Lo que ocurre es que, a estas alturas y tras tanto titular de prensa, a uno le hace pensar si nos encontramos ante un nuevo secreto a voces, de tantos que se han ido publicando de tiempo en tiempo, como ahora veremos. De todas formas, ¿quién sabe?, igual es posible que esos recientes hallazgos arqueológicos en el Tossal de Manises, nos deparen, algún día, que nos encontramos, en realidad, ante la mítica Akra Leuké de las antiguas crónicas griegas. Pero, de momento, nos seguimos situando en el terreno de la historia-ficción.
Recreación virtual de la ubicación de Lucentum y su entorno
La cuestión es que me hizo recordar que, a raíz de la publicación el 25 de febrero de 2008, en el blog de la Asociación Cultural Alicante Vivo, a la que pertenezco, del magnífico artículo de Rubén Bodewig Belmonte titulado El yacimiento submarino de la Albufereta, me permití insertar un comentario en el que afirmaba que nunca entenderé que nos quieran «vender» en medios de comunicación determinados descubrimientos, cuando no son tales. Así, hacía referencia, por ejemplo, al bombo y platillo que le dieron al supuesto «hallazgo» del Torreón de San Francisco, cuando fue encontrado durante las obras de encauzamiento de las aguas pluviales en la Rambla y la Explanada, mientras estaba sobradamente descrita dicha torre en numerosos documentos históricos de Alicante sobre el antiguo recinto amurallado, así como el más reciente «descubrimiento» de la Puerta del Mar de nuestra ciudad, en obras de acondicionamiento de la calzada peatonal anexa a la Explanada de España. Bastaría consultar, por ejemplo y sin ir más lejos, en el libro de Pablo Rosser Limiñana titulado Nace una ciudad. Origen y evolución de las murallas de Alicante (Concejalía de Cultura, 1995).
Añadía, a continuación, en mi comentario, que ocurrió algo similar con el puerto romano de la Albufereta, cuando se afirmó en los medios de comunicación que se había descubierto sus restos durante las obras de encauzamiento del barranco del Juncaret. A este respecto, terminaba diciendo que guardo un pequeño libro en mi colección de documentos antiguos de Alicante, en el que Francisco Figueras Pacheco, autor del mismo, describía estos restos pormenorizadamente: El antiguo puerto interior de la Albufereta de Alicante. Descubrimiento y descripción (Gráficas Moscat, 1955).
Pues bien, a continuación me propongo hacer un pequeño resumen de algunos pasajes de este estudio de Figueras Pacheco, no sin antes citar algunos autores y documentos muy significativos, que nos pueden poner en situación y que transcribo literalmente:
Ninguna persona privada o stranya no puixa amerar lli, canem ni altre splet en l'Albufera de dita ciutat aprop de les heretats de Gaspar Bernat e d'en Antoni Merita y d’en Bernat Joan y de moltes altres per lo gran dan queja de la infectio e males odors que donen e fanales gurts qui cullen sos fruyta en ses heretats que tenen en la dita horta sino passen lo mes de octubre.
Privilegio de Fernando el Católico
(otorgado a la ciudad de Alicante el 18 de enero de 1510)
Es un depósito natural de aguas estancadas situado al nordeste de la Sierra de San Julián y principio meridional de la huerta por la banda del mar, no lejos de la antigua Lucentum. (...) Las aguas de esta laguna, corrompiéndose en verano por falta de movimiento y por los despojos de los vegetales nativos, infectan la atmósfera, y producen tercianas muchas veces rebeldes y malignas, que desde la Condomina se extienden a los pueblos de la huerta.
Observaciones sobre la historia natural, geografía, agricultura, población y frutos del Reyno de Valencia
(Cavanilles, 1797)
El momento en el cual el área comienza a ser inundada por las aguas marinas es difícil de precisar, pero la existencia de una línea de fractura postpliocena parece ser el hecho clave. Se trata de una línea de debilidad tectónica que discurre paralela a la costa, introduciéndose tierra adentro por la Albufereta, dejando como horst el área del Cabo de las Huertas. De manera que, posiblemente, desde finales del Terciario, las aguas marinas penetraron en el sector, configurando así una especie de pequeña ría que sería aprovechada para la construcción de un puerto romano, gracias al resguardo que le proporciona el Cabo de las Huertas y que determina el cierre del golfo de Alicante por su sector septentrional. (...) La instalación aquí de una zona marismeña es un hecho que cronológicamente cabría datarlo de tiempos históricos y al que debieron de contribuir dos factores fundamentales: por un lado, una regresión del nivel marino y, en segundo lugar, la colmatación debida a aportes marinos y, sobre todo, fluviales, que coadyuvarían a la creación de una restinga de débil espesor que sería sobrepasada, únicamente, con fuertes temporales marinos o con ocasión de lluvias muy intensas y con potencia suficiente, capaces de conseguir un desagüe en el mar.
