Revista Cultura y Ocio

El poeta se suicida en cada verso

Publicado el 04 febrero 2016 por Revista Pluma Roja @R_PlumaRoja

Cuando se habla de Camargo, se habla de la muerte. Es casi inevitable no pensar en esa oscura sombra, guadaña en mano, vigilando cada letra que el poeta plasma en su papel a modo de despedida, a modo de escape, a modo de tregua. Basta repasar algunos de sus poemas para sentir la pesada vista de la muerte sobre el lector también. Es tan evidente el papel del autor volviéndose carne para la muerte en cada verso de Camargo. Quizás después de esta introducción no le queden ganas al lector dominguero de pasar una tarde con Camargo, sin embargo, vale la pena. Poca poesía en el mundo entrega lo que los versos de Edmundo Camargo dan a borbotones: sinceridad, agobio, resignación, visión del otro lado de la vida. En esta ocasión les invitamos a acercarnos a la única obra de Edmundo Camargo, poeta boliviano, Del tiempo de la muerte (1964) y hablaremos de su intenso baile con la muerte a través de sus versos.

La muerte del poeta se va haciendo evidente en el transcurso de la obra y entonces resuena la pregunta: ¿es la poesía el camino de rendición ante la muerte? Poesía es todo aquello que tiende a perpetuar el rostro de la muerte, sea muchas veces llegando a descarnar este rostro hasta el horror mismo que la retiene, dice el poeta acerca del arte al que dedicó su vida. Esto nos lleva a pensar que la poesía era aquello que le mantenía aferrado a la vida, el pequeño hilo que pronto habría de cortarse pero que la poesía reforzaba en cada verso. Imagino al poeta escribiendo ante la fría presencia de la muerte, esperando a que éste termine el último verso. ¿Habrá el poeta engañado a la muerte? Quizás pudo controlar la sensación de horror que le causaba su presencia para luego mantenerla en una larga espera, la poesía fue quizás lo que prolongó su vida, su letargo, Poesía es todo lo que impide el derrumbe interno.

Esa poesía que mantuvo a la muerte en vilo y al poeta a salvo, no se muestra con caretas. Muy por el contrario, se devela en exquisito enigma que cada lector resolverá cuando se enfrente a la lucha entre el poeta y su amante, la muerte. Cada verso es un escape, no cabe duda y Camargo parece tener certeza de la muerte. Parece que conviviera con ella o que ésta le develase detalles de lo que le espera, de cómo será todo cuando el ya no sea más. Estoy ronco de viento color de calamina / entre tanta ventana que jadea / y tanto árbol de luto encarcelando pájaros. La ciudad se torna sin vida, un receptáculo de luto y muerte. La poesía de Camargo parece tener esa sensibilidad para oscurecerlo todo, o más bien para hacer al lector ver a través de sus ojos: vacío, muerte y espera. Quizá la muerte no lo acechó y fue él mismo quien la llamó. Quién sabe. Al menos cabe dudar cuando se lee Quizás sea yo mismo convocando al entierro de mi alma / o un viejo enterrador de rostros mutilados. Aquí se aprecia a un hombre dominado por un deseo, o una noción de morir pronto. También se muestra al poeta como panteonero, como el dueño de enterrar sus propios despojos después de haber luchado tanto con su mejor arma en mano: la poesía.

En Población subterránea se hace más evidente el deseo, la certeza de morir. Quiero morar debajo de la tierra /en un diálogo eterno con las sales, raíces mis / cabellos / arcilla mis palabras. He ahí el deseo expreso del poeta, entregarse a la tierra para volver al polvo; en un hueco profundo hecho a su medida, deseaba el poeta volver a gestarse. Antes de huirle a la muerte, aceptaba el desafío, quería tomarlo como una nueva oportunidad, en vez de solo un fin. Qué más podría hacer un hombre que mira el rostro de la muerte y ya no sabe cómo huir, entonces decide pararse frente a ella y desafiarla, decirle que no tiene miedo, que la tierra y él serán uno y que la muerte y él no son nada. El poeta ha de entregarse a la tierra, volverse polvo en cuanto deja de ser hombre, entonces, hace público su deseo Quiero sentir la tierra circular por mis venas, / morderla fríamente, clavarla con mis tibias / sintiéndome en su inmensa placenta, adormecido / como un niño a la espera de su nuevo natalicio. Morir será volver a gestarse en la tierra, volver a nacer, vivir de otra manera.

Desea el poeta un hueco tibio para descansar, seguro librar la lucha contra la muerte no es fácil, aunque la poesía sea un arma que amedrenta sin compasión a la muerte descarnada. Resignarse, después de todo, parece ser el gran paso: hay luchas que no tienen sentido, que traen más dolor a la vida que exasperación a la muerte. Por eso, hay que saber cuándo bajar los brazos, cuándo rendirse: sin estar muy agotados después de haber peleado. El poeta supo hacerlo. Luchó con verso en mente y pluma en mano, armado hasta los dientes dirían los más bélicos. Lo cierto es que lo hizo y se entregó cuando fue necesario. Me estrellaría en el cemento buscando un hueco tibio / para este miedo ciempiés que me camina / para esta soledad.

La poesía es la que salva de la muerte a Camargo –y a todo el mundo. Quizás Camargo se hizo poeta por el fracaso, por la muerte al acecho, mientras la mayoría diría que la persona se hace poeta por amor. Quiero, sin embargo, pensar que Camargo no es de los poetas simplemente fatalistas, que tenía ganas de soñar, aunque no tuviera motivos para esto último.

No hay duda: en Camargo encontramos un poeta que se suicida en cada verso porque no cabe ya en el mundo. Debe ser por eso que los poetas se suicidan, el mundo les queda grande, o chico, o incómodo. Debe ser por eso que la muerte representa un enigma seductor que ellos deben descifrar verso a verso, con paso sigiloso porque al menor descuido, es la muerte la que termina desentrañando el misterio del poeta. Entonces todo se derrumba. Sin poeta nada queda, no hay musa, ni muerte. No hay quien se extienda desde la tinta de un papel al sabor de las palabras en la mente del lector. No hay quien silencioso entregue su alma en la lucha anónima contra lo mismo que luchamos todos. Es que al final del día, el poeta no es ajeno a nadie, tampoco es propiedad del enigma, de la musa muerte. Es el portavoz del miedo generalizado, de las angustias que padecemos todos. Eso lo humaniza, eso lo vuelve inmortal, lo prende al camino común porque las palabras no se las lleva el viento. Era mentira lo que decían. Las palabras prevalecen grabadas a fuego cuando son escritas a alma descubierta. Finalmente, esa es la más importante y ardua misión del poeta: sobrevivir a la vida, no escapar a la muerte.


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