Los Juegos Olímpicos de la Antigüedad fueron prohibidos por el emperador Teodosio I en el año 394 d.C. por considerarlos un rito pagano. Quince siglos después, Pierre Fredi, el Barón de Coubertin, se propuso rescatar los valores pedagógicos y pacificadores del deporte en la antigua Grecia, lo que le llevó –no sin dificultades- a instaurar los Juegos Olímpicos modernos, que vivirían su primera edición en Atenas en 1896.
De manera paralela, el lingüista e historiador francés Michel Bréal propuso la creación de una carrera de resistencia que llevara el nombre de la legendaria batalla de Maratón (año 490 a.C.) Con ella, se conmemoraría el esfuerzo del soldado Filípides quien, según la leyenda, recorrió los 40 kilómetros que separan esta población de Atenas para anunciar la victoria de los atenienses sobre los persas, cayendo muerto poco después de llegar. En Europa ya se habían celebrado carreras de larga distancia, pero nadie había unido el nombre de Maratón a estas pruebas. Bréal, amigo personal del Barón de Coubertin, le sugiere incluirla en los primeros Juegos, ofreciéndose para entregar una copa de plata al ganador, en memoria de la gesta de Filípides. Desde ese momento, el maratón pasaría a ser considerada la prueba atlética más importante de la competición.
Los resultados no estaban siendo buenos para los atletas griegos en los primeros Juegos Olímpicos de la era moderna, ya que no habían conseguido hasta el momento ninguna victoria. Los estadounidenses dominaban las pruebas atléticas, con nueve triunfos en las once competiciones disputadas hasta entonces. Heridos en su orgullo, la última oportunidad se encontraba en el maratón, que iba a recorrer los 40 kilómetros que separaban las ciudades de Maratón y Atenas.
La lógica señalaba que había muchas probabilidades de que un local venciera en esta prueba, ya que 14 de los 18 participantes eran helenos, aunque los cuatro extranjeros eran atletas de prestigio internacional. A las dos de la tarde del caluroso 10 de abril de 1896, tras el discurso inicial del alcalde de Atenas, los 18 valientes se ponían en marcha desde el puente de Maratón. El pistoletazo de salida corrió a cargo del coronel Papadiamantopoulos, quien casualmente era el mentor de varios soldados griegos, entre ellos nuestro protagonista, Spriridon Louis.
Salvador del orgullo heleno
Las primeras noticias que llegaban a través de los mensajeros, que seguían la carrera en bicicleta o a caballo, no eran nada halagüeñas, ya que en el kilómetro 16 lideraban la prueba tres de los cuatro atletas foráneos (el australiano Edwin Flack, el francés Albin Lermusiaux, y el norteamericano Arthur Blake). La última noticia recibida por los 70.000 espectadores que abarrotaban el estadio Panatenaico de Atenas fue que Edwin Flack marchaba solo en cabeza ya en las inmediaciones del estadio, lo que provocó la desilusión generalizada.De repente, para sorpresa y algarabía de los espectadores, empezó a cobrar fuerza el rumor de que un corredor local se había puesto en cabeza de la prueba. Instantes después, el coronel Papadiamantopoulos entraba a caballo en el estadio y confirmaba la noticia: el ganador estaba llegando… y era un atleta heleno.
Spiridon Louis –que no se encontraba entre los favoritos- entraba primero en el estadio para cruzar la línea de meta, como vencedor, con un tiempo de 2 horas 58 minutos y 50 segundos, entre los vítores de los espectadores entre los que se encontraba el príncipe heredero Constantino quien, según contarían los cronistas de la época, bajó de la grada para acompañarle en su trote durante los últimos metros. Tras la carrera, el ganador hizo célebre su frase en honor a Filípides: "Alegraos ciudadanos; hemos vencido". Con su sorprendente victoria salvaba el orgullo heleno y pasaba a ser todo un héroe nacional. La vida de Spiridon Louis cambiaría por completo a partir de entonces.
Posteriormente se supo que los tres atletas foráneos que marchaban en cabeza de carrera habían desfallecido por no haber sabido regular sus fuerzas; salieron demasiado rápido y pagaron la temeridad. Lermusiaux llegó en cabeza y en solitario a la mitad de la carrera, pero poco después empezó a tambalearse exhausto sin poder continuar la marcha. En este estado lamentable fue sobrepasado por Flack, quien había realizado un enorme esfuerzo por alcanzarle. Cerca ya del triunfo, a sólo cuatro kilómetros de la meta, también empezó a dar tumbos y delirando agredió a un espectador que pretendía socorrerle. Finalmente, en segundo y tercer lugar entraron otros dos atletas griegos (Charilaos Vasilakpos y Spiridon Belokas), aunque éste último fue descalificado tras admitir haber recorrido parte del trayecto en un carruaje, pasando el tercer puesto final al húngaro Gyula Kellner, el único foráneo que terminó la prueba. Sólo nueve atletas finalizaron aquella histórica carrera.
Corta trayectoria atlética
Nacido el 12 de enero de 1873 en la aldea de Maroussi, cercana a Atenas, en el seno de una familia muy humilde, Spiridon Louis se tuvo que poner a trabajar desde muy joven, aunque no se puede precisar a ciencia cierta si era pastor, cartero o vendedor de agua (en aquella época la ciudad de Atenas no contaba con un sistema de agua potable), ya que las versiones sobre su profesión son muy dispares. Su preparación como deportista había sido limitada, pese a lo cual mostraba unas facultades innatas para la carrera. Fue seleccionado para participar en la primera edición de los Juegos Olímpicos por el coronel Papadiamantopoulos, su superior durante el servicio militar, conocedor de sus cualidades atléticas tras haberle visto destacar en las marchas militares. Louis se preparaba por medio de la oración y, según comentarios de la época, pasó la noche previa al maratón olímpico de rodillas a la luz de los cirios ofreciéndose a los iconos y comiendo higos secos.
Tras coronarse en los Juegos de 1896 como un héroe nacional, y a pesar de no volver a competir en ninguna otra carrera de importancia, se vio colmado de todo tipo de atenciones y regalos, y hasta diversas tiendas, peluquerías y restaurantes le ofrecieron sus servicios gratuitos durante años. También recibió una finca del gobierno griego, así como un caballo y una carreta para poder llevar agua a su pueblo. Después de haber provocado el delirio en su país y un interés inusitado en el resto del mundo, son escasísimas las noticias sobre sus andanzas a partir de ese momento.
El reconocimiento del movimiento olímpico le llegó 40 años después, al ser nombrado Presidente de Honor de los Juegos Olímpicos de Berlín 1936, donde fue recibido con todos los honores. Cuatro años más tarde, el 26 de Marzo de 1940, fallecía a los 67 años de edad. Pero su mito se ha mantenido, e incluso agrandado, con el paso tiempo, sobre todo en Grecia. La mejor prueba de que su país natal no le olvida es que cuando Atenas volvió a albergar una edición olímpica en 2004, se bautizó al nuevo estadio olímpico con el nombre de Spiridon Louis, el primer héroe de los Juegos Olímpicos modernos, el ganador del primer maratón importante de la historia, el griego que venció en esta prueba 2.400 años después de que Atenas derrotara al ejército persa en las llanuras del mismo nombre.