Revista Cultura y Ocio

El periodista y su verdad

Publicado el 18 enero 2016 por Molinos @molinos1282


El periodista y su verdad- Moli, tienes que leer El periodista y el asesino , de Janet Malcom. - Ahá, ¿de qué va?- De periodistas y periodismo. - Lo apunto. 
En 1970, la mujer y las dos hijas de Jeff McDonald, un médico del ejército estadounidense, aparecieron brutalmente asesinadas. McDonald fue juzgado por un tribunal militar y declarado inocente. Durante 8 años vivió libremente hasta que un tribunal civil puso en marcha un nuevo juicio contra él. McDonald, llevado a mi modo de ver por una ingenuidad infinita (era a principios de los 80), contactó con varios periodistas para que alguno de ellos contara su historia. Joe McGinnis, un periodista ya famoso por haberse ocupado del caso de Nixon, aceptó el encargo. 
Durante todo el juicio, McGinnis fue aceptado como un miembro más del equipo de defensa de McDonald y entabló amistad con él. McDonald fue declarado culpable y encarcelado, y en los 4 años siguientes mantuvieron una correspondencia "amistosa", mientras McGinnis escribía el libro con toda la historia. 
Cuando el libro fue publicado, convirtiéndose en un best seller, McDonald, que no había podido leerlo antes de su publicación, demandó a McGinnis por haberle engañado.  Consideró que McGinnis se había hecho pasar por su amigo para ganarse su confianza, al tiempo que escribía un libro en el que lo retrataba como un asesino cruel, violento y adicto a las drogas. Durante la celebración del juicio contra éste por fraude, Janet Malcom entra en acción.  McGinnis le pide que escriba su historia. (Sí, lo mismo que le pidieron a él).
¿Qué hace Malcom? 
En primer lugar, intenta no repetir lo que hizo McGinnis y no engañar, y, por ese motivo, pierde enseguida la confianza del periodista y sus abogados, y tiene que recurrir a otras fuentes. 
Malcom reconstruye la relación entre ambos personajes: asesino y periodista. Lee documentación, habla con abogados, expertos, amigos, conoce a McDonald, se entrevista y se cartea con él. Dada la posición que tiene, intenta ser objetiva, ecuánime y equilibrada, pero en mi opinión no lo consigue. 
Según vas leyendo, piensas que ella se considera mejor periodista y mejor persona que todos los que aparecen en el libro. A pesar de que no dice que crea que McDonald es inocente, es evidente que McGinnis no le cae bien. Es decir, ni es objetiva ni imparcial. No pasaría nada si no fuera porque ella pretende vender la moto de que sí lo es. Y no lo es y se le nota. 
Hasta aquí la historia. Ahora, mis reflexiones de garrafón. 
El libro contiene unas cuantas reflexiones sobre el periodismo bastante interesantes, que confirman mi impresión de que por alguna razón los periodistas tienden a creerse seres superiores y que su trabajo es una especie de actividad heroica a salvo de errores, completamente imparcial, en la que si hacen algo incorrecto es siempre por la búsqueda de la verdad y el bien común. 
A lo mejor en un pasado mítico y remoto, y en algunos ejemplares de periodistas, esto sigue siendo verdad pero, en general, el periodismo no es ni heroico, ni imparcial ni está a salvo de errores. 
La cita con la que empieza el libro es muy famosa y yo estoy muy de acuerdo. (El periodista que prologa el libro, sin embargo, la considera "una generalización en exceso desde su propia experiencia", algo que todos sabemos que jamás hacen los periodistas... generalizar en exceso). 
"Todo periodista que no sea tan estúpido o engreído como para no ver la realidad sabe que lo que hace es moralmente indefendible. El periodista es una especie de hombre de confianza, que explota la vanidad, la ignorancia o la soledad de las personas, que se gana la confianza de éstas para luego traicionarlas sin remordimiento alguno. Lo mismo que la crédula viuda que un día se despierta para comprobar que el joven encantador se ha marchado con todos sus ahorros, el que accedió a ser entrevistado aprende su dura lección cuando aparece el artículo o el libro. Los periodistas justifican su traición de varias maneras según sus temperamentos: los más pomposos hablan de libertad de expresión y dicen que "el público tiene derecho a saber", los menos talentosos hablan sobre arte y los más decentes murmuran algo sobre “ganarse la vida". 
La traición del periodismo, para mí, no sólo es hacia el personaje entrevistado. La traición más grave, que además se hace a diario, es hacia los lectores, espectadores u oyentes. Se engaña y traiciona a esa audiencia día a día, torciendo la verdad, encajando los hechos a machetazos en la idea que el periodista o el medio quieren transmitir, aumentando errores de unos y empequeñeciendo o invisibilizando los errores u aciertos de otros, ocultando datos, intereses económicos, intereses empresariales y políticos, informaciones... todo un catálogo de ardides torticeros. Cualquiera que haya hablado con la prensa o que sepa mucho de un tema, se tira de los pelos cuando lee un artículo, un reportaje o una noticia. ¡Esto no es así! ¡Han contado solo la mitad! Las cartas al director son un buen ejemplo de lectores que se sienten engañados por la información que se publica.
