Acabo de volver de un viaje de vacaciones de 15 días y me apetecía hacer esta reflexión en voz alta con vosotros porque me parece que algo se debe de tener en cuenta.
En años anteriores siempre he viajado con mi iPhone por lo que, de una manera u otra, siempre estaba conectado. Acostumbraba a hacer checkin con Foursquare en cada sitio que visitaba, tuiteaba con frecuencia, me mantenía informado de las noticias a diario a cualquier hora, grababa vídeo y hacía fotos con el móvil para publicar en Instagram o similares, en definitiva, que no cambiaba prácticamente mi hábito en un día laboral cualquiera. Eso me ha supuesto en alguna ocasión pagar alguna factura de móvil astronómica por culpa del 3G, lo que suponía un cabreo de mil demonios a mi regreso.
Esta vez, para evitar sorpresas de ese tipo, he decidido dejar el teléfono en casa y depender exclusivamente de encontrar alguna red wifi. Como hemos hecho un recorrido de 3.400 kilómetros por carretera en 12 días en el interior de Turquía, me he llevado un iPod Touch cargado de música y juegos, y el iPad con libros y mucha información sobre el país y su historia. He leído bastante y me he documentado mucho, y para concentrarme en lo que aprendía escuchaba música de bandas sonoras o instrumental, y ha sido una experiencia fantástica.
De esta manera, sin darme cuenta, al segundo día ya no tenía ninguna dependencia de decir al mundo dónde estaba. El wifi escaseaba, y sobre todo el gratuito, lo que me ha tenido días sin compartir nada con nadie. Así he dedicado más tiempo a mi familia, al viaje y a mí mismo, algo que mi mente y mi espíritu han agradecido sobremanera.
El último día ocurrió algo que me hizo reflexionar seriamente: estuvimos navegando durante algo más de hora y media navegando entre el mar de Mármara, el estrecho del Bósforo y el Cuerno de Oro, y una mujer estuvo durante unos 20 minutos hablando por el móvil con un manos libres, se mostraba alterada ya que era un problema laboral, y se perdió en ese tiempo la belleza de la navegación plagada de palacios, viviendas de lujo y la vida en ambas márgenes de Estambul que el guía nos iba describiendo. También vi a muchas personas haciendo fotos y grabando video sin parar mientras que yo me senté en la popa, abrazado a mi mujer, y simplemente nos dedicamos a disfrutar del espectáculo, de las sensaciones, del paisaje, y fue una experiencia sensacional.
Al volver me he dado cuenta de que invertimos más tiempo en decir a los demás lo que estamos viviendo que en vivir de verdad, y es que por culpa de la tecnología hemos creado una dependencia del compartir que asusta. Habrá quien piense lo contrario, pero yo tengo claro que mi prioridad es disfrutar de la vida y de los míos, tiempo habrá después de publicar fotos y vídeos en las redes sociales, o no, quién sabe, porque nos estamos olvidando también de que nuestra intimidad tiene un valor incalculable, y que no pasa nada por no bombardear Twitter en varios días, es más, creo que muchos de nuestros seguidores lo agradecerán.
¿Sabéis una cosa? La desconexión ha sido de tal calibre que me está costando un horror escribir esta entrada, y es que estoy completamente descontaminado y relajado, justo lo que buscaba, justo lo que necesitaba. Hace tiempo que comprendí que compartir está muy bien, pero lo realmente importante es disfrutar de la vida. En mi opinión, no entender esto, es cometer un error que, desgraciadamente, no se puede corregir. Te invito a pensar sobre ello.