El saneamiento del barranco de la Albufereta: tentativas en el siglo XX
(Margarita Box Amorós, 1984)
Grabado de la laguna de la Albufereta (siglo XIX)
Veamos, igualmente, dos pequeños apuntes de la prensa del primer tercio del siglo XX, para documentar el inicio del saneamiento de la zona, ya que no se acometió hasta entonces, a pesar de que legislaciones muy anteriores abogaban por acabar con los focos de insalubridad, asunto que, por unas cosas u otras, fundamentalmente de índole económica, fue eludiendo reiteradamente el Ayuntamiento de Alicante:
Están ultimándose los últimos detalles de la obra de desecación de la Albufereta. (...) que ha sido tan eficaz que ha hecho desaparecer totalmente aquella charca.
«La Albufereta en seco»(La Voz de Levante, 29 de mayo de 1928)
Seguramente por falta de una monda frecuente y metódica han perdido su eficacia los trabajos de desagüe que se realizaron y «La Albufereta» vuelve a ser un lugar pantanoso, insalubre, por tanto, y peligroso para la colonia que a su alrededor se ha formado desde su saneamiento.(Diario de Alicante, 2 de noviembre de 1931)
Más tarde vino la instalación de los emisarios submarinos, nuevos saneamientos de la zona, la incursión del urbanismo desbordado... y en una publicación actual sobre los hallazgos durante las obras de encauzamiento del barranco, nos encontramos el «redescubrimiento»:
La última cata arqueológica localizada y estudiada ha sido el puerto romano altoimperial (siglos I-II d. C.), ubicado en la margen derecha del cauce, muy cerca de la Playa de l'Albufereta, al inicio del encauzamiento o Área Arqueológica 3. En estos trabajos se ha excavado tanto el fondeadero del embarcadero como una pequeña porción del interior de la instalación portuaria. (...) En conjunto se ha documentado una estructura longitudinal de 48 metros, compuesta de un muro corrido, compartimentado por medio de tirantes en varios módulos. El interior del embarcadero se encontró algo deteriorado, hallándose el resto de un pavimento en mortero de cal, que marca la posible línea de suelo del interior del muelle.En líneas generales, este último hallazgo nos sitúa ante un puerto vinculado a la ciudad romana de Alicante, Lucentum, que se halla no muy lejos de l'Albufereta, en el Tossal de Manises. Dicha instalación permitiría el transporte de mercancías y personal entre el litoral y los barcos fondeados en la actual playa.
Amortizado este puerto, a partir del siglo III d. C., el área es reaprovechada para ubicar una necrópolis (siglo IV d. C.). (...) La zona meridional del fondeadero se rellenó o se utilizó como vertedero en época tardía (siglos IV-V d. C.).
Reconstrucción paleoambiental de l'Albufereta d'Alacant durante el período íbero-romano
(C. Ferrer, A. M. Blázquez, M. A. Esquembre y J. R. Ortega, 2005)
La Albufereta (años 50)
Llegados a este punto, veamos la mencionada obra de Francisco Figueras Pacheco, inscrita dentro de la Memoria de las excavaciones de Alicante. 1934 a 1936, de la que fue director, meramente descriptiva, ya que no contiene ni una sola ilustración, si bien su cuidada retórica se encarga de dibujar con las palabras lo que sus páginas no contienen gráficamente.
