Revista Arte
El pudor estético de los grandes o cuando la mirada delata así la sensibilidad más sublime.
Por ArtepoesiaDe todos los pudores al que el ser humano se expone, el estético es el menos comprendido. ¿Es un gesto calculado, ese de ocultar la mirada, ahora solo desde el sentido más iconográfico de una mera decisión estética? En todos los autorretratos, el pintor buscaría siempre eternizarse en su obra con la maestría de su talento prodigioso. Sin embargo, cuando Van Gogh quiso componer un retrato siguiendo las nuevas modas plásticas de Francia -el neoimpresionismo-, al no disponer de capacidad para un modelo, se autorretrataría el mismo en el año 1887. Pero no lo haría con orgullo vanidoso, algo muy propio de esas composiciones. El pintor malogrado -faltaban tres años para acabar con su vida- no debió sentirse con el ánimo existencial muy convencido y dibujaría su mirada inclinada y huidiza. Sin embargo, consiguió expresar mucho más de lo que, inicialmente, tal vez se propuso. Cuando Rembrandt comenzara su obsesión por el autorretrato en sus inicios juveniles, en el año 1628 pintaría uno sublime. El único autorretrato pudoroso que llevase a cabo de los muchos que el pintor barroco hiciera en su vida. En su obra de Arte la mirada está ahora oculta, no sus ojos, para reforzar aún más así el efecto de luces y sombras que consiguiera en su personal obra maestra. Pero, a diferencia de Van Gogh, Rembrandt sí mira al observador, sus ojos están mirando ahora fijamente a nosotros mismos, pero no lo veremos bien... Se ocultará tras de un maravilloso claroscuro intrigante. Y es posiblemente eso lo que diferencie ahora, entre otras cosas, a cada uno de esos dos genios: uno intrigante, otro displicente. Para Van Gogh no fue una intriga o un desvío o efecto artístico por lo que lo hiciera. Reflejaría, como siempre consiguiera hacer en sus obras, el sentido más expresivo de un sentimiento, en este caso uno indiferente. En Rembrandt es otra cosa, es el juego dialéctico ahora con el observador, es la intriga o el desenvolvimiento estético.
Pero, además, cada obra maestra plasmará el paradigma o modelo de cada momento histórico en el Arte. Con Van Gogh, incluso manejando esos trazos modernos para entonces de un neoimpresionismo avasallador. En Rembrandt con el juego de sombras y luces tan característico de su época barroca. En ambos casos utilizando la sensibilidad más sublime: o con él mismo, en Van Gogh; o con el espectador en el caso de Rembrandt. Pero, en ambos casos, la individualidad del autorretrato llegará a niveles de sublimidad extraordinarios. El pintor barroco es llevado por su genialidad a crear un pudor sesgado en la obra, uno que nos llevará a sentir con él la fuerza de la conciencia humana más personal, de su individualidad ahora más corporal. En Van Gogh su genio artístico nos llevará a otra cosa, a la expresividad más sentida de un sentimiento personal y existencial muy profundo. En él veremos la inanidad del mundo reflejada ahora en una mirada sin dirección ni sentido. Esa misma inanidad que empezara a sentir el creador y que no pudiera, siquiera, ni evitarla ahora en una experimentación estética como era la de pintar con trazos modernistas un retrato humano. En ambos casos autenticidad y plasmación de personalidad individual, algo que consigue, como solo hacen los grandes, sin embargo, un sentido de universalidad existencial. Universalidad tanto para la displicencia como para el misterio sosegado, tanto para la angustia como para el engaño más sutil.
¿Es que no obtienen aquí los dos genios del Arte un perfil psicológico universal para con un sentimiento tan humano? Porque en ambas situaciones, la angustia y el engaño, se podrán transmutar, en estas dos obras maestras, las expresiones humanas sin menoscabar el sentido final de lo buscado. Porque el engaño es una forma de ocultación del temor o del pudor que puedan sobrevenir ante un estado personal determinado. Pero también al contrario, cuando el pudor no es más que una forma de angustia interior que ni siquiera es posible trasladar a lo estético visible, y, entonces, hasta se ocultará magistralmente tras una maravillosa utilización de claros y oscuros. El Arte vino a salvar personalmente a los dos grandes pintores de la historia. Con su genialidad plástica tan soberbia consiguieron ambos pintores crear sus propios sentimientos reflejados en un casual retrato artístico. ¿Casual? ¿Hay casualidad en el Arte? Nunca. Por eso es mayor el milagro iconográfico de componer autorretratos geniales. Porque hay que pintar bien pero, también, confesarse. Y, ¿quién es capaz de hacer ambas cosas sin desfallecer? Con sus obras nos acercaron los dos maestros a entender la vida y sus misterios, pero, además, con sus autorretratos llegaron mucho más allá: consiguieron mostrarnos su propia vida y sus propios misterios. ¿No son una aliteración estética a veces los autorretratos? En el caso de estos dos genios del Arte nunca porque siempre descubriremos algo diferente en su gesto individual retratado. Pero, sobre todo, conseguirán expresarnos con su representación más íntima y personal la mejor constatación estética de la imagen individual del ser humano en general, con sus miedos o con sus engaños, pero de todos nosotros, de todos y de cada uno de nosotros.
(Óleo Autorretrato, 1887, Van Gogh; Óleo Autorretrato, 1628, Rembrandt, ambas obras en el Rijksmuseum de Ámsterdam, Holanda.)
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