Lo que esperamos de una persona en una situación concreta puede condicionar su comportamiento final.
¿No tenéis a veces la sensación de que algunas cosas acaban tal y como habíamos previsto en un principio?
Este fin de semana hemos tenido más compromisos de los habituales para nosotros: trabajar los dos el viernes hasta bien tarde, cita con familiares durante todo el sábado y comida con las primas el domingo.
Con esta agenda social, el espacio que habitualmente dedicamos a hacer los deberes con nuestro hijo mayor, ha ido cambiando de un día a otro para quedarse arrinconado en pequeños momentos aquí o allá durante los tres días.
¿Resultado? El domingo a la tarde todavía le quedaban tareas por hacer.
-¿Nos vamos ya a casa ama?- me pregunta cuando terminamos la comida con sus primas.
- Si cariño- tienes que hacer una ficha.
En el camino de vuelta a casa, surge la conversación entre su padre y yo de las tareas pendientes.
- Se nos ha hecho un poco tarde. Creo que no las va a hacer- me dice.
-
Bueno, ya veremos.
Una vez en casa y después de terminar su merienda, mi hijo mayor se sienta dócilmente a terminar su ficha. Normalmente, uno de nosotros supervisa el desarrollo del momento, resolviendo dudas puntuales y revisando que los deberes, aunque tengan errores, estén terminados y bien presentados. Hoy, ninguno de los dos nos sentíamos especialmente animados a realizar esta tarea. Parecía que estábamos esperando el fatal desenlace.
Después de varios intentos de explicarle sin éxito en qué consistía lo que tenía que hacer, aparece la frustración de ambas partes y el pequeño empieza a llorar.
- No hay manera- me dice su aita desesperado-¿Qué hacemos?
-
Ni idea- le digo- pero creo que es mejor dejarlo por hoy. No vamos a encontrar la forma de que esté tranquilo y las termine.
Y así es como después de una hora, damos por finalizada la sesión de estudio sintiéndonos todos un poco fracasados por no haber conseguido los objetivos esperados.
¿O quizá sí habíamos conseguido lo que esperábamos?
Se me ha quedado tan mala sensación que no he podido evitar pensar que de alguna manera hemos condicionado o provocado que los deberes se hayan quedado sin hacer correctamente.
Al fin y al cabo, ya casi desde el inicio estábamos esperando o presintiendo que ni le apetecía ponerse a hacer las tareas, ni por lo tanto iba a poner ningún interés en terminarlas.
Pero ¿ha sido así realmente o quizá se lo hemos transmitido?
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p style=”text-align:justify;”>Estoy casi convencida de que hoy, nuestro pobre hijo ha sido víctima del efecto Pigmalión.
El efecto Pigmalión (Rosenthal 1968) hace referencia al poder que las expectativas de una persona sobre el comportamiento o rendimiento de otra tiene en el comportamiento final de esta última.
Es decir, habitualmente el comportamiento final suele acercarse a lo esperado por el que ha creado la expectativa (yo espero que no pongas interés en los deberes o incluso que no finalices la tarea y es lo que más o menos ocurre finalmente).
Se llegó a ésta conclusión a través de un interesante experimento realizado en el ámbito escolar.
En este estudio, se le trasmitía a un profesor que se había realizado una prueba de inteligencia a sus alumnos y que éstos se podían diferenciar en dos grupos: aquellos que habían puntuado especialmente alto y los que habían tenido una puntuación normal (el test en cuestión no medía la inteligencia ni había detectado diferencias entre un grupo u otro).
Seguidamente, le explicaron que era previsible que durante el curso se percibiera una diferencia entre ambos grupos de manera que los que habían puntuado por encima de la media, realizarían un avance significativamente mayor en inteligencia que los otros.
Varios meses después, se observó que efectivamente, el grupo señalado como avanzado, tuvo un aumento intelectual significativamente mayor que el otro.
A partir de diversos estudios que confirmaban lo observado, se concluyó que el alumnado etiquetado como aventajado, tendía a ajustarse a las expectativas de su profesor (que eran mayores para ellos que para el otro grupo). También se pudo estudiar el comportamiento diferenciado del profesor con ambos grupos:
- Alabando con mayor frecuencia los logros y esfuerzos del grupo considerado aventajado.
- Tomando los errores de este grupo como parte del proceso de aprendizaje y no como desinterés.
- Dedicando más tiempo y energía en la enseñanza de este grupo.
Así que sinceramente creo que los que no hemos hecho bien los deberes hoy, hemos sido nosotros.