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Mientras que los lobos son cazadores sociales que prefieren presas de gran tamaño, los raposos son cazadores solitarios que cazan presas pequeñas. Siempre se asociaron a la astucia y la picardía, quizas por su habilidad para colarse de noche en corripas y gallineros y llevarse una gallina entre los dientes sin que nadie se diera cuenta hasta la mañana siguiente.
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Lo que no podemos negar es que se trata de un animal precioso, y pocas veces nos podemos encontrar con uno cara a cara, como me ocurrió hace unas semanas en Monfragüe, y poder cruzar la mirada con él y mirarle al fondo de sus ojos mientras él miraba el fondo de los míos.
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Mientras escribía estas líneas recordé una entrada de hace tiempo en el estupendo blog de Bernardo Busto. En ella contaba como un raposu había aprovechado un descuido suyo para matarle unas pitas pintas que tenía en su casa por el puro placer de verlas. Me costó encontrar esa entrada, pero al final apareció y os recomiendo que la leáis porque quizas si todos pensáramos como él las cosas serían muy distintas. Casualmente la entrada se titulaba exactamente igual que la que hace poco tiempo puse en este blog sobre la la serpiente y las golondrinas: una historia de buenos y malos, una de tantas.