Revista Ciencia

El proceso de individuación

Publicado el 02 marzo 2014 por Rafael García Del Valle @erraticario

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El síndrome del puer aeternus es la tendencia a vivir en un mundo de posibilidades, pero evitando el trabajo requerido para realizarlas en la vida exterior. El fracaso dañaría la imagen que el puer tiene de sí mismo, algo bastante doloroso para el ego, de modo que prefiere quedar atrapado en una vida provisional e imaginaria, donde no le importa lo que hace, sino que se contenta soñando con lo que sería capaz de hacer. Peter Pan y el Principito son las imágenes literarias más populares de este síndrome.

Desde una perspectiva esperanzadora, significa que existen cualidades que podrían ser incorporadas por el ego consciente y resultar positivas para el desarrollo del individuo. En este sentido, el proceso de individuación es la progresiva manifestación de nuestras potencialidades innatas pero aún no expresadas. Puesto que las posibilidades son infinitas, y el inconsciente un pozo sin fondo, la individuación jamás se completa, al menos en una vida…

Es el camino, nunca la meta. Tal y como explica James Hall en su libro La experiencia junguiana:

Muchos síntomas neuróticos son causados por los intentos del ego de negarse a un desarrollo necesario para el proceso de individuación de la persona. Si uno se resiste a expresar una asertividad normal, por ejemplo, a menudo se desarrolla un cuadro clínico de depresión. En la superficie, puede parecer que la depresión es provocada por motivos externos. Sólo con la comprensión analítica podemos ver que se trata más bien (o también) de tomar conciencia de e integrar nuestras potencialidades. Por lo tanto, desde un punto de vista junguiano, es importante “pasar a través” de la depresión hacia el otro lado, viviendo el conflicto interno hasta llegar a una resolución, y no sólo tratar los síntomas de la depresión hasta que terminen.
[…] Este enfoque de “pasar a través” de la depresión más que reprimirla o sólo tratar los síntomas, no significa que sencillamente aguantemos el sufrimiento. Más bien uno participa de él. En problemas neuróticos y caracterológicos, en un sentido real uno mismo es la enfermedad. Liberarse de los síntomas sin un cambio interior profundo es como liberarse de una fiebre pero dejando inalterada la infección que la causó.

[...] Evitar integrar niveles normales de agresión, por ejemplo, puede simultáneamente hacernos hipersensibles a la agresividad en otros y, si continúa, puede llevar a la depresión. La depresión es el síntoma de presentación y puede ser “explicado” en términos de la agresividad de los demás, pero el significado subyacente es la necesidad de integración de la propia asertividad del paciente.

O sea, que el no reconocimiento de la sombra personal puede derivar en depresión al proyectar en los demás aquellos aspectos que el ego no quiere reconocer como propios. Una manera fácil de identificar esas cualidades no reconocidas es observar las características  que más nos desagradan de las personas del mismo sexo. La importancia de asimilar este paso es que la sombra custodia algunas cualidades necesarias para el futuro crecimiento de la personalidad. Por ejemplo, la capacidad de expresar afecto libremente puede estar reprimida en la sombra si en la infancia se experimentó como indeseable, siendo la sumisión a la autoridad, el amoldar la expresión a los gustos del “Padre”, una cualidad importante a la hora de abrirse camino en el mundo.

La sombra es relativamente fácil de integrar una vez puestos a ello. Pero la siguiente capa de la psique, el ánima en el hombre y el animus en la mujer, es más complicada de asumir, sobre todo porque la manera en que se proyecta en los otros complica el asunto: enamorarse y comprender que las cualidades vistas en la otra persona, para lo bueno y para lo malo, nacen de uno mismo es algo que lleva su tiempo.

El contenido del ánima/animus dependerá de lo que la cultura, social y familiar, estime como propio de un comportamiento masculino o femenino. Es de esta forma que podemos desvincularnos de los intentos del ego por aferrarse desesperadamente a una imagen de sí mismo y dejar abierta la puerta a nuevas posibilidades de desarrollo de la persona, una vez que esta se convierte en un molde flexible en lugar de una rígida máscara social.

El ego aprende en forma paulatina que está relacionado con fuerzas de la psique que intuitivamente puede sentir, o incluso responder a ellas, pero que no puede apresar o controlar. Al centro del nivel no personal de la psique está el Sí Mismo, arquetipo central de orden, que es el verdadero centro coordinador de la psique como un todo, que se manifiesta al ego de muchas formas, incluyendo la fabricación de sueños.

El Sí Mismo es quien origina la función trascendente, término usado por Jung para expresar la capacidad productora de símbolos de la psique. […] La función trascendente es la capacidad de sobrepasar la tensión de los opuestos mediante la creación de una forma simbólica que trasciende el nivel de tensión.

Esto ocurre cuando existen tendencias opuestas que piden realizarse y el ego consigue retener la tensión sin poner a ninguno de los opuestos en acción.

[…] un paciente podría estar intentando integrar los opuestos de actividad y pasividad, o de agresión y afiliación. […] La integración de estos opuestos no produce un punto intermedio entre ellos –el agua tibia—, produce una habilidad para expresar cuál opuesto (o mezcla de ellos) se considera apropiado para nuestros verdaderos sentimientos y evaluación de una situación particular en un momento particular. La función trascendente produce una reintegración de estos opuestos dentro del ego en una forma diferente y más funcional.