El primer capítulo, titulado «Topografía marinera», describe el litoral alicantino desde el Benacantil al Cabo del Alcodre (Cabo de las Huertas), pasando por los acantilados de la Sierra de San Julián «que hoy los salva una carretera amplísima» y las ruinas del Tosal de Manises «donde se alzó un día la famosa ciudad de Amílcar» (entonces ya se sostenía que podía tratarse de Akra-Leuké), y se centra en «lo que llamamos la Albufereta en la acepción local más restringida del vocablo», y menciona los problemas de su pasado pantanoso hasta que se abordó su reciente saneamiento por parte del consistorio alicantino. Comenta Figueras la gran cantidad de restos de construcciones y de cerámica dispersos por todo el cauce del almarjal, así como los claros vestigios del lecho primitivo y trozos de madera restos de embarcaciones antiguas (reconocidas por los técnicos en el Museo Naval de Madrid), y termina diciendo:
Dos espesos muros de grandes mampuestos que debieron estar coronados de sillares, dejaron considerables trozos de su fábrica, alternados a derecha e izquierda del lodazal, pudiendo seguirse todavía sus alineaciones en longitud de más de 60 metros. Digno también de especial mención es un curioso macizo de cantería admirablemente conservado, con su cantil de grandes sillares, a escasa altura sobre la superficie actual de la marisma, que cerrándola de margen a margen, marca el límite hoy visible de la Albufereta, por el extremo lindante con las huertas. En la partida se le conoce con el expresivo nombre de «El Mollet», diminutivo de muelle en el lenguaje regional. Por el extremo opuesto o sea el que se acerca a la playa, no se observan vestigios de obras que interceptasen la salida al mar. En cambio las que cerca de éste bordean la orilla oriental, son abundantísimas.El segundo capítulo se titula «El problema fundamental de la Albufereta», arranca con una pregunta: «¿Cómo explicarse todo lo que nos muestra hoy la Albufereta, sobre el supuesto de que fuera siempre un ingrato charco?». Y al poco lanza una segunda cuestión, todavía más intencionada: «¿Cómo explicar que las construcciones más destacadas de estos parajes, aparezcan bordeando precisamente el lodazal, en vez de huir de sus orillas, según aconseja la sensatez menos exigente?». Y él mismo se responde, concluyendo que la única explicación plausible es que no siempre fue un charco pestilente, sino que:
Ha miles de años, la faja cenagosa comprendida entre el «Mollet» por un extremo y las arenas de la playa por el otro, era un estero, una ría, un estuario, una superficie en fin, cubierta constantemente de agua, ya porque llenasen su cauce las de una rambla entonces importante, ya porque la invadiese el mar, antes de cerrar su entrada las arenas de la playa actual, bien por la acción simultánea de ambas causas. La depresión que aún marca el cauce primitivo y la escasa distancia que lo separa de las olas, lo están diciendo con elocuencia insuperable.Concluía Figueras que, el hecho de que existieran notables asentamientos alrededor, unido a la naturaleza y dimensiones de las ruinas del cauce, solo podía denotar la existencia de un puerto, conclusión que reforzaba argumentando, amén de con sus propios trabajos de campo, con un importante desglose de documentos, fundamentalmente del Archivo Municipal de Alicante, entre ellos: los estudios de Chabás avalados por Fernández Guerra y Hübner, la Crónica de Bendicho (transcribe Figueras: «y yo vi entonces que una saetía con sus velas tendidas, se metió dentro de la Albufereta hasta el cabo, que es muy cerca del camino y dio la vuelta, cosa que no sé yo que se haya visto jamás»), y planos y grabados antiguos.
Embarcadero de época romana (Área Arqueológica 3). 2005
El tercer capítulo, el más extenso de la obra, lo dice todo con su título: «Descripción de un puerto». Se compone a su vez de varios apartados: Forma y dimensiones, El dique del Norte, Los muelles de atraque, Los astilleros, Capacidad del vaso, Las naves antiguas, El fondeadero exterior, Comunicaciones y Síntesis. Detengámonos un poco en algunos aspectos y datos que aporta Figueras Pacheco en estos subcapítulos:
- El cauce tiene forma de «N» muy estirada, cuyo trazo más largo es el que llega a la playa. La longitud total se aproxima a los 300 metros, y la anchura es de 40 metros en la entrada del puerto, pasando apenas a 30 metros en el resto de la ría. Antes de fabricarse los muelles, parece ser que las dimensiones eran bastante mayores.
