En los últimos ocho años cambió poco la relación entre naciones pobres y poderes concentrados. Sin embargo, la disputa judicial entre el Estado argentino y los fondos buitre le da un cariz distinto a la experiencia de (volver a) ver Bamako, coproducción franco-estadounidense-maliense que en 2006 imaginó el desarrollo de un juicio oral y público donde el pueblo africano les exige reparación al Banco Mundial y al FMI en tanto autores ideológicos de parte de las iniquidades sufridas a manos de Occidente o “los blancos”. La relación entre este ejercicio ficcional de Abderrahmane Sissako y nuestro presente se vuelve evidente hacia el final de la película, cuando uno de los abogados que representan al continente damnificado recomienda seguir el ejemplo de los “hermanos latinoamericanos” que rescindieron el contrato de sumisión con estos organismos funcionales al capitalismo salvaje.
Los cinéfilos memoriosos recordarán que Bamako abrió la novena edición del Buenos Aires Festival Internacional de Cine Independiente, allá por 2007. Cuatro BAFICIs antes, Sissako había ganado el premio al mejor largometraje de la competencia internacional por Heremakono (Waiting for happiness fue el título de exportación).
En el film aquí reseñado, el director recrea la problemática africana en tres escenarios estrechamente vinculados: el patio donde transcurre el juicio en cuestión, los alrededores de este patio (las habitaciones que lo rodean y el afuera de esta vivienda apenas resguardada por un muro bajo) y el fragmento del spaghetti western que una familia refugiada en ese espacio colectivo mira por televisión. De esta manera, Sissako matiza interpelaciones, testimonios, alegatos con retazos de una vida cotidiana aún más elocuentes que las denuncias presentadas ante el tribunal.
Como Margarethe von Trotta con Hannah Arendt o Sidney Lumet con Doce hombres en pugna, el director de origen maliense y nacionalizado mauritano sabe evitar el tedio que a veces provoca el cine concentrado en el desarrollo de un proceso judicial. Lo consigue con un guión y una cámara también atentos a los custodios del tribunal, al anciano ansioso por decir (cantar) su verdad y -todavía más allá del foco central- al matrimonio en crisis que constituyen Chaka y Melé, a la postración de un muchacho enfermo, a la procesión de la pareja de recién casados y sus invitados, a los hombres y mujeres que tiñen telas, a los jóvenes desempleados, a la programación circunstancial de un televisor encendido.
A diferencia de Von Trotta y Lumet, Sissako se atreve a inocular unas pequeñas dosis de humor en su manifiesto. A título ilustrativo, vale mencionar dos escenas protagonizadas por el letrado defensor del Banco Mundial: aquélla donde discute con un vendedor ambulante de anteojos negros por la legitimidad de un presunto modelo de Gucci y aquélla donde una cabra arremete contra el abogado mientras éste habla por celular con un patrón del organismo.
El recurso del spaghetti western merece un párrafo aparte. Primero, porque enriquece esta reflexión política con una alegoría mediática sobre un fenómeno complejo, irreductible a la distinción entre buenos y villanos. Segundo, porque en esta parodia televisivo-cinematográfica, actúa brevemente Danny Glover, también productor de Bamako. Tercero, porque este fragmento es presentado con el título Death in Timbuktu: en honor a esta otra ciudad de Malí (recordemos por las dudas que Bamako es la capital) se llama el largometraje más reciente de Sissako, que se pre-estrenó en el último Festival de Cannes (donde ganó dos premios) y que justo hoy se proyectará en el Festival de Cine de Toronto.
En esta entrevista concedida al sitio Cinémotions, el director contó entretelones conmovedores de la producción de la película. Por ejemplo, que ninguno de los participantes del spaghetti western -incluido Glover- cobró un solo peso; que el patio donde se desarrolla el juicio pertenece a la casa paterna del realizador; que la producción convocó a testigos con conocimiento de causa (“víctimas reales del ajuste”, precisa Sissako) y a jueces, fiscales y defensores profesionales (“en el momento del rodaje les di una gran libertad para acusar, defender y elaborar su alegato final”).
Inspirado en el testimonio de una de las mujeres que declaran ante el tribunal de Bamako, el cineasta también se niega a explicar el drama africano a partir de la variable ‘pobreza’ pues considera que África fue más bien víctima de sus riquezas. Acaso esta hipótesis también ayude a entender la suerte histórica que corrió Latinoamérica y, en tiempo presente, el interés obsesivo de los buitres por las entrañas de nuestra Argentina.