Puesto porJCP on Jun 30, 2013 in Autores
Desde los nuevos dispositivos del poder globalizado, a la traslación del eje de poder de Occidente al Asia, en especial a China, la relación entre los valores políticos ilustrados referidos a la ciudadanía, con la vida de las poblaciones como nuevos conjuntos políticos que no se definen sólo como sujetos de derecho, la permanente interrogación sobre la ética en tanto límite y espacio de las libertades y la metafísica referida a la condición humana a partir del siglo XVIII, quiero decir: Kierkegaard y su idea de existencia, de Kant con sus tres preguntas: qué debo hacer, qué debo esperar, que puedo saber, que apuntan a la cuarta que interroga al ser del hombre, o la de Nietzsche y un nihilismo no concebido como ausencia de fe o de creencias sino como disputa y cuestionamiento en torno a los valores, o Marx siempre actual por ser el filósofo que pensó a la sociedad como un campo de lucha determinado por las relaciones de producción.El problema con lo que sucede en nuestro país es la falta de asombro. Nos hemos vuelto aldeanos. Nos conocemos como si no fuéramos millones y no más que habitantes de un pueblo que repite sus costumbres y tiene fosilizada su idiosincrasia.
No hemos logrado en más de 35 años combinar una democracia electoral, la posibilidad de elegir representantes, con la construcción de un proyecto nacional en el que las energías creativas de las fuerzas productivas se multipliquen para alcanzar objetivos de desarrollo económico y bienestar social para todos.
Tampoco hemos logrado construir un sistema político con instituciones de peso que tengan autonomía suficiente para resistir con sus sistemas de normas la presión de los poderes corporativos solventados por los grandes capitales y la amenaza de grupos violentos, ya sea infiltrados en las mismas fuerzas de seguridad como en bandas paraestatales a veces manipuladas desde el mismo poder. Tampoco hemos podido fortalecer la división de poderes que es esencial para que haya un control del personal gubernamental transitorio que ocupa las instancias estatales y que se tienta con la apropiación privada de los recursos generados por el trabajo social.
Los polos ideológicos son retóricos y funcionan como placebo, es decir, justificaciones de un relato que unge al que lo declama en un sitial del bien, llámense inclusión, igualdad, equidad, libertad, solidaridad, derechos humanos, patria, juventud, etc. Fallan porque quienes se hacen portavoces de esos emblemas morales y políticos no dan con el perfil requerido, y no pueden hacerlo porque no son parte de una epopeya que en siglos anteriores signó la vida política del mundo, y que se sostenía por la idea de revolución, la idea de individuo, o la del orden corporativo vertical regentado por un Líder. Además, la representación de la voluntad política de las colectividades ya no pasa por los partidos políticos sino por un mundo de comunicación volátil, poco orgánico, y por estructuras de poder económico que superan el control de los estados nación sobre su propio territorio. Por eso aquellos que enarbolan banderas de hace medio siglo o más, quienes usan con fervor declamatorio símbolos de heroicidad pretérita, ponen en escena una representación hueca que apenas disimula sus ambiciones de poder personal, grupal o societario, y que construye un mundo de comedia en el que todos participamos sabiendo que es de mentira. Es lo que diferencia a nuestro mundo político al de los dos siglos pasados que fueron trágicos, ya sea con Hitler, con Stalin y con el colonialismo y el imperialismo europeo y norteamericano.
No creo en el justo medio ni en los balances ni en un análisis que de hacerse podría justificar mediante una descomposición parcializada cualquier régimen de la historia. Pero a grandes rasgos pienso que hubo medidas buenas referidas a derechos de minorías, a subsidios a sectores marginales al mundo del trabajo y a poblaciones empobrecidas por las sucesivas crisis económicas.
Por otro lado, hay un monopolio de la información sobre el uso del dinero público, un secreto sobre el llenado y fundamentalmente el vaciado de la caja de los recursos públicos, el enriquecimiento de los ocupantes del Estado, y una ambición de perpetuación en el poder que es enemigo de la democracia definida como alternancia en el poder y límites constitucionales a la función pública.