“Perdone camarero, pero mi sopa está fría”.
Cuantas veces no habremos oído este requerimiento o similar por parte de algún cliente insatisfecho. Pese a que en algunos casos la “queja” es justificada, en algunos otros, sencillamente no, y es que existen personas acostumbradas a tomarlo todo sólo si está muy caliente.
Hoy veremos los peligros en nuestro organismo de ingerir alimentos demasiado calientes.
Para empezar, la primera zona afectada cuando llevamos un alimento caliente en exceso a nuestra boca son las membranas bucales, que se verán más afectadas e inflamadas cuanto más caliente esté el plato degustado. De la misma forma, las papilas gustativas de la lengua también se pueden inflamar o enrojecer.
Pero esto son las consecuencias a nivel externo, puesto que una vez el alimento haya pasado por la boca, se conduce por el tracto digestivo hasta el estómago, irritando a su paso todo el tejido del esófago y otras zonas afectadas. Una vez en el estómago, el alimento se une con los ácidos estomacales que se ven obligados a aumentar la temperatura de nuestro cuerpo, debilitando así la barrera natural del estómago contra los ácidos.
Esto a la larga puede llevar a la aparición de una úlcera u otros problemas gástricos que pueden llegar a revestir gravedad.
Una de las preguntas más habituales es si comer muy caliente provoca un mayor riesgo de sufrir cáncer de esófago, y auque hasta hace unos años no se había comprobado definitivamente, lo cierto es que análisis más recientes han demostrado que esta afirmación puede ser cierta.
Además, recordemos que cada alimento necesita de una temperatura óptima para ser consumido, y si la excedemos, se pierden muchas de las propiedades y nutrientes originarios.
En realidad la solución es muy simple: debemos distinguir entre una comida “caliente” y la misma comida “exageradamente caliente”. ¿No hace falta indicar la respuesta correcta, verdad?