La acción de los patrones psíquicos no controlados por la conciencia se dejan ver, sobre todo, en los sueños. Desde la perspectiva de Jung, el sueño es una representación simbólica del estado de la psique: muestra el contenido de ésta en forma de personas, objetos y situaciones que reflejan las pautas de la mente:

[…] el propósito de los sueños es compensar las distorsiones unilaterales del ego en vigilia; por lo tanto, están al servicio del proceso de individuación, ayudando al ego en vigilia a enfrentarse a sí mismo en forma más objetiva y consciente.

Comprender el diálogo interno a través de esas figuras permite ir tomando conciencia de que existen más puntos de vista inherentes a cada individuo que el simple ego con que cada uno tiende a identificarse plenamente. La personalidad es una creación egoica que se va forjando con el material que proporcionan las circunstancias históricas, culturales, sociales y familiares de cada individuo. Sólo el progresivo contacto con los aspectos ajenos a tales circunstancias puede conducir a un cierto conocimiento de quién es cada uno en realidad en un sentido más profundo que el simple molde “espacio-temporal” en que nos fundimos.

Llegada la edad adulta, es corriente que el ser humano no tenga recuerdos de sus primeros años de vida, época en que el mundo cotidiano del entorno familiar estaba construido con las potencialidades arquetípicas. Aquellas posibilidades que fueron realizadas se sienten como “reales” y las que permanecieron dormidas en el inconsciente no tienen ninguna existencia en la mente consciente, aunque pueden ser pautas poderosas necesarias para más adelante.

[…] La esfera personal del individuo es trascendida interna y externamente por las realidades transpersonales. Para el puer que tiende a identificarse con potencialidades no realizadas, las demandas objetivas del mundo externo son un antídoto para los peligrosos vuelos de la inflación que podrían impedirle a la persona realizar la vida. Para la persona demasiado abrumada por los millones de cosas del mundo externo, la percepción del universo interno es un refrescante y bienvenido contraste.

El Sí Mismo es el centro regulador de la psique que generalmente se asocia a un dios externo o a cualquier tipo de fuerza trascendental ajena al individuo. Este centro persigue, desde la perspectiva junguiana, dos logros: la formación de un ego fuerte y su relación, una vez formado, con las profundidades de la psique.

Si bien la neurosis puede parecer sólo un impedimento para vivir una vida plena, en realidad tiene un propósito positivo, porque sus síntomas fuerzan al ego a enfrentar las tareas eludidas de individuación.

Cuando ya hay una estructura fuerte del ego, los sueños revelan la posibilidad de relacionarse más profundamente con el inconsciente. En ese momento tienden a ocurrir sueños de iniciación.

[…] Sólo una personalidad con un desarrollo fuerte puede soportar las tensiones de mirar profundamente en el inconsciente.

El proceso de individuación puede ser entendido como una circunvalación del Sí Mismo por parte del ego:

Como un punto en la periferia de una rueda, el ego siente que circula continuamente en torno al “punto fijo”, al eje de la rueda, el Sí Mismo. Somos incapaces de vivenciar en forma inmediata la totalidad del significado de nuestras vidas individuales, aunque podemos percibir de manera intuitiva que nos movemos alrededor de un centro virtual de significado, el Sí Mismo arquetípico.

Desde este punto de vista, según el cual el inconsciente gobierna las acciones de todo ser humano sin miramientos a la presunta voluntad de su ego consciente, a veces pareciera que el empeño en en eludir los pasos necesarios en el proceso de individuación provocara “casualidades” que tarde o temprano reconducirán, de forma imprevista, la dirección de las experiencias personales.

Un hombre bastante extravertido, que en la mitad de su vida rehusaba continuamente hacer una pausa y examinar el significado de su vida, sufrió una grave fractura de su pierna mientras esquiaba y debió permanecer inactivo durante varios meses […] la acumulación de numerosas observaciones me conduce a ser muy cauto en desechar con ligereza tales coincidencias aparentemente significativas.

[...] Aparentemente el ego no tiene opción sobre si quiere reconocer o interactuar con el Sí Mismo arquetípico, pero sí tiene opción en cuanto a la calidad de la interacción.

El modelo junguiano de la psique asigna, por tanto, un significado creativo y esencialmente positivo a la capa más profunda de la mente inconsciente, el Sí Mismo. Esta es la psique objetiva, tan real a su manera como el mundo externo:

De hecho, su predisposiciones arquetípicas estructuran no sólo el mundo subjetivo interno, sino también en gran medida nuestra percepción del mundo externo. Mientras los “contenidos” del inconsciente personal son los complejos (tanto normales como patológicos), los “contenidos” de la psique objetiva son los arquetipos, coordinados por el arquetipo central de orden, el Sí Mismo. La psique objetiva es la matriz de la conciencia humana. El ordenamiento le es intrínseco, pero es un orden dinámico y que se despliega, no una estructura estática e inmutable. En este orden dinámico reside la génesis del proceso de individuación, la actividad básica de encarnar en una vida humana las potencialidades del Sí Mismo único del individuo.

Al final de su vida, Jung sugirió que la naturaleza de los arquetipos no era energía psíquica pura, al describirlos como “psicoides”. Era éste su gesto para apuntar a un vínculo con la materia que trascendiera la dualidad mente-cuerpo. En su línea gnóstica, el estudio de las profundidades de la psique era la manera de comprender la realidad física o el –¿mal llamado?— “mundo exterior”.

Descubrir la conexión entre modelos mentales y físicos es el gran reto; explicaría fenómenos como la sincronicidad, la “coincidencia significativa” por la que, en las etapas de elevada actividad psíquica del individuo, ésta pareciera ir acompañada de manifestaciones físicas que refuerzan su significado.

¿Quién se atreve…?
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