Revista Infancia

El poder de la sugestión, el Efecto Placebo

Por Sleticias
Imagen Ted Kaptchuk  investigador de Harvard realizó un experimento a un grupo de 270 pacientes que sufrían dolor articular. El grupo se dividió en dos, para unos el tratamiento consistió en la administración de unas píldoras mientras que el otro grupo recibió acupuntura para aliviar los dolores. Ambos grupos manifestaron entusiasmados síntomas de mejoría…pero ¡sorpresa! ninguno de los tratamientos era real. Las pastillas eran de azúcar y las agujas nunca llegaron a perforar la piel.
Este resultado es conocido como Efecto Placebo, que podemos definir como los efectos terapéuticos que se producen sobre la salud de una persona tras la administración de una pastilla, una terapia o un mero acto médico que no tienen ninguna justificación por la inocuidad de su composición.
El placebo basa su eficacia en la capacidad del ser humano para sugestionarse, prueba de esto es que los efectos desaparecen cuando se informa a los pacientes de la realidad. Además sólo tiene efecto en un 35% de la población según demostró Henry K. Beecher en 1955 siendo más susceptibles las personas que se encuentran muy centradas en la percepción de sus síntomas corporales.  En sus comienzos los placebos se utilizaban en el tratamiento de enfermos hipocondriacos.
Lo más impactante de este efecto es que pudiéramos pensar que su ámbito de actuación es meramente psíquico, los pacientes creen mejorar y su percepción esta distorsionada. Pero los estudios sobre el dolor demuestran que se da un efecto real sobre el organismo.
La autosugestión tiende a desactivar en parte los centros dedicados a sentir e interpretar el dolor como el córtex prefrontal, la amígdala y el tejido gris periacuductal provocando una mayor regulación de opiáceos naturales en todo el cuerpo, sustancias naturales que en su conjunto producen un cuadro de mejoría real. Además activa vías neuronales que inhiben la transmisión del dolor por parte de la médula espinal.
Hoy en día para demostrar la eficacia real de un tratamiento los investigadores han de aislar este efecto, mediante grupos de control o técnicas de administración de doble ciego (ni el paciente ni el administrador saben si están dando o recibiendo un placebo).
Su eficacia se ha relacionado también con diversos factores, como la forma del medicamento (cápsulas mejor que pastillas), el modo en que se administra (la vía intramuscular es más eficaz que la oral) o la manera en que el médico trata al enfermo (si el profesional adopta una actitud cálida, amistosa y tranquilizadora).

Imagen En este sentido, Blackwell y colaboradores, en 1972, informaron a un grupo de estudiantes de que se les iba a proporcionar una medicación que podía ser relajante o estimulante. Después, a la mitad se les suministró unas pastillas de color rojo, y a la otra mitad de color azul. En realidad, ambas pastillas eran simplemente azúcar, por lo que las diferencias entre ambos grupos de estudiantes sólo podían deberse al valor culturalmente atribuido al color. Y efectivamente esas diferencias existieron: la roja provocó un mayor nivel de atención y concentración mientras los sujetos que tomaron la pastilla azul relataron síntomas de  sedación.

Hay investigaciones que han demostrado incluso que un medicamento puede tener el efecto opuesto al que de hecho provoca farmacológicamente, en función de las expectativas del sujeto.
Estas investigaciones estrechan la relación entre el cuerpo y la mente abriendo puertas para la comprensión  por ejemplo de la somatización de muchos trastornos psicológicos.

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