El último meme tras las elecciones catalanas de septiembre de 2015 es el de que hay que buscar una «solución» a «lo de Cataluña». Resolví muchas ecuaciones en mi vida —no es una metáfora— como para que alguien me lance a la cara la palabra «solución» y se vaya de rositas. Hay problemas matemáticos que tienen una, varias o ninguna solución. Los hay incluso que tienen intervalos de probablilidad de soluciones. Los hay muy graciosos en los que la solución tiene forma de «solución más probable». Si en el mundo de las matemáticas la palabra «solución» es una nube de colores, en el mundo de la acción humana no llega a declaración de intenciones.
«Lo de Cataluña» sin duda debe referirse al hecho de que casi dos millones de personas hayan votado por candidaturas que están por la ruptura de España. Con esto quiero decir que hay gente a la que esto le parece un problema. Como hay gente que cree que esto es un problema, piensa que debe de haber alguna solución. Hay gente que es así, qué le vamos a hacer.
Supongamos que en España el 1% de la población necesita una silla de ruedas para desplazarse. Poner rampas o elevadores en los accesos a los edificios parece que facilita las cosas a estas personas. El 99% de la población se adapta al 1% de la población sin demasiada discusión. Ciertamente esas rampas cuestan dinero, pero todos entendemos que el gasto merece la pena. Además, lo de ir en silla de ruedas no es una elección personal, no es una moda, no es una posición política ni estética. Hay un problema y se busca la solución incluso si ello implica adaptar la inmensa mayoría de la población a una minoría (estoy poniendo un mero ejemplo: es evidente que los problemas de la gente que necesita una silla de ruedas son mayores que unas simples rampas).
Ahora supongamos que la gente que va en silla de ruedas empieza a reunirse, se constituye en asamblea y decide dotarse de soberanía a sí mismos y romper sus vínculos políticos con el resto de la nación. ¿Debe en este caso adaptarse el 99% de la población al 1%? Parece que no porque se trata de una posición política incompatible con la ley. ¿Me estáis siguiendo? Nuevamente supongamos que las personas en sillas de ruedas se da la casualidad que viven todas en Alcobendas y allí son el 99% de la población. ¿Debe Alcobendas desvincularse políticamente de España? En mi opinión da igual si la gente que cree ser una nación está repartida por el territorio o concentrada en un sitio. El planteamiento, en lo concerniente a la ley, no cambia.
Bien, pues hay gente simple que cree que el planteamiento sí cambia. Hay gente que cree que 48 millones de personas se tienen que adaptar a los reclamos políticos o estéticos de 2 millones de personas. Lo espeluznante del asunto es que algunos de los que creen esto se quieren presentar a presidente del gobierno.
En cualquier sistema democrático homologable al nuestro, no son 48 millones los que se deben de adaptar a 2 millones. Lo miremos como lo miremos. Pero es que incluso si fuera al revés, y esa adaptación supusiera saltarnos la ley, tampoco sería democrático hacer caso a los 48 millones. Lo que yo entiendo por democracia no es votar, sino cumplir la ley que salió de una votación anterior. Si no cumplimos las leyes, podemos estar todo el día votando que a nadie le importará. Por eso creo que es importante poner el acento en combatir la idea estúpida de equiparar democracia con voto. Y esa otra reaccionaria y servil tendencia tan de moda hoy en día de sacralizar la palabra democracia.
Los reaccionarios, tanto en su faceta populista como en su faceta racista, están todo el día usando palabras e imágenes con connotaciones positivas, como puede ser la palabra democracia, para retorcer los conceptos y lograr que signifiquen lo contrario de lo que significan. No, votar no es democracia. Democracia es cumplir lo que ya está votado. Además, la prudencia aconseja limitar aquello que se vota. Sé que esto tiene más que ver con la fe que con la política y que el nuestro es un mundo de fanáticos y descreídos. Siempre que los fanáticos se enfrentan a los descreídos acaban ganando, pero eso no nos debe echar para atrás. Entre ser vivos aborrecidos o muertos favorecidos optamos por esto último y por eso las batallas que sabemos que vamos a perder son las que no queremos evitar. Este es un tercio español, etc.