- El dique del Norte, el popularmente denominado El Mollet, es la obra mejor conservada. Es un macizo de cantería de 1,80 metros de ancho «formado por dos hiladas de sillares de piedra, perfectamente careados y unidos entre sí los de cada hilada, por encajes de cola de milano. (...) Por debajo de este cantil, la obra es de mampostería, de pequeñas dimensiones y sobresale en la actualidad unos 70 centímetros del suelo. (...) Forma un arco de círculo de 30 metros de radio con 1,25 de flecha y 17,70 metros de longitud de la cuerda. A ambos extremos y formando con esta cuerda ángulo de unos 120º, se inician dos muros, el de la izquierda de 7,30 metros de longitud, que más tarde cambia de orientación, para continuar durante unos 2 metros paralelo al eje de la Albufereta en ese lugar. El de la derecha, de unos 5 metros, viene a unirse con la prolongación de un muro. (...) apoyo de uno de los lados de un arco de alcantarilla, por la que en tiempos pasados debió desaguar normalmente la rambla o regato que dio origen a la Albufereta. (...) A unos 3,80 metros del cantil del "Mollet", se encuentran vestigios de un camino romano que lo cruza paralelo a él, con una anchura apreciable de 3,40 metros. (...) hallazgo de los estribos de un puente de 4,40 metros de luz, bajo el que cerca del "Mollet" y a unos 14 metros del eje de la rambla, debieron fluir las aguas desviadas en defensa del dique».
- En cuanto a los muelles, se fueron disponiendo alternativamente en ambas orillas, para aprovechar así el espacio disponible y, a su vez, dejar el suficiente para que las naves maniobraran. El que mejor se conserva se halla en la orilla derecha del primer tramo a partir del Mollet. Dice Figueras que es «un muro de 62 metros de largo (o al menos esta es la longitud en que nosotros hemos podido seguirlo) que corre a lo largo de la primera rama. (...) cuyo cantil, está separado 15 ó 20 metros del bancal más próximo. Sobre este muro puede apreciarse una obra, que permitiría suponer corría a lo largo de él un camino. (...) puede apreciarse que la mampostería es de grandes mampuestos, la que nos permite suponer, así como su orientación, abrigada de la boca de la Albufereta, que esto constituía un muelle de atraque». A continuación, describe en la orilla oriental otro muelle, de 63 a 65 metros de longitud y 1,20 metros de espesor, en la segunda rama de la N, que bien podría ser el más antiguo, por ser también el más próximo a las faldas del Tossal. Y en la tercera rama, de nuevo en poniente, restos de un muro de unos 90 metros de longitud, que bien podría haber sido otro muelle.
- Para calcular la capacidad, Figueras Pacheco hace un estudio de las dimensiones de las embarcaciones de la época de carácter mercantil, pues desecha la posibilidad de un uso militar. Esloras de 30 metros darían una capacidad superior a las 100 toneladas para buques de vela, y afirma que, dadas las dimensiones del puerto, «los muelles de la Albufereta, estuvieron en condiciones de servir para la carga y descarga con toda comodidad, de ocho a diez naves a la vez». Además, la ensenada exterior del puerto, al abrigo del Cabo de las Huertas, ofrecía en todo momento condiciones óptimas como fondeadero, caso de tener que esperar para acceder al recinto interior.
- Y en cuanto a los caminos que llegaban y recorrían el puerto, describe indicios de uno que lo bordearía por la orilla occidental (derecha), y afirma la clara existencia de otro que transcurría por la opuesta, y se encontraba en perfectas condiciones a un metro de profundidad bajo la superficie actual del campo. Este último, bordea por la parte del mar el Tossal de Manises, recorre el puerto, cruza la rambla más al interior, y se dirige a la parte posterior de la Sierra de San Julián, para enlazar con el ramal de la Vía Pretoria que llegaba hasta Alicante. Por otra parte, Figueras afirma la existencia de restos de una calzada romana en las inmediaciones de la Albufereta, que se dirigiría hacia el interior para comunicar la costa con las serranías de Alcoy y comarcas próximas. Por último, el camino más oriental, después de servir de arranque al que subiera a la ciudad, debió seguir con dirección a El Campello para enlazar con la vía romana del litoral.
Esquema geomorfológico de la zona de la Albufereta. 2005
El cuarto y último capítulo, titulado «Pretérito y futuro», tiene menos trascendencia para los fines de este artículo pues, como su nombre indica, trata, por una parte, del tráfico marítimo que tuvieron nuestras costas antes de la llegada de los romanos (cretenses, griegos y cartagineses), así como las repercusiones del mismo en su desarrollo; y, por otra, de lo acaecido tras la destrucción de la ciudad, el abandono del puerto, su degradación y el arduo trabajo de excavación futura si se quiere hacer posible la restauración de las ruinas. Cosa esta última que, gracias a la labor del MARQ, afortunadamente puede llegar a ser posible.