Esta frase parece haberse convertido en una utopía. La violencia, la agresión, tanto verbal (el insulto fácil, la falta de respeto) como física, parecen diluirse y empapar a más de un mortal, que cree nadar en las aguas de la inmortalidad. En lugar del enriquecimiento en el contacto con el otro, a través de la tolerancia, la escucha... se prefiere la destrucción. La agresividad forma parte de lo humano y es por medio de la civilización que se consigue llevarla hacia otros destinos más constructivos. Un adulto, frente a los otros, experimenta agresividad cuando nos recuerda de manera inconsciente a la relación de amor-odio con las figuras parentales. Los celos y la envidia también pueden ser origen de la agresividad, en la que frente a lo que el otro tiene y a mí me falta, se manifiesta. No tolerar las diferencias con el otro y su afán por dominarlo o someterlo, hace que también aparezca. Todo esto, facilitado bien por la masa, bien por el pseudo-anonimato de internet, conllevan a situaciones realmente penosas que nos hacen retroceder años en el avance de la cultura y la civilización. Debemos hacer un alto y pensar en cuál es realmente el deseo inconsciente que desencadena ese tipo de conductas. El placer es mío por luchar por otras maneras de vivir desde la tolerancia, el respeto y la no-violencia.
Laura López, psicóloga-psicoanalista
Revista Psicología
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