De regreso a la ponzoña que acecha en el fango, las llamadas a que 48 millones de personas se adapten a la fe de 2 millones de personas son incesantes en nuestros días. Un artículo de Lucía Méndez recoge las declaraciones de algunos popes autocéfalos sobre cómo «solucionar el problema». Las propuestas de estos expertos (¿en qué?) son contradictorias entre sí, cuando no simples frases huecas:
Reconocer, por ejemplo, el catalán en la Constitución, que se hable con naturalidad en el Congreso o en el Senado
Hay que cambiar la política de persuasión, llevar España a Cataluña
Es imprescindible una triple negociación: competencial, financiera e identitaria
Necesitamos políticos inteligentes. Un Estado inteligente y nuevos líderes
Lo que proponen todos al unísono es cambiar a 48 millones para contentar a 2 millones. Sin novedad en cuarenta años.
Y cómo no, siempre aparece el rufián sin escrúpulos que espera recoger las nueces caídas. El vendedor de camisas dice que la única solución es cambiar la Constitución. El PSOE tiene una propuesta de reforma constitucional (pdf) con la que pretende «superar» «el conflicto» vasco, perdón, catalán. En ella, entre otras paridas se propone eliminar la mención a la Iglesia Católica. Muy bien, genios: que lo urgente no nos tape lo importante.
No quiero sonar muy antisistema, no quiero parecer un exaltado, no quiero que penséis que estoy fuera de mis cabales; pero considero que quizás sería deseable elevar el prestigio del hecho de cumplir las leyes.
—Pero si alguien incumple la ley ya están los tribunales.
—Creo que unos responsables públicos no pueden tener en la boca todo el día la amenaza de incumplir la ley. No hacen bien a nadie con ello, salvo si pretenden que hablemos de ese tema y no de lo que roban. En cuyo caso sólo buscarían el propio bien y creo que ese no es el objetivo del cargo electo.
Creo que la rebaja del tono del trincherismo político tiene más que ver con lo que se enseña en los colegios y en la televisión que con leyes que nadie lee. No hay que cambiar la Constitución para apaciguar a quienes la rompen en el estrado del Congreso de los Diputados por dos razones: la primera, a ellos les da igual la Constitución, la segunda, no funcionará.
Si hacemos el ejercicio de meternos en la piel de un estúpido racista servil, la Constitución ya puede poner en su primer artículo que los estúpidos racistas serviles somos las personas más guapas y listas del mundo que nos la va a soplar. No, no existe solución a lo que no es un problema. Esto es algo que tiene más que ver con la cura del tiempo, con cortar aquello que acentúa el discurso del odio, con limitar el poder de la administración, con preguntarnos por qué existen medios de comunicación públicos, con dejar de permitir que se usen los recursos de todos para el bien propio de unos pocos. Esto pasa, insisto, por prestigiar al ley y desprestigiar al que se opone a ella. Esto pasa por levantar alfombras para convencer a los fieles que sus patriarcas son cubos de basura.
El problema de cambiar la percepción sobre los patriarcas es que hay otros patriarcas en otros sitios a los que no les interesa eso. A los del chiringuito de Madrid no les interesa acabar con el chiringuito de Barcelona, por eso, limpiar Barcelona implica antes limpiar Madrid.
Más:
- Eduardo Mendoza - Sobre las elecciones catalanas («El meollo del conflicto es el conflicto»).
- Juan Blanco - La majadería federal.
- Tsevan Rabtan - ¿Por qué la ley? (tl;dr: Tsevan tampoco quiere ser un ñeta).
- Susana Beltrán - El mandato democrático.