No soy tan ingenua ni tan idiota como para creer que es sólo en el periodismo en donde se recurre a este tipo de ardides, pero mientras en otras profesiones se aceptan y admiten como parte del juego sucio, en el periodismo todo se disfraza de necesidad por el bien común, por la búsqueda del santo grial que es la Verdad. Curiosamente, ese grial es distinto según el periodista o el medio para el que trabaje. 
"En nuestra sociedad, el periodista es considerado, junto con el filántropo, como una persona que tiene algo extremadamente valioso que dar (su haber es la extrañamente embriagante sustancia llamada publicidad) y, por consiguiente se lo trata con una deferencia que no guarda proporción con sus méritos personales".
El libro se publicó en 1990 y en aquellos años creo que el periodista era como un dios, porque era el que tenía la capacidad de servir de altavoz a las noticias. 26 años después, creo que sólo una minoría de lectores y los propios periodistas siguen considerándose "extremadamente valiosos". Han perdido gran parte de su prestigio por sus propios errores y engreimiento (se habla mucho de los científicos y su torre de marfil, y muy poco de  los periodistas y su disfraz de superhéroes) y el valor que les daba su papel como altavoces ha disminuido muchísimo  gracias a internet. 
Jeffrey Elliot es un profesor de la Universidad Central de Carolina del Norte que Malcom entrevista (curiosamente, es la única persona en todo el libro a la que Malcom parece tener algún respeto en sus opiniones y no creerse superior) y dice algo con lo que estoy muy de acuerdo.
"No creo en la ética circunstancial y ciertamente no creo que los periodistas tengan que mentir y representar falsamente los hechos para lograr que alguien trabaje con ellos. También creo que semejante duplicidad engendra graves dudas sobre lo que se escribe. Para mí, si la libertad de publicar depende del derecho a mentir, entonces se trata de una libertad que no debería ser protegida". 
Como he dicho antes, han pasado 26 años desde que se publicó el libro. Creo que la mayoría estamos convencidos de que la mayor parte de la información que se nos proporciona desde los medios es en  gran parte falsa, porque está mediatizada completamente por una serie de intereses que se nos ocultan o tratan de ocultar. 
Creo también que la credibilidad del periodismo ahora mismo es mínima y va tendiendo a cero en la mayoría de los casos, y creo también que esa falta de credibilidad es culpa de los periodistas. 
Creo además que estas opiniones no les gustarán, pero yo no pretendo ser imparcial ni objetiva: es mi sensación al enfrentarme a la búsqueda de la información cada día. Ya no pienso "a ver de qué informan", pienso "¿qué me estarán ocultando?, ¿será de verdad así?". 
Otro autor, Joseph Wambaugh declaró en el juicio de McDonald contra McGinnis que, obviamente los autores deben decir falsedades para conseguir las informaciones que necesitan y, con todo el descaro y la desfachatez del mundo, explica:
“Una mentira es algo que uno dice con mala voluntad o de mala fe en tanto que una falsedad es parte de los ardides de los que uno puede echar mano para llegar a la verdad”.
¿Qué verdad? ¿La que interesa al autor, periodista o la empresa mediática? Pues sí, esa es en muchos casos la que se consigue y muestra a base de mentiras, y esas mentiras van desde cómo se redacta el titular, cómo se monta una entrevista o un reportaje, y cómo se escogen los testimonios.
Como ya dije en otro post, no todo está perdido.
“Otra trampa promovida por las escuelas norteamericanas de periodismo es la servil adhesión a la 'ecuanimidad'. Pero si un bando dice una cosa y el otro bando dice otra, ¿acaso la verdad radica necesariamente en 'algún lugar entre los dos'? El periodista que dice 'He conseguido cabrear a los dos bandos, así que debo ir por el buen camino', probablemente se engaña. La ecuanimidad no debería ser usada para encubrir la desidia. Si hay dos o más versiones de un suceso, un periodista tiene que investigar y considerar cada afirmación, pero en última instancia el periodista tiene que llegar al fondo de cada versión, independientemente de quién la sostiene. El periodismo tiene tanto que ver con 'lo que dijeron que vieron', como con 'lo que yo mismo vi'. El periodista debe empeñarse en descubrir qué pasa y contarlo, no castrar la verdad en nombre de la neutralidad”. Joe Sacco. 

Hay periodistas que dicen cosas muy interesantes, reconocen que es imposible ser imparcial y nos ofrecen su trabajo con honestidad. 
Gracias a Bárbara Ayuso por ponerme en la pista de este libro el pasado mes de septiembre con unas cañas en la plaza de Olavide. 

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