Dicen que no existe montaña tan sagrada y singular como el macizo del Penyagolosa, en tierras de Castellón. Cuesta llegar a los pies del Penyagolosa porque la carretera que asciende hasta Vistabella del Maestrazgo es estrecha, sinuosa, una carretera de alta montaña. Pero el tiempo empleado bien merece la contemplación de esta mole emblemática. No es la más alta, porque por 29 metros de diferencia es el Cerro Calderón quien ostenta este título. Pero sí que es la más mítica, el centro de la mirada de un montañero, geólogo, fotógrafo o peregrino.
Una extraña cima y un paisaje muy diverso. Porque según la orientación del Penyagolosa podremos estar andando tanto por una mole rocosa como por bosques de pinos, enebros y sabinas, donde los arroyos fluyen libremente entre las umbrías formadas por robles y tejos. Un paisaje que fue humanizado desde tiempos antiguos. Un paisaje rural que fue deshabitándose y donde, la vegetación fue apropiándose de los bancales, los cultivos, las masías…
A los pies de esta peña nos encontramos con el santuario de San Juan de Penyagolosa, un antiguo convento de monjes cenobitas que se convirtió en el centro de las peregrinaciones de los pueblos de alrededor y sobre todo de los romeros de Les Useres.
Trece peregrinos recorren 35 kilómetros descalzos, en silencio y con gran respeto. Todavía siguen respetando su fiesta de origen medieval que se celebra el último viernes del mes de abril desde el siglo XIV. Su ofrenda fue debida a la salvación de una epidemia de peste. Hay más peregrinaciones a la montaña sagrada. El mes de junio y la noche de San Juan resultan muy especiales para esta montaña. Árboles, fuentes, piedras y antiguos símbolos sagrados vuelven a ser venerados por personas ávidas de mantener unas tradiciones ancestrales cuyo símbolo mágico se pierde en la noche de los tiempos.
Sentados en cualquier camino ya sentimos esa sensación extraña. Es tierra de leyendas. Y miramos las sabinas y los pinos mientras los rayos del sol se filtran entre sus troncos. Cuentan que estos árboles fueron encantados por un monje que decidió dejar la vida monástica para ayudar en la Guerra de la Independencia. Hasta supo organizar un ataque contra Suchet. Cuando el monje murió y llegó al cielo, San Pedro no le quiso abrir por haber abandonado la vida contemplativa para convertirse en guerrillero. Pero el santo, reconociendo todo lo bueno que había hecho el monje durante su vida, le concedió un deseo. El monje le pidió que le devolviera a aquella tierra que tanto había defendido. Y San Pablo le convirtió en una sabina que colocó muy cerca del santuario.
Montaña mágica en la que la noche de San Juan crece muy escondida la falaguera. Muchos la buscan para recoger las esporas y pedir amor y felicidad.
Llama la atención en el santuario que su puerta principal se abra mirando hacia la cumbre y la fuente y no hacia la plaza como hubiera sido lo más lógico. Parada y fonda de montañeros y senderistas. Albergue y restaurante. Un área recreativa. Un camino adaptado hasta el santuario. Una bonita plaza con un olmo. Una fuente y una cruz dando la bienvenida.
Y una iglesia de una sola nave a media luz. No te asustes cuando entres y veas una silueta inmóvil ante ti. Cuando la vista te lo permita verás que es la imagen de un monaguillo colocada cerca del pasillo central.
¿Otras rutas por el Maestrazgo?
Mirambel, la bella mirada desde la celosía del Maestrazgo
Santuario de la Balma, entre tierras de leyendas del Maestrazgo