De lo que no se sabe es de lo que uno habla con más pasión. De hecho no hay ninguna razón, ninguna razonable al menos, para que lleve un par de días con el cuervo de Poe en la cabeza por culpa de este cojín. Este verano no abandoné la imagen de un Charles Baudelaire zombificado que llevaba una muchacha que se me cruzó en un mercado. El hecho de conocerla me hizo pensar si realmente sabía qué llevaba en el pecho, si Baudelaire le había cambiado la vida o no la había modificado lo más mínimo. Uno debe saber con qué se adorna, qué iconos usa para enseñarse a los demás. Quizá por eso yo no tengo en mi fondo de armario camisetas con alusiones a Pynchon o a Wittgenstein. El cojín con el cuervo de Poe es una de esas cosas que aparecen en internet y que te hechizan. Una vez hechizado, no hay vuelta atrás. El objeto persiste dentro de uno, vence los obstáculos naturales del tiempo y del olvido y vuelve en ocasiones, espléndido, como si fuese una extensión del cuerpo o un recuerdo nítido e indeleble al modo en que lo son las caras de los familiares o los lugares en donde se ha sido feliz. Yo soy feliz en un cojín de Poe o con una camiseta de Baudelaire podrido y aterrador. Mi amigo Álex me regaló una camiseta de Walter White que llevé puesta hasta que la canícula se rindió y la ropa adquirió una seriedad de trabajo diario. Mi amiga Ana me trajo otra con el logo de U2. Tengo tazas de café con portadas de los Beatles y de Pink Floyd y una muy Breaking Bad que, al usarla en el desayuno, me vigoriza y motiva como ninguna. Vivimos de los objetos inútiles, de los irresistibles, de los que no pasaría nada si los olvidásemos o no hubiesen caído nunca en nuestra manos, pero con los que recorremos los días con más ardoroso entusiasmo, cubiertos por las cosas frikis, así se dice ahora, que más nos engolosinan. No hace falta que no estén en el ángulo de visión para que se revivan, restituidos con pasmosa credibilidad, impuestos a la realidad como si de verdad estuviesen en ella, frente a nosotros, colmando el vicio que nos produjeron.
(El dueño de la camiseta -y amigo - es José Antonio Ramos )