Rompemos hoy en este blog una práctica que ha venido siendo constante desde el primer día, allá por el 2 de abril de 2007: no dedicar textos a películas en cartel. Esta norma, implantada deliberadamente en la convicción de que el poso del tiempo, como sucede con los vinos, con los libros, con las personas, y con tantas y tantas otras cosas, es un ingrediente imprescindible en la interpretación y valoración de cualquier película (el ejercicio de un comentario reposado, reflexionado, es enemigo directo de la inmediatez: ¿cuántas estupideces se han dicho de estrenos que luego han sido capitales en la historia del cine o, al contrario, ninguneados y desaparecidos, sólo porque se confunde el comentario con la publicidad?), se rompe hoy ante otra práctica, esta ajena, que resulta preocupante: la extraña unanimidad en la valoración de un filme. Gravity podría no ser más que otro caso, tan común en los últimos tiempos, de película inflada mercadotécnicamente gracias al concurso de una crítica complaciente y de unos medios de comunicación que, deudores de sus negocios, se deciden a no contravenir los dictados de las grandes corporaciones a las que pertenecen tanto ellos como las productoras cinematográficas, o bien a seguir la marea mayoritaria, en la creencia de que no llevar la contraria al gran público es el camino más corto para mantener su parroquia. Esto sería así, sin más, si no se diera un supuesto llamativo: Gravity es una buena película. Ello parece cerrar el debate, pero no es así: lo abre, lo abre mucho, y no para bien.
No queda más remedio que constatar una evidencia: técnicamente, la película de Cuarón es magistral. Complicadísima de rodar, el director mexicano logra un virtuosismo que difícilmente encuentra comparación en cualquier otra producción de este siglo, y en buena parte de las del anterior, dentro y fuera del género de la ciencia ficción o del cine ambientado en el espacio (que no es lo mismo). Todo funciona en su puesta en escena, desde la recreación realista de lo que es el actual desarrollo de la tecnología espacial hasta la plasmación de las características y condiciones naturales del medio en el que transcurre la historia (luces, sonidos -o más bien ausencia de ellos-, panorámicas, etc.). Mención especial merecen tres aspectos: el destilado tratamiento visual, la integración de los elementos tecnológicos y físicos en el guión y, extremo que no siempre se ha destacado debidamente, la banda sonora, que incluye tanto la estupenda partitura de Steven Price como unos efectos de sonido -o falta de él- que se intercalan dramáticamente en la historia, creando atmósfera (nunca mejor dicho) y sirviendo narrativamente al objeto primordial del argumento. Todo ello, con el complemento inmejorable de unas interpretaciones sobrias y algo distantes (obviamente, tratándose de personajes casi permanentemente tapados y que, por fuerza, escapan a la visión directa del espectador) que, especialmente en el caso de Bullock, suelen ser superiores a lo habitual en los actores protagonistas (Clooney acepta encantado su papel secundario en una trama que, en otras manos, tanto en la dirección como en la producción y la actuación, no vacilarían en convertirlo en macho heroico salvador, listillo sabelotodo). ¿Dónde está, pues, el problema de Gravity? ¿Por qué no nos sumarnos sin más a la corriente dominante que aplaude unánimemente esta obra sin reservas? Como suele ser común, en el guión, y en tres problemas principales: la debilidad de la premisa del drama, el ineficiente uso de los recursos narrativos ligados a los personajes, y la anticlimática ansia de Cuarón de buscar trascendencia más allá de la acción, intentada, a nuestro juicio, a través de medios erróneos.
