En la región italiana de Umbría se encuentra la población de Orvieto, entre Florencia y Roma. Ciudad muy ligada a la historia del Vaticano, fue el papa Urbano IV quien mandaría iniciar construir allí una fabulosa catedral en 1263. Casi dos siglos se emplearían en completar la maravillosa obra de Arte que es la Catedral de Orvieto. En una de sus capillas, entre sus bóvedas y paredes altas, se decidieron a componer uno de los más impresionantes frescos del Renacimiento. Allí, en esa desconocida y medieval construcción, pintarían dos genios primigenios de lo que sería conocido como la principal revolución realizada en el Arte europeo.
Fra Angélico iniciaría en 1447 la decoración de las bóvedas de la capilla de San Brizio, la cual se completaría años después por el desconocido pintor cuatrocentista Luca Signorelli (1445-1523). Este creador italiano se anticiparía más de treinta años al gran Miguel Ángel incluso. Sus frescos en Orvieto muestran ya el estilo, la tersura, la ambientación, el movimiento, la anatomía y la soltura que el genio florentino desarrollaría mucho después, en 1535, en los techos magistrales de su capilla Sixtina. La libertad de tratamiento de imágenes, de su personal visión y narrativa divinas (algo absolutamente nunca aceptado después, incluso los desnudos de Miguel Ángel en su magnífico fresco del Juicio Final fueron ocultados lamentablemente después de su muerte), es un procedimiento no repetido, pero sobre todo iniciado tempranamente ya por él.
Inspirado en el poeta Dante, plasmaría su visión del Apocalipsis y del Juicio Final. Dos paredes enfrentadas en la catedral italiana dedicaría a relatar la misteriosa y atrevida escena tanto de la Predicación del Anticristo por un lado, como de la Resurrección de la carne por el otro. La enorme y extraordinaria obra de Arte la desarrollaría entre los años 1499 y 1502. ¡Qué fuerza dramática!, junto a su dominio de la perspectiva, del escorzo y del color de los cuerpos. Cuerpos humanos y demoníacos. Retrataría a los espíritus diabólicos con la misma representación corpórea de los humanos. ¿Por qué? Qué gran audacia mostrar la maldad y sus enviados con la misma figuración anatómica que los humanos condenados. Era el Renacimiento en su esplendor, era el triunfo del Hombre; era su misma cualidad, su mismo reflejo, por tanto el que manifestaría el creador en su mensaje.
En la escena del Anticristo aparece la figura de un ser semejante a Jesús, pero no es éste, es aquél. Detrás de este ser se encuentra Satanás, mimetizado casi en su figura; sus brazos y sus piernas parecen ser los mismos. Éste le menciona, le está diciendo, lo que debe hablar, lo que tiene que decirle a los que le escuchan. En la misma escena, más a la izquierda de ésta, se encuentran dos personas vestidas de negro, son los creadores de la gran obra: Fra Angélico a la derecha y Luca Signorelli a la izquierda. Están observando uno la escena horripilante y otro al espectador. Parece decirle el creador a éste: ¿qué te parece, no es genial?
El pintor Luca Signorelli manejaría, como Dante, las vidas de aquellos que él quisiera retratar sin misericordia ni permiso. Una de las amantes infieles del pintor está representada aquí, al parecer, en estos frescos. Es la mujer llevada por uno de los diablos alados, condenada -cómo no- por el creador a los infiernos. En otra escena, la misma donde se sitúan los pintores, aparece la figura de otra mujer -una prostituta- acercando la mano para cobrar las monedas que su servicio sexual haya provocado. También, según algunos críticos, puede representar a Laura Brunelleschi, una muy joven amante no muy solícita al creador.
Pero tanta era la obsesión del creador por mantener eterno en sus obras el recuerdo -odioso o cariñoso- de algunos de sus seres conocidos, que en 1502, al finalizar los frescos de Orvieto, realiza su tabla Lamentación de Cristo muerto. Al parecer, ese año un hijo suyo muy querido por él, de hermoso y bello cuerpo, sería asesinado en el pueblo natal del pintor, Cortona. Entonces, cuando estaban velando al cadáver, mandaría desnudarlo y, sin emocionarse más allá que su necesario genio creador, lo retrataría como el modelo perfecto e inevitable para su Cristo lamentado.
Ése es el Arte, ésa la mayor libertad y audacia que se precise para crear. No pueden caber limitaciones, no pueden quebrarse estímulos ni motivaciones, ni semblanzas, ni deseos rocambolescos, por muy inadecuados que algo o alguien considere que lo es. Este es el sentido del Arte, todo lo que con él se quiera expresar; eso sí, con la maestría, la genialidad, la exquisita y grandiosa manera de crear que sólo la Belleza condicione a aquél. Porque sólo ésta -la Belleza-, sólo su musa sobrecogedora, que nos atenaza ante lo que vemos con su equilibrio perfecto, con su inalcanzable forma de ser representada, puede tan sólo -si acaso- ejercer de tribunal de Arte, de único juicio final que se pueda, alguna vez, quizás poder así soportar.
(Detalle del Fresco Condenados al Infierno, Juicio Final, del pintor Luca Signorelli, 1502, Catedral de Orvieto, Orvieto, Italia; Detalle del mismo, Llamada de los elegidos al Paraíso; Detalle del Fresco de Orvieto; Fresco Resurrección de la carne, Luca Signorelli; Fotografía de la Catedral de Orvieto, Italia; Fresco Predicación y hechos del Anticristo, Catedral de Orvieto, Luca Signorelli; Detalle del mismo, figuras con el autorretrato del pintor, Signorelli -mirando al espectador-, y de Fra Angélico detrás; Tabla Lamentación de Cristo muerto, 1502, de Luca Signorelli, el modelo de Cristo es el cadáver de su hijo asesinado, Cortona, Italia; Detalle del fresco Anticristo, con la figura de éste y Satanás detrás, aparece también una mujer a la izquierda, modelo al parecer recogido de la figura de una amante del pintor; Fresco Condenados al Infierno, Juicio Final, Catedral de Orvieto, Luca Signorelli; Detalle de éste; Detalle del fresco Resurrección de la carne, Juicio Final, Luca Signorelli, 1502, Orvieto, Italia.)
Revista Arte
El privilegio arbitrario de los creadores y la genialidad anticipada de uno de ellos.
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