Revista Cultura y Ocio
Irreductible como la aldea gala. Me lo anunció B. hace unos años, cuando nos sobrevino uno de los proyectos de reforma de la plaza. Iban a trasladar su quiosco a la acera de enfrente, junto al Mesón Ibérico. Me pareció innecesario y pensé en cómo le caería el sol en los meses duros. La reforma se hizo; pero el quiosco permaneció en su sitio, y nadie volvió a remover el asunto. Hasta que hace unas semanas B. me dijo una mañana que ya era inminente, que estaban recogiendo todo para vaciar el cubículo y facilitar el traslado. Dos días después, no había aparecido nadie y todo seguía igual. «—Dicen que mañana». La informalidad propia de los informales de la que todos los días a todas horas hay afectados. Lo ha contado muy bien Jeremías Clemente en su muro de Facebook. El pasado lunes, temprano, ya vi a unos operarios que estaban abriendo con herramientas todo el cerco pegado al suelo del sitio en el que diariamente me llevo mi periódico; y creo que fue la primera vez que lo recogí desde un banco de la plaza. B. me dijo el martes que al día siguiente traerían una grúa para culminar la operación. El miércoles no hubo grúa. El jueves tampoco me di cuenta de nada, cuando B. ya me había asegurado a primera hora del miércoles que al volver del campus a mediodía igual me encontraba el quiosco en otro sitio. Pues no. Solo vi a algunos funcionarios del Ayuntamiento y un quiosco herido, pero impasible. «—¿Todavía seguimos aquí?», dije a B. y G., el viernes; ambos, bien temprano, dentro de ese «aislamiento perdurable del quiosco», como dijo Gonzalo Hidalgo Bayal en La escapada (pág. 269), que es para la pareja su segundacasa. Y fue G. quien me explicó que parece ser que los anclajes de toda la estructura son tan firmes que cualquier actuación la descuajaringaría y que sería peor el remedio que la enfermedad. ¡Acabáramos! ¿Enfermedad? ¿Qué necesidad había de utilizar tantos recursos, dedicar tanto tiempo, importunar a una familia y a sus clientes y gastar dinero en algo superfluo en estos momentos que estamos pasando? Ninguna. Y la mejor lección la ha dado un quiosco mudo pero aferrado al sitio en el que ha estado siempre como una ventana más, que me ha tenido conectado al mundo con ese puntito de romanticismo de lugares así, que pronto serán tan solo un recuerdo. Así que mi quiosco irreductible, como la aldea gala de Astérix y Obélix, sigue en su lugar como todo un símbolo contra la jactanciosa incompetencia municipal. Limpio ya de unos feos y absurdos grafitis, luce ahora su verde épico coronado por la publicidad de una cabecera que el referido miércoles dieciocho difundió el despropósito. En mi ambigüedad en el uso de kiosco y quiosco, habría ahora que reivindicar la K extraña, exótica o alienígena, como diría Gonzalo Hidalgo, en lo que tiene también de contestataria y radical en el ámbito social de los okupas, en el político de la anarkía o en el musical del punk. Algo que leí en un artículo de Juan Francisco Fuentes sobre los usos ideológicos de la letra K de este Quiosco con mayúsculas de la placita de San Juan en Cáceres que sigue ahí con una dignidad de héroe, con Q y con K.