El 28 de Junio de 1914 el heredero del imperio austrohúngaro era asesinado en Sarajevo durante una desafortunada secuencia de acontecimientos que incluyen un bocadillo y un terrorista bastante incompetente. Ésto llevaría a una aún más catastrófica serie de eventos diplomáticos provocados por pactos y lealtades de la vieja Europa que desembocarían en lo que se dio a conocer como La Gran Guerra, renombrada como Primera Guerra Mundial en nuestro días y que demostró que segundas partes no son buenas. En cualquier caso, tan lamentable acontecimiento tiene una virtud particularmente destacable y es su influencia en las artes. Seamos sinceros, la guerra es la más terrible de las cosas, pero la paz es un auténtico pestiño a la hora de escribir y nada nos regala historias tan interesantes como un buen conflicto: sacrificio, heroísmo, sufrimiento, pérdida de valores y humanidad… Y la Gran Guerra no se quedó atrás, pues fue el inicio de cosas como la propaganda moderna, nos trajo a pintores del calibre de Sargent o Bayes, por no hablar de películas como Adiós a las Armas, Lawrence de Arabia o Senderos de Gloria; o historias tan bien contadas como Valiant Hearts (Ubisoft Montpellier, 2014).
Confieso, antes de nada, mi predilección por el puñado de franceses tras Ubisoft Montpellier, pues son culpables de que ame al videojuego por cosas como Beyond Good and Evil (Ubisoft Montpellier, 2003) o Rayman Legends (Ubisoft Montpellier, 2013), y cuando supe que serían los responsables de Valiant Hearts y que además trabajarían sobre el motor gráfico UbiArt me convencí que se avecinaba un juego de esos que se recuerdan. Y no me equivocaba, en absoluto: éste es uno de esos títulos que llegan a tocar fibras que ningún juego suele remover y se coloca junto a ciertos elegidos como To The Moon (Freebird Games, 2011) o Gone Home (The Fullbright Company, 2013) en su capacidad para entablar una conversación con el jugador, un diálogo consistente en información por un lado y sentimientos por el otro que redundan en pedir más información.
Es igualmente necesario que quede claro que estamos ante uno de esos casos en que se sacrifica la jugabilidad en beneficio de la historia.
Correcto: he dicho beneficio, porque Valiant Hearts es, ante todo, un relato disfrazado de aventura. Sí, tiene sus toques de puzle, sus pinceladas de aventura gráfica y una salpicadura de arcade y, quizá dos décadas atrás hubiera recibido ese maravilloso y extinto término que es “videoaventura”, pero aquí las mecánicas jugables están más para navegar por los eventos del juego que para ser disfrutadas en sí, en lo que puede ser un contrasentido que yo estoy dispuesto a perdonar. Y lo hago porque lo último de los gabachos de Ubisoft es una gozada narrativa de las que se ven pocas.
Aquí podría empezar a hablar del argumento y sus protagonistas, de los que seguro han oído hablar, especialmente del perrete. El carisma de los actores, unos más que otros, es considerable y seguiremos sus aventuras a lo largo de la guerra con interés, alternando el control entre unos y otros, pero antes de continuar por ese camino voy a declarar que es todo mentira: por mucho cariño que les cojamos, por más que lleguemos a empatizar con ellos, no son los verdaderos protagonistas. Ni siquiera el perrete.
La guerra, señores, es quien tiene el foco aquí. Es ese trasfondo bélico forjado a golpe de política y desarrollado a bombazos y trincheras, de forma inexorable, cruel y demoledora, quien decide el curso de todo.
Resulta un tanto extraño participar en una historia en la que sabes que no eres más que un individuo, o cinco, del montón, acostumbrados como estamos a mundos pixelados en los que siempre somos elegidos, salvadores de todo y artistas del defenestrar planes malvados. Aquí no: la guerra va a seguir adelante y somos conscientes de ello en todo momento y cualquier cosa que hagamos irá destinada a esquivar sus consecuencias en mayor o menor medida. Y a veces lograremos olvidar lo que nos rodea, cierto es, pero esa sensación de que un algo terrible y enorme nos persigue será constante.Verán, es normal la erótica de lo desconocido, sobre todo cuando el videojuego tiene una saturación atroz de la Segunda Guerra Mundial y lo postapocalíptico de pestuzo a vino barato. Y no me tiren de la lengua con la “guerra moderna”, que me enciendo. Un conflicto tan desconocido para el público como es la guerra que ahora cumple cien años atrae por defecto. Pregunten, pregunten: a casi todos les sonarán Rommel, Stalingrado, Normandia… pero ¿Y Ludendorff? Pregunten por este señor, por ejemplo. O háganlo por la batalla del Marne. Silencio como respuesta. Claro, en este campo fértil llega Valiant Hearts y su colección de datos sobre la Gran Guerra, una presentación exquisita de personajes y situaciones dibujadas sobre el lienzo de una Europa en guerra y todo son elogios. Es normal, caramba. El juego se esfuerza mucho y muy fuerte para hacer conocedor al que está al otro lado de la pantalla de lo que fueron esos años terribles y desconocidos: el gas, las trincheras, la sangría de vidas, la estupidez de los mandos… todo es un conjunto del que muchos saben menos de lo que debieran y, como decía antes, la guerra es un constructor de historias apasionante. Y si esas historias son nuevas para el jugador, pues miel sobre hojuelas. El juego se enorgullece de su labor didáctica. Y quizá ese sea su mayor acierto: la mezcla de documentación, música y trama argumental sirven para involucrarnos emocionalmente en la historia con mucho éxito y provocar que necesitemos saber cada vez más.
Es muy posible que en este punto estén ustedes pensando que el juego no deja de ser otro pastiche gafapaster con algún que otro pegote de lo indie y del que se habla más en Internet de lo que se juega, pero no se equivoquen, porque una cosa es que Valiant Hearts tenga una jugabilidad limitada y otra que sea un mal juego. Los puzles son sencillos pero son coherentes y casan de maravilla con la ambientación, no sintiéndose fuera de lugar. Las escenas de acción, igualmente, resultan correctas para el momento, sin más, sirviendo para dar un cambio de ritmo al título; y hablando de ritmo, la presencia de escenas musicales es muy de agradecer, pese a su poca variedad y estar a años luz de las joyas que los mismos autores nos dieron en Rayman Legends. Salvo la Danza Húngara, por supuesto.
Puede parecer que Valiant Hearts no es un juego imprescindible porque como tal es mediocre, pero quizá sea uno de esos títulos que hay que ver con una perspectiva distinta. No es una buena aventura gráfica, es un juego de puzles justito y un escasísimo juego musical, pero artísticamente es magistral y se las apaña para amalgamar todos los componentes de forma estupenda y crear así un producto fantástico, alejado del juego medio y, si me lo preguntan, incluso necesario.
No se acerquen a esta historia buscando un buen rato con el mando, porque estarán errando el tiro: Valiant Hearts ofrece una diversión mucho más cerebral que lúdica y sobre todo, no se disfruta con las manos, sino con la patata.
Con todo el mensaje no es solo que Valiant Hearts sea una historia fantástica y que el videojuego tenga los temas demasiado sobados, sino que se trata de una aproximación estupenda y muy recomendable para aprender un poco más de la guerra que formó la Europa actual.
Y lean libros, coño: lean.
La entrada El perrete de la guerra es 100% producto Deus Ex Machina.