brillante artículo de Joaquín Martinez Mameri, donde el escritor recoge la información sobre la revolución industrial, el progreso y el consumo descontrolado de la sociedad en la que vivimos.
5 Julio 2011
La revolución industrial (1850-1880)
5 jul 11 Autor: Jo En: La publicidad al desnudo
«La multiplicación de máquinas favorece la concentración de mano de obra en las fábricas y aumenta la producción en proporciones hasta entonces desconocidas. En este nuevo lugar de producción, la fábrica, los obreros, convertidos en asalariados, están sometidos a horarios estrictos y a una nueva disciplina de trabajo. La fábrica, que a menudo solo necesita una mano de obra poco cualificada, recurre a las mujeres y a los niños. Sin embargo, los modos de fabricación tradicionales se mantienen: la artesanía urbana y el trabajo en el campo completan una buena parte de la producción. A lo largo del siglo XIX, el PNB de Europa se multiplica por cuatro. Este crecimiento se debe a la oferta de nuevos productos, como el algodón, pero lo estimula aún más un aumento del consumo. La demanda crece sobre todo en la clientela popular, que consume productos a buen precio que la fábrica es capaz de producir en serie y a bajo coste.»
Curso de Historia, M.-H. Baylac. Ediciones Bordas, p.17
[libro escrito en francés. La traducción del fragmento es mía.]
Las bases del sistema capitalista se fijaron muy pronto, como podemos comprobar en este fragmento que se refiere al periodo histórico comprendido entre 1850 y 1880. Si nadie nos revela las fechas hubiéramos podido pensar que alude a la época presente.
Las bases del sistema capitalista se resumen, pues, en este cuadro:
+ producción
+ PNB
+ demanda
+ oferta [se abarata el coste de producción y se ofrece una gama cada vez mayor de productos a buen precio: la clientela popular se convierte en consumidora por excelencia.]
A esto lo llaman progreso, que viene a ser el resultado del libre comercio impuesto en todos los países del mundo.
Este mecanismo, mediante el cual todo se dispara y sube como la espuma, se puso en vigor en cuanto la tecnología lo hizo posible (es decir, en cuanto la máquina de vapor hizo acto de presencia). Todo cuanto ha venido sucediendo después no son sino perfeccionamientos del modelo capitalista, que es el que hoy impera en todas partes gracias al fenómeno de la globalización.
Antes y ahora se buscaba sobre todo la rentabilidad. Llevamos un siglo y medio con la obsesión por aumentar los beneficios a cualquier precio, sin hacer caso de las consecuencias. Pero hemos llegado a un punto donde nos es forzoso reconocer que más importante aún que la rentabilidad es la sostenibilidad, porque la política del «parcheo» (ese tratar de tapar agujeros o desperfectos) y la del «bosque quemado» (la cual consiste en agotar los recursos naturales de un sitio para comenzar luego el mismo proceso en el sitio de al lado) están acarreando consecuencias calamitosas para la población mundial. Dicho con otras palabras, el modelo capitalista no se sostiene. Es materialmente imposible que se sostenga a medio o largo plazo. Por todas partes hace aguas:
-El consumo lo han inflado hasta la exasperación. Pero la población ahora está harta de consumir y da signos claros de agotamiento.
-¿Y el abastecimiento? ¿Hasta cuándo habrá disponibilidad de la materia prima si nos dedicamos a intoxicar los cultivos con pesticidas, a incendiar los bosques y a diezmar los recursos pesqueros? Nada es eterno. El hombre no puede presumir de «avanzado» o de «civilizado» si se empeña en destruir el medio que le proporciona un sustento.
-¿Y los daños colaterales? El continuo saqueo de los recursos naturales provoca la extinción de millares de especies, además del empobrecimiento de millones de personas: hoy mil millones de individuos no tienen acceso al agua potable.
-¿Y las consecuencias de la contaminación indiscriminada, así como los desastres que trae consigo el cambio climático? Está claro que solo hay un camino para que podamos salir ilesos de semejante atolladero: es necesario buscar no la rentabilidad mediante la hinchazón del consumo sino la sostenibilidad, y para ello tenemos que renunciar a un progreso basado exclusivamente en la cantidad; y renunciar también al despilfarro; y renunciar, por último, a la tajante división entre países ricos y pobres. Este modelo bidireccional debe ser reemplazado por otro donde en todas partes la población pueda disfrutar de una vida digna, sin agobios ni asperezas