La exploración. Ay, amig@s, qué sensación tan maravillosa. La grandeza de los videojuegos es poder interactuar con un mundo mágico a través de nuestros mandos, y qué mejor manera que interactuar con un paseíto
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Ahora bien, uno puede pasear todo lo que quiera, pero no lo hace por hacer, busca algo. Siempre que hay un gran campo por el que vagar tiene que haber algo fantástico que encontrar, si no ¿para qué? Para perder mi tiempo ya hago eso que llaman deporte (puaj, al aire libre, con bichos que al matarlos ni subo de nivel ni nada)
Con lo que la cosa se queda en lo que buscamos cuando investigamos y eso nos llega al paradigma de la exploración. Explorar no debería ser sólo ¡Coño, ha aparecido un pikachu salvaje! sino que tendría que llevarnos a buscar los factores de la suma riqueza de la historia del mundo + profundidad de su geografía + relación con nuestro personaje, todo ello abrazado por un halo de fantástica intriga y una pizca de misterio. Sin embargo, cuando uno se embarca en busca de algo en un videojuego, puede darse el curioso caso de que, en el típico mundo fantástico-medieval, un fulano te diga “Existe una cueva al norte en la que dicen que hay un tesoro de la hostia custodiado por un dragón que te cagas”. Entonces tú vas, entras en una cueva que está al lado del pueblo donde te encontraste al tipo que te habló del tesoro y entras. No hay tal dragón, no es más que una lagartija de nivel 8, la cueva es un agujero en línea recta y el tesoro es un cofre perfectamente custodiado con un elemento de equipamiento que está ñe.
Y te quedas raro. En un mundo medieval en el que no hay televisión ni consolas ni nada para entretenerse más que darse un garbeo o ir de muchach@s ¿nadie se ha metido en esta cueva a darle por el culo al bicho éste y quedarse con el tesoro? No tiene sentido, la verdad.
Muchas veces se nos hace pensar que eso es exploración ya que a este tipo de situaciones aluden las respuestas a las preguntas “¿El mapa del mundo tiene exploración?”. Pues no, amigos míos, exploración es lo que hizo Cristobal Colón cuando dijo que se iba para las Indias y se encontró con América por el camino, llamando a la gente de allí “indios” y esperar que nadie se diera cuenta de que no era India en realidad. Eso es exploración, descubrir algo que nadie más ha conseguido, sentirse gozoso cuando has encontrado eso tan maravilloso. Tiene que ser difícil, tiene que costar y tiene que estar repleto de misticismo, si no, caca.
Siguiendo esa línea, cabe destacar que todo era más maravilloso antes de la llegada de internet (Sí, abuelo; y el agua sabía mejor); más concretamente, cuando el canal de comunicación más global que teníamos a nuestro alcance era el patio del colegio. Allí también convivían trolls, gilipollas en general y el amigo de un amigo mío que sí, había logrado resucitar a Sephiroth. Final Fantasy VII fue el videojuego con el que está exploración mística enraizó en mi vida de gamer. La pregunta que flotaba tras cada bocadillo de nocilla estaba ahí, pegando muy fuerte en la cabeza de uno “¿Se puede resucitar al amigo del pelazo gris?”. Como si no se tratara de un videojuego, sino de un ente orgánico, todos nos lanzamos a intentar descubrir nuestra India particular. Retorcimos la lógica del juego, nos encontramos con soldados dando vueltas en la noria, parpadeos de una florista en una iglesia, su espada como objeto seleccionable, un flashback de Hojo coqueteando con la idea… pero nada. Ni América, ni Indias ¡Pero sí exploración!
Y fue fantástico. Lamentablemente, ahora quien se ponga con el Final Fantasy VII desde cero, jamás podrá vivir aquel peculiar momento de la vida jugona. Ahora se meterá en internet, leerá que eso fue una bonita anécdota, y a otra cosa, perdiéndose uno de los momentos más potentes de la exploración en videojuegos.
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Pero ahora llega a nosotros internet y la exploración se complica ¿cómo plantear la búsqueda de algo misterioso si contamos con toda la información del mundo? El fulano de la lagartija y el cofre te dirá “amigo, puede haber una cueva o no”, para darle al asunto un poquito de misteior. Tú, directamente te metes en la web y buscas la localización de la gruta, vas y te quedas tan contento, pero ¿y si empleamos internet como un mapa? ¿y si conseguimos que nadie nos diga que hay ( o no) una cueva? ¿y si el juego únicamente nos da a entender que su mundo entraña misterios y punto?
Tal cosa sucede en Dark Souls. El mundo en el que todo se desarrolla no explica nada, pero tú sabes que hay cosas ocultas, muy ocultas por aquí y por allá. El título de From Software simplemente te suelta en el campo, transformándote a ti en el tío que se pregunta si existe realmente una cueva qué explorar. Si te acabas el juego y no has dado con la cueva, no pasa nada, nada cambia, no hay premios, sólo es una cueva. Pero tú eres un explorador. Así recurres al mapa universal de información, pero no buscando algo concreto, si no intentando discernir qué carajo entraña el lugar en el que te has metido.
Así se consigue una relación distinta con el vehículo spoileador por excelencia, recurrimos a él como mapa, no como la línea alienante que brota de la mano de Isaac Clarke. Como mapa, internet no te da una respuesta concreta a las preguntas que plantea Dark Souls, tan sólo opciones que se multiplican una vez estamos en el campo.
¿Es por ello que los videojuegos deberían contar con la presencia de internet como parte de la ecuación a la hora de plantear la fórmula de la exploración? Dark Souls aporta mucha claridad a esta pregunta pero ¿Se debería ir un paso más allá? Cuevas aleatorias, premios aleatorios, incluso misterios y tramas que se generen de manera aleatoria… e internet incapaz de guiarnos totalmente pero sí de indicarnos las mejores corrientes para que nuestros barcos lleguen a buen puerto, o quien sabe, perdiéndonos en alguna América fascinante en su lugar.