdadero misterio (EN), empezando por su página, en al que algunos incluso parecen ver relaciones con el símbolo Iluminati.
Se sabe que están aportando "datos de inteligencia", analítica y monitorización que dirigen la campaña de la demócrata, haciendo hincapié en esos 15 millones de votantes indecisos.
Recopilan datos de Facebook y de voluntarios contactados, eventos en los que estas personas están presentes, y hasta aplican técnicas OSINT, por ejemplo con las donaciones públicas a las que el partido (y cualquiera) puede tener acceso. Con eso, generan patrones y construyen modelos que intentan sintetizar el sentiment de esos posibles votantes, que alimenta la segmentación del sistema de email marketing y demás canales comunicativos. Una vez allí, entran en juego estrategias de optimización de marketing más tradicionales, como son el lanzamiento de pequeñas pruebas y su posterior monitorización y optimización mediante test A/B. El sistema influye en la decisión de en qué intervalos del timing televisivo deben mostrar los anuncios.
The Groundwork ofrece también una suerte de CRM político, en el que en vez de consumidores, tenemos votantes, y esta herramienta dirige y registra todas y cada una de las acciones dirigidas a cada persona, con un control del embudo de conversión que acciona, según el caso, distintos canales a lo largo del tiempo.
El avatar político
Y recalco, esto es solo la punta del iceberg. La polifacética cara que la política puede mostrar es un catalizador perfecto para tejer una sociedad de control efectiva.
Un circo que se mueve al ritmo de una batuta algorítmica, y donde el papel del representante pasa por ofrecer un mimetismo específico para cada caso.
Así, no me extrañaría que tarde o temprano acabemos por hacer realidad aquel capítulo de Black Mirror sobre el avatar político. Ya hemos tenido acercamientos anteriores, como aquel holograma que permitió al primer ministro turco Recep Tayyip Erdogan estar a la vez en varios eventos distintos, y el éxito que están cosechando en Japón algunos "artistas" creados artificialmente.
Porque ponerle rostro humano a la máquina es quizás el último frente que aún no se ha derribado. Porque detrás de ese representante, sea de carne y hueso, o esté hecho por bits, hay a día de hoy YA un entramado tecnológico (con sus limitaciones) que dirige los hilos.