La película empieza directamente en el momento en que va a estallar el drama: no conocemos a los personajes, no están definidos y no sabemos cómo se relacionan entre sí. Lo poco que Cuarón esboza de ellos ahonda en el tópico: Matt (Clooney) es un veterano capaz y resolutivo que vive su último viaje y Ryan (Bullock) una novata que se encuentra en su primera experiencia espacial tras un adiestramiento de seis meses. Sin embargo, Cuarón acierta al excluir del drama el enfrentamiento generacional, y lo enmarca más bien en una relación de protección paternalista del hombre para con la mujer. Más adelante, cuando Cuarón siente que debe profundizar en los personajes, en lugar de buscar el conflicto humano (en vez de un tipo enrollado y una chica frágil, por ejemplo, podría haber retratado a un presuntuoso ridículo y charlatán, o una tía borde y seca, o a ambos, y que deban interaccionar y crear sinergias para sobrevivir), se vuelve acomodaticio y autocomplaciente, de manera que se trata de una cuestión del hombre frente al azar, y no de seres humanos entre sí. Por tanto, la elaboración de Cuarón no va muy lejos: Matt se queda como estaba, pero a Ryan le inventa un pasado traumático con pérdida de un ser querido. Este recurso facilón y lacrimógeno no está a la altura del resto de la construcción del filme.Por otro lado, al introducir la situación de tensión desencadenante del relato sin mostrarla gradualmente, con antelación suficiente, como una amenaza creciente, concentra el suspense en muy pocos minutos y por tanto lo convierte en sorpresa (la vieja teoría de Hitchcock y la bomba bajo la mesa): desde que la anomalía -muy pillada por los pelos: el lanzamiento (método absurdo donde los haya) de un misil por parte de los rusos para desmembrar tecnología obsoleta que se mantiene en órbita… ¿Cómo iban a hacer los rusos algo así sabiendo que hay astronautas americanos de paseo espacial? No estamos en la Guerra Fría…- es anunciada por radio hasta que desemboca en los personajes no hay elaboración del suspense: la situación se produce sin mostrarse y, al instante, se presenta. No hay tensión creciente, sino un estallido de la misma, es decir, un efecto sorpresa vacío. Al mismo tiempo, como Cuarón no nos ha mostrado a los personajes, el espectador asiste a unos fuegos de artificio que afectan a dos personajes con los que no ha establecido conexión emocional, con los que no ha empatizado, con los que se busca una conexión a posteriori, haciendo descansar toda la carga de reconocimiento en ellos en la situación de terror asociada al abandono espacial, a la muerte segura, detalle que, en su choque inicial, está narrado de manera excesivamente precipitada y superficial, sin tiempo a despertar la angustia real. Pero, al mismo tiempo sabemos que, cuando Hollywood dedica 90 minutos a la lucha de salvación de un personaje encarnado por una estrella, éste nunca muere, razón por la que sabemos de antemano cuál va a ser el final del personaje de Ryan. Esto ofrece otro flanco de debilidad: dado que no sentimos proximidad con los personajes porque Cuarón nos ha privado de cualquier episodio dramático que nos permita conocerlos y asimilarlos, la situación de riesgo tampoco traspasa la pantalla con total efectividad: no es lo mismo sentir temor por un personaje al que se aprecia que por uno que resulta indiferente. Si a eso añadimos el tópico del astronauta que muere junto a la fotografía de la familia que le espera en la Tierra, el patinazo se amplifica.
Por último, los guiños de Cuarón, en plan 2001 de Kubrick, a las cuestiones existenciales de la vida y la muerte, secuencia onírica de por medio incluida, no terminan de encajar bien ni con el tono general de un thriller de acción (que es lo que es Gravity) ni con el ejercicio de “realismo espacial”, un tanto distante de la ciencia ficción”, del que dota al resto de la producción. El hecho de que esa acción se detenga para recrearse en una puesta en escena del útero materno, cordón umbilical incluido, contrasta con el interés primordial de Cuarón en su historia. A esto se puede objetar igualmente algún momento de tensión por la supervivencia que, no se sabe muy bien si por una vocación de llevar el realismo a las últimas consecuencias, termina derivando en una consecuencia risible (los episodios del extintor, por ejemplo, la puesta en marcha al tuntún de los distintos módulos, la apertura del módulo sumergido…), lo cual tampoco termina de cuadrar con el tono general de la historia.
Estas objeciones aquí resumidas no se exponen con afán de desmentir a la inmensa mayoría crítica y al gran público que han aplaudido casi unánimemente esta película, sino para hacer notar que a menudo los análisis, al menos desde el punto de vista crítico, no son ni todo lo pormenorizados ni lo exhaustivos que quizá deberían ser para que los críticos no parezcan un grupo de corifeos y palmeros de las productoras, Warner en este caso. Con todo, además de por encontrarnos ante una película del espacio que, contra lo que suele ser habitual, no resulta ni fría ni metálica, recomendamos vivamente esta obra, en su condición de espectáculo visual y de impecable técnica cinematográfica, como producto de primer orden.