Revista Cultura y Ocio

El Quijote

Por Calvodemora
El QuijoteEl Quijote ha sido mi lectura veraniega. La he disfrutado como si supiese nada de ella, como si no la conociera, como si la lectura que le hice hace veinte años no tuviese asiento en mi memoria ni en mi manera de entender la literatura, asunto que (por otra parte) muta conforme van cayendo libros y mi parecer se matrimonia con las nuevas lecturas y con la novedad (bendito ese asombro) que me procuran. De Cervantes diré que usa un castellano esplendoroso. Por encima de las bondades narrativas, de los hallazgos meramente novelísticos (pensemos que es una de las primeras novelas, pensemos que mucha de la novelística posterior nace de este capricho) lo que fascina de Cervantes es el manejo exquisito del lenguaje, la inclusión no forzada de la lengua popular embutida en un traje sofisticado, pero accesible. No sé pensar en El Quijote sin que se me cruce toda esa a veces feliz contaminación cultural que lo ha reclutado para fines no enteramente literarios. Tampoco sabría desmenuzarlo, hacer aquí un texto largo en el que me explique a mí mismo su esencia. No hay interés, no lo hay en absoluto. Me interesa ahora el pensamiento quijotesco. Hay ratos en el tráfago del día en los que me viene un pasaje y pienso a la manera del Caballero de la triste figura. Dura poco. No creo que el bueno de Don Alonso Quijano fuese feliz en este alborear del siglo XXI. Su extravío sería más disperso. No caería en el veneno dulce de los libros de caballerías: lo que le atrofiaría el seso sería internet, ese infernal perpetuum mobile que es el google. Le tengo ganas al nuevo libro de mi amiga Marina Perezagua, Don Quijote de Manhattan. Está ahí, aquí cerca, a mi vista, esperando turno. Quiere disfrutarlo. No habrá mejor ocasión que ésta, cuando tengo frescas las andanzas del mejor desfacedor de entuertos que las letras han parido.El dibujo, cuyo autor no he encontrado, refleja esa distopía formidable que hace que los personajes de las grandes novelas dialoguen entre sí. Da igual que vistamos a Sancho Panza de un ewok y al Quijote de un espléndido C3PO. La posibilidad de que la calavera haga pensar al caballero en su condición mortal, en la teología, en las certezas un poco falibles en donde encontramos el asidero en el que afianzarnos y avanzar o el temblor (bendito temblor también) que nos hace tropezar y caer y seguir y amar por el camino con el entusiasmo de los héroes.

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